«Tendríamos que reflexionar sobre si el indie no será un nuevo ‘mainstream’, porque el dinero de la publicidad, como todos sabemos, va allí donde circula la ‘corriente dominante’, y uno más uno suman dos»
Juan Puchades, echando mano de unos lejanos episodios en los que se fue a la yugular de Miguel Ríos por contar con patrocinadores para sus giras, analiza cómo hoy los patrocinios son moneda corriente en la escena indie.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
Si te interesa la historia del rock español, «Cosas que siempre quise contarte», las memorias de Miguel Ríos, es tu libro. Su lectura resulta absolutamente imprescindible, pues no solo repasa su increíble anecdotario personal sino que sirve de recorrido para comprender mejor cómo se levantó el género en nuestro país (en el convencimiento desde la industria discográfica de que no sería más que una moda pasajera…) y cómo ha ido evolucionado a lo largo de las décadas, con la visión y las vivencias del que siempre estuvo ahí, en el ojo del huracán.
Entre lo mucho relatado por Miguel destacan dos episodios relacionados con los medios: cuando en 1978 puso en pie la gira «La noche roja» y la prensa se le lanzó a la yugular por… ¡contar con una marca de vaqueros como patrocinador! Si te patrocinan, que los conciertos sean gratuitos, se llegó a argumentar. Y el segundo, pocos años después, cuando la historia se repitió pero amplificada con la gran gira que llevó por vez primera el rock español a los estadios de fútbol, «El rock de una noche de verano», en esta ocasión con un refresco como patrocinador. La teoría era que Miguel Ríos iba a por la pasta (más o menos como hacemos cualquier hijo de vecino), y nadie se planteó la infraestructura que movía cada concierto de la gira, y que el dinero de los patrocinadores ayudaba a abaratar. Tanto se insistió en ello que Ríos se puso de los nervios y comenzó a verle las orejas a la depresión.
Por entonces, ya ven, lo de los patrocinios resultaba asunto feo. Si recurrías a ellos no solo no eras auténtico, eras un puto vendido, un maldito pesetero y un jeta de mucho cuidado.
En 2013 la situación ha cambiado radicalmente: no solo no se cuestiona nada relativo a los patrocinios en la música (y bien está que así sea), sino que parece normal que no se limiten a apoyar económicamente una gira y que, incluso, las marcas comerciales puedan dar nombre a festivales o salas de conciertos. Como resultado, vemos cómo en los medios se repiten con cierta delectación determinadas marcas (el caso de Radio 3 es lamentable, que es una emisora pública se supone que sin publicidad), cuando casi siempre pueden obviarse si se recurre a la nomenclatura principal y conocida del festival en cuestión, sin necesidad de mencionar las marcas asociadas. Si echáramos mano de hemeroteca, igual encontrábamos medios o periodistas que pusieron a caer de un burro a Miguel Ríos por recurrir a patrocinadores, que, años después, han salpimentado sus escritos con nombres comerciales vinculados a determinadas iniciativas.
Para hacernos una idea de hasta dónde se ha llegado con los patrocinios, baste decir que hay una cervecera que en algunas giras que llevan rotulado su nombre no se limita a poner dinero encima de la mesa, sino que va mucho más lejos: contrata las salas, paga a los artistas y, por supuesto, recauda los ingresos por venta de entradas. Es decir, en la práctica se ha transformado en promotora. Con lo cual tiene el control absoluto del negocio y conoce perfectamente el tirón de cada artista «patrocinado». Lo llamativo es que el grueso de los artistas con los que opera (como casi todas las marcas de cerveza) son indies, es decir, gente que renuncia a trabajar con una discográfica grande (lo del tamaño ahora es muy relativo, que las distancias se han reducido mucho) para mantener (aparentemente) su independencia y la libertad de crear la música que le venga en gana (como si los demás no lo hicieran). Sin embargo, sin complejos, se dejan querer y no les importa lo más mínimo asociar su nombre al de una bebida o depender de ella para poder girar.
Mientras, los medios que se mueven en ese espacio (y que obtienen publicidad de las marcas patrocinadoras, que no hay que olvidarlo), practican un juego sinuoso: desprecian o ignoran a quienes consideran artistas «mainstream» –que prácticamente no tienen acceso a esos patrocinios, ¡ni a ninguno!–, y defienden la (supuesta) pureza de una escena que, mire usted por donde, luce casi tantos logotipos como Fernando Alonso en su mono. Lo cual tendría que hacernos reflexionar sobre si el indie no será un nuevo «mainstream», porque el dinero de la publicidad, como todos sabemos, va allí donde circula la «corriente dominante», y uno más uno suman dos… Sea como sea, ¡cuánto cinismo nos gastamos!
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Anterior entrega de El oro y el fango: El incomparable presente de Ariel Rot.