«No parece que haya oportunismo en decir lo que se piensa en el momento en el que los hechos tienen lugar: hacerlo dentro de diez años no tendría sentido, ¿no? ¿La canción política, protesta o social no debe responder a la actualidad?»
El vídeo de ‘Ratonera’, la nueva canción de Amaral, ha suscitado la polémica y ha puesto al dúo de Zaragoza en el punto de mira de la actualidad.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración. BORJA CUÉLLAR.
‘Ratonera’ ha puesto en el punto de mira a Amaral: las redes sociales y los medios especializados comenzaron a difundir el vídeo y, rápidamente, olfateando polémica, las cabeceras generalistas se lanzaron en tropel a hacerse eco de esas imágenes impactantes de políticos golpeados, pidiendo limosna o inyectándose heroína. Los soporíferos tertulianos del bla bla bla incesante, sorprendidos, por una vez le prestaron atención a una canción. Pero más allá del ruido, ahí estaba el mensaje, que caló en mucho ciudadano que durante algo más de tres minutos disfrutó del placer de ver puteados, aunque fuera en unas ilustraciones, a los que parecen profesionales del puteo ajeno y sistemático, y que gozó con aquello de «No sé ni cómo duermes por las noches, / estúpido farsante, / si mientes más que hablas». Justo lo que nos gustaría poder decirle a la cara a más de uno. Bien por Amaral.
Lo mejor de ‘Ratonera’, es que devuelve al debate aquel lejano axioma de que quizá una canción no pueda cambiar el mundo, pero puede contribuir a mejorarlo, puede hacernos reflexionar, puede despertar conciencias. Algo que a veces olvidamos y que, incluso, sumidos en ese premeditado, obsceno y pertinaz proceso de desideologización del que hemos sido víctimas y partícipes en las últimas décadas, parecía poco conveniente: ¿cuántas veces hemos escuchado aquello de que la música no está para transmitir consignas, para adentrarse en temas políticos o sociales o para caer en el panfleto? Pues no, la canción, como género, no tiene límites: se pueden practicar juegos florales o cantar al amor, al desamor, al resfriado, al pasar una jornada en Ikea o se puede entonar lo que a uno le venga en gana. Y la crítica social, al contrario de lo que se piensa, no es solo cosa de bandas furiosas (otro tópico modelado en todos estos años de legañas que hemos padecido): el creador no es ajeno a su realidad, y más allá de escarbar en sensaciones o sentimientos íntimos, puede ahondar en temáticas colectivas si lo cree oportuno. Está en su derecho.
Quizá el impacto de la canción de Amaral haya sido tan brutal porque para muchos, desconocedores de su obra previa más allá de algún hit oído casualmente en la radio, no parecía probable que de ellos surgiera tan diáfana diatriba, furibunda al acompañarse de las satíricas imágenes que la ilustran, de Alberto González Vázquez (al que dejaron completa libertad para idear y realizar el vídeo). Pero es que a Amaral también le persiguen los tópicos: quienes apreciamos su música y los seguimos desde el principio, sabemos que su cancionero incluye temas con los que se han aproximado abiertamente a cuestiones sociales, ecológicas o ideológicas (igual que a la soledad o la incomunicación). Así que no ha habido sorpresa con ‘Ratonera’, que solo es consecuencia de su evolución. Además, los que conocemos un poco a Eva Amaral y Juan Aguirre y en ocasiones tenemos la oportunidad de charlar con ellos, sabemos que su hartazgo viene de lejos, que son dos personas con los pies en el suelo, sensibles a todo lo que acontece a su alrededor, pues también, como ciudadanos, les afecta y no son ajenos. En todo caso, la letra de este tema, sin compañía del vídeo, podría dar lugar a diferentes lecturas, aunque el estribillo con la referencia a buscar el perdón de Dios, dado el subidón católico con el que gobierna el PP, parece evidente. Una canción que musicalmente tira del sonido habitual del grupo (fin a las especulaciones maledicentes de los últimos tiempos sobre si se habrían «hecho indies»), a su manejo de las melodías, aportando la novedad de dotar de protagonismo a los sintetizadores, evidentes principalmente en el puente.
