El oro y el fango: Hay que diseñar los discos del futuro (que ya es presente)

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«La experiencia de oír música se asemejará muy mucho a la ya conocida: escuchar las canciones en su secuencia, seguir las letras, ver fotos, conocer detalles de la grabación»

Juan Puchades opina en esta nueva entrega de «El oro y el fango» que en las tabletas está gran parte del futuro del disco tal y como se ha concebido hasta ahora.

 

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

 

No hay que repetirlo demasiado, que ya lo sabemos y, además, puede acabar sucediendo como con los malditos dinosaurios, que se rueden decenas de películas y National Geographic y Discovery Channel inunden sus programaciones, durante años, con tediosos reportajes sobre el asunto: el disco físico ha entrado en su fase de extinción. Pero esta no será inmediata, pues durante un tiempo –y ya estamos en ello– se dirigirá al coleccionista, a los buenos (y escasos) aficionados, a aquel que todavía se niega a pasarse al inasible formato digital o quiere tener determinadas obras en formato palpable. De ahí que, últimamente, se cuide apariencia y diseño y se trate de ofertar «valor añadido». Las tiradas se reducen, se aproximan a las del libro (otro sector sacudido cada día por más intensas convulsiones), y, afortunadamente, las presentaciones crecen. Es cierto, como apuntábamos hace unas semanas en este mismo espacio, que ya se podía haber pensado en ello mucho antes, hace décadas, y así, convirtiendo al cedé en un objeto atractivo, tal vez la sangría no habría sido tanta, el disco no se habría devaluado del modo en que lo ha hecho. De ahí que los vinilos, pese a sus escasas ventas, estén viviendo una moderada edad, si no de oro, sí de plata.

En todo caso, el presente es el que es y como cantaba Radio Futura hace treinta años, el futuro ya está aquí. Por ello urge que la industria discográfica, antes de perder irremediablemente otro tren (si sucediera ya sería asunto digno de estudio), se ponga las pilas y piense en el «nuevo disco», que ya no es físico pero sigue siendo obra unitaria y artística (o como mínimo creativa, que en algunos casos lo del arte da mucho que pensar) y caigan en la cuenta de los nuevos soportes informáticos que han entrado en nuestras vidas, esencialmente las tabletas (las «tablets», para anglófilos), un formato que nos permite, con pantallas de tamaños muy razonables, navegar por internet, leer, jugar, ver películas y, sí, escuchar música…

En estos momentos resulta muy incomprensible que uno descargue un disco en una tienda digital y que aparte de las canciones el único extra que se lleve sea un irrisorio jpg de la portada; una birria. Se entiende, aunque poco, que dado que la función primordial de estas descargas es escuchar canciones en minúsculos lectores de mp3 se considere que no hace falta mucho más, sin embargo las tabletas ofrecen todo un mundo de nuevas posibilidades con las que cuidar y agasajar al aficionado, al que además de música quiere letras, créditos, fotos, información… Las tabletas permiten, gracias a su formato, ofrecer esos contenidos sin que el consumidor quede ciego en el intento de leerlos o verlos, además, se pueden incluir vídeos, contenidos interactivos… Por ese lado, tal vez (que aquí nadie tiene la verdad absoluta o infalible, y mucho menos el que escribe, que en ese caso hace tiempo que andaría retirado del mundo, viviendo de rentas y no consumiría su tiempo escribiendo estas cosas), se pueda convencer a aficionados reacios a las nuevas tecnologías a pasar por la caja digital, pues la experiencia de oír música se asemejará muy mucho a la ya conocida: escuchar las canciones en su secuencia, seguir las letras, ver fotos, conocer detalles de la grabación. Y todo en el mismo lugar donde se almacena y escucha la música, ¡y sin inversiones paralelas en estanterías! A los que nos gusta «tocar» los discos no estaremos en el paraíso, pero sí puede hacernos más grata la experiencia, aproximarla a la que conocemos y con la que nos hemos educado. Echando a volar la imaginación (que es gratis), las posibilidades que abren las tabletas tanto para nuevos discos como para cuidadas reediciones digitales para coleccionistas pueden ser extraordinarias.

De paso, el comprador ocasional (¡no se rían, que seguro que alguno hay!), el que se ha educado sin tener acceso a esos contenidos que consideramos consustanciales a los discos desde mediados de la década de los sesenta, probablemente chapotearía por ellos, tal vez los apreciara, quizá los echara de menos cuando no los encontrara. Así se contribuiría a educar, o reeducar, a las generaciones del mp3, al menos se intentaría, pues la información estaría a su alcance… Pero las tabletas comienzan a formar parte de nuestras vidas –sin crisis económica de por medio su desembarco habría sido imparable– y no parece que haya reacción, cuando por ellas pasa gran parte del presente de la música grabada y, sin duda, de su futuro. Con ellas el «disco» (la obra unitaria) puede volver a ser, pero no hay mucho tiempo que perder. Hay que comenzar a diseñar ese nuevo disco ya mismo.

 

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Anterior entrega de El oro y el fango: En el vagón de cola.

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