«La música, con la muerte del cedé, dejará de difundirse en formatos físicos. Es el fin de un ciclo, de toda una era. Pero no hay de qué lamentarse, este es el tiempo que vivimos, y hay que asumirlo»
Se rumorea que la industria del disco abandonará los cedés en cinco años. Será el fin de un tiempo para la música grabada. Sobre ello reflexiona Juan Puchades en esta nueva entrega de «El oro y el fango».
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
El rumor llega desde Sony Music en Estados Unidos: en cinco años, allá por 2018, la industria del disco dejará de fabricar cedés. Pese a que se ha ido estirando el momento de la defunción de los discos compactos, parece que el fin, definitivamente, ya asoma en el horizonte. En cinco años, muertos. Adiós al formato que sustituyó al vinilo.
Que el camino hasta llegar aquí ha sido un despropósito, no lo duda nadie. Algo entre la gran estafa y el sinsentido: se nos aseguró que sería el formato definitivo, que los cedés durarían para siempre, que aguantarían arañazos y golpes, que la calidad de sonido era perfecta… y todos pasamos por caja para adquirir los viejos discos que teníamos en vinilo en el nuevo formato, que al principio doblaba el precio respecto a los elepés. Pero, en un giro descarnadamente irónico, a la misma velocidad con que las discográficas abrazaron el nuevo invento, poco después (menos de una década) este fue barrido y humillado por la tecnología digital.
De ese fin que se avecina, se perciben en los últimos tiempos algunas señales evidentes, sobre todo una relacionada con los ordenadores: la mayoría de los nuevos, de sobremesa o portátiles, hace meses que salen de fábrica sin lector/grabador de cedé/deuvedé (ha habido compradores francamente indignados que han dejado oír su lamento). Los discos plateados han perdido la batalla frente a los discos duros externos o las memorias usb. Incluso están proliferando las cadenas de alta fidelidad sin reproductor de cedés (diseñadas solo para formatos digitales, que en wav o flac pueden ofrecer la misma calidad que un cedé). Por ello, están reapareciendo unos chismes que parecían completamente olvidados: los discos ópticos grabadores/reproductores, aquellos aparatos que surgieron hará unos quince años (y que costaban un dineral, ahora no), y que son una buena solución para volcar al ordenador cedés y deuvedés, porque quien más o quien menos, todos conservamos pilas de ellos, y antes de que en un futuro no muy lejano quizá no tengamos dónde reproducirlos, habrá que comenzar a pensar seriamente en preservar su contenido.
Al paso que vamos, puede que encontrar lectores de cedés, con su entrañable rayo láser (ese hijoputa que cuesta más dinero cambiarlo que comprarte un equipo nuevo: otro ejemplo más de obsolescencia programada), acabe por resultar una odisea. Que es algo que ya vivimos cuando, ay, el desembarco del cedé fue imparable, y durante bastantes años localizar platos que reprodujeran vinilos no era cosa sencilla, aunque hoy vuelven a ser algo habitual (así que, por si acaso, no te deshagas de tus cedés, no sea que en quince o veinte años una moda nostálgica los revalorice).
La música, con la muerte del cedé, dejará de difundirse en formatos físicos. Es el fin de un ciclo, de toda una era. Pero no hay de qué lamentarse, este es el tiempo que vivimos, y hay que asumirlo. Lo que sí preocupa es el recorrido que andará a partir de ahora la música grabada. Porque, hasta que se cumpla ese plazo de cinco años, serán muchos los artistas que dejarán de ver cómo sus discos se editan en formato físico. Sus seguidores perderemos (sobre todo los que continuamos queriendo «tocar» los discos), pero también se abrirá una brecha entre artistas de primera y segunda división: los que podrán permitirse seguir publicando en cedé y los que no (que de hecho ya está sucediendo).
Todo ello plantea varias dudas: transcurrido ese periodo de un lustro, ¿no habrá ediciones en cedé, en pequeñas tiradas, de aquellos artistas con un colchón más o menos mullido de seguidores dispuestos a comprarlos? ¿Qué pasará en mercados minúsculos, como el español, donde las ventas de música digital son ridículas (no hace falta recordar que aquí no quiere pagar ni dios)? ¿Será sostenible la grabación de álbumes que sin formato físico que comercializar serán imposibles de amortizar, aunque sea en parte? ¿Se reducirá la calidad de las grabaciones (también está pasando ya)?
En paralelo, los más firmes militantes del vinilo están convencidos de que las ventas en este formato van para arriba, y que ahí está la salida: en regresar a los viejos microsurcos. Desde luego, la venta de vinilos en términos globales ha aumentado, pero caso por caso, disco a disco, y centrándonos en el mercado español, no. Aquí la venta de vinilos es anecdótica. Y es que, de media, las tiradas son de quinientos ejemplares, y hay artistas autoeditados que las reducen a doscientas copias; es decir, casi que hablamos de artesanía (lo de industria comienza a quedar muy, pero que muy lejano). ¿Pueden esas ventas sostener los costes mínimos de grabación y edición? No. Como cantaba Radio Futura, «el futuro ya está aquí».
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Los cuatro primeros años de “El oro y el fango” se han recogido en un libro que solo se comercializa, en edición en papel, desde La Tienda de Efe Eme. Puedes adquirirlo desde este enlace (lo recibirás mediante mensajería y sin gastos de envío si resides en España/península).
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Anterior entrega de El oro y el fango: Cuando The Velvet Underground se merendó la obra de Lou Reed.