“Nosotros solo compramos los formatos sencillos mientras fantaseamos con cómo serán esos libros y discos extra que incorporan las ediciones opulentas”
Oyentes pobres y oyentes ricos. Esa es la realidad en el mundo de las reediciones discográficas, donde abundan los lanzamientos limitados y exclusivos para coleccionistas pudientes.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
La noticia se publicó esta semana aquí mismo: Jimmy Page reedita dos bandas sonoras agrupadas en un solo álbum, de título “Sound tracks”. Como viene siendo habitual en este tipo de lanzamientos, se comercializa tanto en vinilo como en cedé. Todo perfecto. Y como también es común en las reediciones, habrá una caja limitada para coleccionistas aliñada con un libro. Una de esas que suelen tener precio prohibitivo y que los humildes nunca alcanzamos ni a oler. Son las “box set” para coleccionistas adinerados dispuestos a hacerse con un cotizado objeto de deseo diseñado como tal. La novedad en esta ocasión reside en que la tirada es únicamente de ciento nueve ejemplares y que los compradores de los mismas serán elegidos mediante sorteo. ¡Ole, Jimmy!
Ya no vale con disponer de holgada tarjeta de crédito presta a ser utilizada, sino que mediante este sistema tan ingenioso, el pudiente seguidor de Page no se asegura la compra siendo de los primeros en hacer la reserva de la caja o lanzándose a por una el día que se ponga a la venta: tendrá que esperar al sorteo para ver si la fortuna le ha acompañado. Además, este método (tramposamente democrático y horizontal) subraya la exclusividad y convierte lo que de por sí es pieza limitadísima, en producto muy preciado desde el primer momento. Cierto que los especuladores profesionales quedan de lado (esos expertos en hacerse con varias copias para revenderlas posteriormente a mayor precio), pero se instala en la mente del comprador interesado la idea de que pillar esta caja de Page no será tarea sencilla: para lograrlo, el inasible azar entra en juego (nunca mejor dicho) y tendrá que ponerse de su parte. De ese modo, las unidades fabricadas resultarán más codiciadas, si cabe.
¿Guarda esto similitudes con el mundo del arte? Más o menos. Las ediciones limitadas siempre han existido, pero en los últimos tiempos asistimos a la proliferación de este tipo de ediciones discográficas que en formato lujoso incorporan libros únicos y grabaciones no incluidas en las ediciones “populares” (para pobres, por entendernos). Es un efecto colateral de la depreciación y extinción del cedé: puesto que la venta de álbumes físicos ha caído estrepitosamente, con obras que rozan lo artesano se busca la supervivencia en el reducido caladero del coleccionista, en el seguidor de determinados nombres clásicos dispuesto a desembolsar una pasta en ediciones especiales con las que tenerlo “todo” de su ídolo. Pero, más allá del placer, el comprador también es consciente de que esas ediciones son una “inversión” a corto, medio o largo plazo. Aunque cabe preguntarse qué precio alcanzará de aquí a cincuenta años un mamotreto con cuatro o seis cedés que, probablemente, no haya donde reproducirlos.
Claro, que ese no es nuestro problema, nosotros solo compramos los formatos sencillos mientras fantaseamos con cómo serán esos aparentemente apetitosos libros y discos extra que incorporan las ediciones opulentas de, pongamos por caso, Paul McCartney y Wings (ahí duele) y que nos estamos perdiendo. Pero, justo, se trata de eso, de provocar el deseo por lo que no puedes alcanzar. Es economía de mercado y la evidente constatación de que la obra discográfica en formatos físicos cada día está más alejada del arte popular que fue y trata de sobrevivir mientras puede reinventándose como objeto de culto.
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