«La vida es mucho más que una única dirección y el rock es uno de los caminos que nos ofrece la música popular, pero hay muchos más, tan gratificantes y satisfactorios como él. Descubrirlos solo es cuestión de tener la mente abierta»
Para los aficionados al rock, esa es la única música posible, la única de verdad, la única buena. Pero la música popular está plagada de caminos y variantes con los que disfrutar.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
Los aficionados al jazz, entre los seguidores de cualquier otro género de música popular, son de lo peor que he conocido: consideran al jazz una música culta –hábilmente todos olvidan que nació para la diversión, para ser bailada, y creada por gente que no sabía escribir ni leer una partitura– y miran por encima del hombro, con enfermiza condescendencia, a cualquiera que se interese por otros estilos musicales. Ellos tienen acceso a la verdad y están un escalón (o tres o cuatro, ¡incluso diez o doce!) por encima de los pobres mortales que no han sido iniciados en el Gran Género. Si se te ocurre confesarles que sí, que te gusta el jazz, y mucho, pero también el rock, la canción de autor, el soul o el pop te considerarán un pobre tarado que no sabe ni dónde tiene la nariz. A lo largo de los años me he cruzado con algunos de ellos, y sé de lo que hablo. Por el contrario, y en un polo diametralmente opuesto, el aficionado al heavy se sabe parte de una secta reducida, es feliz con lo suyo y deja que el mundo, lejos de las melenas, las calaveras, las chupas de cuero, las camisetas negras o las tachuelas, siga su curso. Sencillamente, no le importa lo más mínimo. Él va a su aire y todo lo demás le da lo mismo. No pretende dar lecciones.
Más peculiar es el aficionado al rock. Al Rock con mayúscula. Comprende que dentro de éste habitan subgéneros, los aprecia pero tiene muy claro que hay una frontera muy definida que delimita al rock de otras cosas y, por supuesto, el rock es lo único que merece la pena. Es más, el rock es la única música de calidad. Ellos no lo saben, pero, en realidad, no están tan alejados del pensamiento del seguidor del jazz, con la diferencia de que éste (aunque obcecado) suele ser pacífico y poco ruidoso (es lo que tiene la edad y el pasarse horas y horas con los ojos cerrados escuchando tomas alternativas de la misma canción), mientras que el del rock tiende a estar tan cargado de razón que se lo tiene que hacer saber al mundo: deja caer su opinión siempre que tiene ocasión y las razones que argumenta suelen ser indiscutibles, de peso, del tipo «el rock es lo que mola». Pensamiento tan directo como simple con el que reafirmarse en lo suyo sin posibilidad de dudas y que puede ser ampliado con un sólido «lo demás no vale nada».
El rock, como la práctica totalidad de los géneros musicales contemporáneos (eso que deberíamos llamar sin temor música popular), nació de la fusión, de la eclosión de diferentes músicas y su evolución desde el principio, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, se ha desarrollado, precisamente, desde la permeabilidad, desde la deglución de otros géneros (sin necesariamente profundizar en ellos, pudiendo tomar prestados elementos casi como mero elemento cromático). Para comprobarlo podemos recurrir a la siempre socorrida pero reveladora discografía de los Beatles: en ella se pueden apreciar las huellas primigenias de los pioneros, pero disco a disco (o casi canción a canción) se asiste a la reformulación de los patrones que sustentan al género, haciéndolo crecer y reinventarse. Pero hay más (cientos de miles de ejemplos): ¿acaso lo que practica Bruce Springsteen no surge de la evolución que lleva desde el primer rock hasta la intensa refundación que planteó la Creedence Clearwater Revival; no asume también el cancionero de los folksingers previos a Dylan y el de éste mismo; no toma prestadas soluciones sonoras y ritmos propios del soul de Stax y Motown? O podemos ir al extremo: ¿Qué diantres tiene que ver Metallica con Chuck Berry?
El rock, que nadie se lleve a engaño, es un género, ¡afortunadamente!, que busca la perversión constante, abierto y en continua evolución. Los músicos que lo practican lo saben. Quizá ni se lo planteen y simplemente asuman que en él todo tiene cabida, sin mayores consideraciones. Por ello no deja de resultar sorprendente la actitud cerril de muchos de sus seguidores, refractarios a todo aquello que no huela a riffs y electricidad, ¡cuando sus propios héroes son mucho más abiertos de mente que ellos! ¡Cuando la música que consumen nace de la mezcla!
Claro, que se podrá argumentar que esto sucede con casi todos los públicos. Ahora mismo el caso más evidente es el del indie, entre cuyos seguidores, tan modernos ellos, podemos ver la misma terca actitud, la misma ceguera o, mejor, sordera (creo que en este caso, incluso en los músicos que lo practican y en los periodistas que lo apoyan), pero ahí, ni entro.
Siempre he creído que fui un afortunado por haberme iniciado en la música desde el rock, pero escuchando en paralelo todo tipo de géneros, sin hacer distingos, despreciando solo aquello que no me removiera algo por dentro. De ese modo, desde temprano comprendí que la música está aquí para darnos placer y que ceñirse a un estilo es despreciar otros que pueden conmovernos, emocionarnos, hacernos más placenteros algunos instantes vitales, ayudarnos a sobrellevar otros. Por ello siento una enorme tristeza cuando veo u oigo comentarios relativos a la bondad del rock como única dieta musical posible, es como limitarse a un único género literario o cinematográfico, como comer siempre el mismo plato o vestir la misma ropa. La vida es mucho más que una única dirección y el rock es uno de los caminos que nos ofrece la música popular, pero hay muchos más, tan gratificantes y satisfactorios como él. Descubrirlos solo es cuestión de tener la mente abierta. Y de contar con algo de sensibilidad.
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