El oro y el fango: El mapa del tesoro Beatle

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«Facturaban álbumes de una media de catorce temas, con una duración de cada uno que rara vez superaba los tres minutos (lo habitual eran dos y poco), lo que daba como resultado elepés de no más de media hora»

En esta entrega de El oro y el fango, Juan Puchades recuerda a los Beatles, su grandeza, su concepto de la canción pop, tan vigente todavía.

 

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

 

Hay quienes gustan referirse a la discografía Beatle como «las sagradas escrituras» o «la biblia». Personalmente, y por aquello de obviar las pavorosas referencias religiosas, prefiero pensar en ella como en el mapa del tesoro. Una obra imprescindible a la que puedes recurrir cuando quieras y que siempre te llevará a gozar de un tesoro, ya conocido, por supuesto, pero inagotable, aquel que guarda el mayor legado del rock y del pop, la más completa y emocionante de sus enseñanzas. Un mapa, en suma, que conviene no perder de vista y al que hay que regresar cada tanto, por aquello de refrescar conceptos históricos y formatear el disco duro mental.

En esas andaba últimamente, reescuchando con calma y delectación la discografía de los Beatles, cuando la vida decidió mostrar una vez más su lado más horrible y dar otro de esos zarpazos inmisericordes que te tienen en vilo durante una decena de días mientras compruebas, de nuevo, lo complicado que es para un cuerpo humano abandonar este mundo por sus propios medios, sin ayuda médica y sin los mínimos de dignidad (por la cobardía e hipocresía de una sociedad que no quiere ofender a los católicos, legislando para todos en función de sus creencias; de ahí que cada día, a cada minuto que pasa, me repugne más todo lo relativo a cuestiones religiosas). Pese a la tristeza, decidí no renunciar a mi plan Beatle. Así que por las noches, ahí estaba, con los auriculares en las orejas redescubriendo una de las mayores colecciones artísticas que nos dejó el siglo XX. Los Beatles, esta vez, además, me permitieron desconectar de la fea y desoladora realidad o por lo menos paliar en gran medida, y durante un rato cada día, el dolor y la pena.

Pero mis problemas personales al lector le importan poco, así que es preferible que les hable de los Beatles, que es mucho más agradable y el motivo que me traía aquí. Sobre todo porque pasan los años y no deja de sorprender la excelsa música que grabó el cuarteto. Pero es que, por increíble que parezca, el próximo octubre se celebrará el cincuenta aniversario de la edición de su primer single, y su música, a día de hoy, sigue resultando algo memorable y, en muchos casos, insuperable. Una suerte de tratado que conecta el rock y el pop del pasado con el futuro: en los Beatles se pueden rastrear las huellas de Chuck Berry,  Elvis Presley y Buddy Holly tanto como las de los Everly Brothers o las de los crooners, las del soul de Motown (de las Marvelettes o The Miracles), las del cancionero popular británico y estadounidense, incluso se revelan ecos del jazz. Pero encerrados desde 1966 a investigar en el estudio, los Beatles desarrollaron TODAS las posibilidades, metieron la nariz en todos los platos, muchos de ellos cuando todavía no se habían inventado, no tenían nombre o tardarían décadas en desarrollar todas sus posibilidades: psicodelia, sinfonismo, garaje, progresivo, mestizaje, world music… Pero todo eso ya lo sabemos, no hay mucho nuevo que contar al respecto: centenares de libros se han dedicado a recordárnoslo.

Sin embargo, en estas nuevas escuchas (efectuadas con las ediciones remasterizadas de 2009: sí, a mí me gustan, y en estéreo, pues incluyen infinidad de matices que habían quedado opacados en las ediciones anteriores tanto en vinilo como en cedé) me ha sorprendido una vez más la frescura y poderío de los primeros tiempos, lo bien que sonaban, cómo podían atravesar géneros o combinar temas propios y versiones manteniendo siempre un sonido característico, plenamente identificable, siendo, en el caso de las versiones, respetuosos con el original pero haciéndolo propio (como ejemplo se puede escuchar ‘Please Mr. Postman’ o ‘Twist and shout’). Es verdad que puede parecer que el éxito en aquellos primeros tiempos, la beatlemanía, fue algo exagerado, pero más allá de ello, la calidad de los Beatles como formación rock con sentido pop no tuvo parangón: el beat británico y sus ramificaciones dejó grandes discos, nadie puede dudarlo, pero… lo de los Beatles es otra cosa, algo así como la conjunción de todos los géneros en un solo grupo capaz de deglutirlos y lograr que sonaran a algo inédito y de calidad inigualable. Es imposible situarse en 1963 con los oídos limpios de referencias, pero sí se puede entender que cayeran como una bomba.

El segundo aspecto que, por contraste con el presente, más me ha llamado la atención ha sido comprobar cómo hasta «Revolver» (1966) facturaban álbumes de una media de catorce temas, con una duración cada uno que rara vez superaba los tres minutos (lo habitual eran dos y poco), lo que daba como resultado elepés de no más de media hora (con «Sgt. Peppers» llegaron a los cuarenta minutos para trece cortes). Desde ese momento, los temas en los que se extienden más allá, alcanzando la cima en los ocho minutos de ‘Revolution 9’ (del álbum blanco, 1968), son escasísimos: los Beatles contaban lo que tenían que contar en un formato estándar, y solo cuando era absolutamente imprescindible, un tema alcanzaba los tres o cuatro minutos. Puede parecer una nimiedad, pero acostumbrados en los últimos tiempos a discos que tienen una duración media de una hora (para una docena de canciones como mucho), conviene fijarse en lo que eran capaces de hacer los Beatles. Es una lección que mucho músico actual tendría que repasar: la cantidad de cosas que se pueden contar en dos minutos y unos cuantos segundos es algo sensacional: la mucha música que se puede desarrollar en ese tiempo, las posibilidades que ofrece una letra para tal minutaje, cómo se pueden elaborar melodías, puentes, repetir estribillos, diseñar arreglos complejos e, incluso, dotar a un tema de diferentes ambientes musicales. Se dirá que eran otros tiempos, pero no, el pop y el rock, sus esencias por lo menos, siguen siendo las mismas. No fueron los únicos que entendieron que esa era parte de la sustancia de una canción pop (y uso el término como sinónimo de popular). Pero sí fueron los artífices más geniales, una suerte de magos siempre con varios conejos escondidos en la chistera y múltiples ases en la manga. Su discografía debería ser de escucha obligada para todo aquel que quiera saber de la historia del rock. Sin ellos es imposible conocer y entender todo lo demás. Y hace ya cincuenta años desde que comenzaron a dibujar el mapa del tesoro, simplemente inconcebible.

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