Por supuesto que Amaral no son los primeros que en los últimos meses, ante el clima asfixiante que padecemos, levantan la voz. El mismo Nacho Vegas avanzó su nuevo disco hace unas semanas con ‘Actores poco memorables’, una canción durísima contra la borreguez programada. Pero la proyección mediática de Amaral, al tratarse de un grupo de éxito masivo, y aparentemente adscrito al pop sentimental (craso y reduccionista error) ha tenido una difusión vertiginosa (también influyó que el estreno no fue exclusivo de un medio, lo que permitió que cualquiera pudiera compartirlo desde los primeros minutos). Además, ha sorprendido porque la mayoría de nuestras primeras figuras no acostumbran a posicionarse en exceso (ha habido excepciones, como Rosendo, Quique González o Bunbury, que en sus más recientes discos han tratado de agitar conciencias con temas como ‘Vergüenza torera’, ‘¿Dónde está el dinero?’ y ‘Despierta’, respectivamente), y eso que a muchos se les presupone el valor. Pero quizá sigue pesando demasiado la mordaza que impone la contratación pública.
Indudablemente, ha habido quien no ha dejado escapar la ocasión de acusar a Eva Amaral y Juan Aguirre de oportunistas, o de poco gusto al representar en el vídeo a políticos magullados. No parece que haya oportunismo en decir lo que se piensa en el momento en el que los hechos tienen lugar: hacerlo dentro de diez años no tendría sentido, ¿no? ¿La canción política, protesta o social no debe responder a la actualidad? Por otro lado, ¿es oportunista quien en el pasado ha escrito canciones como ‘Habla’, ‘Salir corriendo’, ‘Rosa de la paz’, ‘Revolución’, ‘En el río’, ‘No soy como tú’, ‘Hacia lo salvaje’, ‘Como un martillo en la pared’ o ‘Van como locos’, o solo continúa desarrollando una de sus líneas compositivas?
Quienes probablemente no han oído jamás esas canciones, son los que les acusan de pijos, hipsters y de aprovechados, aludiendo a que gente como Soziedad Alkoholika, Ska-P o Fermin Muguruza sí que practican con gallardía la denuncia, arriesgándolo todo y, sin embargo, no encuentran vías de difusión. Y precisamente por ello, repitámoslo, lo de Amaral adquiere mayor relevancia: porque esos otros mensajes no llegan masivamente (e intuyo que, sin ahondar en las razones, nunca lo harán, pues quedan para el autoconsumo de sus seguidores) y el suyo, frente a la imagen preconcebida que muchos tienen del dúo, resultó chocante, porque no esperaban oír (y sobre todo ver) tales cosas. ¿No resulta útil el paso dado?
Respecto a las imágenes de los políticos golpeados, el mismo vídeo lo explica con humor: «ningún animal ha sido maltratado durante la realización de este videoclip». Así que no hay dolor. Sin embargo todos sabemos de manifestantes maltratados en las calles, alguno perdió un ojo, alguno un testículo, muchos la dignidad. Aquí nadie perdió nada. Solo son dibujos, además muy agradables (de línea clara), ensamblados en un guión tremendamente irónico y mordaz, con sus momentos, hacia el final, rozando el humor surrealista (el detalle del «dequeísmo» es impagable).
También hay quien apunta que no se puede poner a todos los políticos en el mismo saco. Es un punto de vista, pero, vivido lo vivido, uno termina por pensar que la mayoría de ellos (por lo menos los de los dos principales partidos de la escena nacional), con leves matices, sí que viajan en una nave interestelar que no orbita nuestra galaxia. No sé qué problema hay en utilizar imágenes paródicas de políticos con las que representar algunas de nuestras lacras como sociedad, las que sí padecen millones de seres humanos. Aunque intuyo que si el vídeo se hubiera montado con imágenes reales de ciudadanos anónimos, también se habría acusado a Amaral de oportunismo, porque, en el fondo, se trata de darles de hostias por ser un grupo cuyo éxito despierta prejuicios. Sin tener en cuenta que Amaral (como tantas formaciones a lo largo de la historia del pop y del rock) surgió desde el «underground» y los garitos a golpe de guitarra y que, sin pretenderlo, se tropezó con un éxito que, afortunadamente, han sabido dosificar y manejar, sin exponerse demasiado, sin renunciar a su ideario y sin ceder un milímetro en determinadas cuestiones (¿quién ha escuchado un tema de ellos en una campaña comercial?).
En ocasiones nos quejamos del poco compromiso de nuestros músicos, y cuando se mojan, nos molesta que lo hagan y sospechamos de sus intenciones. ¡Somos estupendos!
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Anterior entrega de El oro y el fango: Que los Rolling Stones no me esperen.