«El naciente rock and roll estaba cambiando no solo la música, estaba modificando hábitos y, de paso, le dio la vuelta a la historia de la radio.»
La radio fue esencial en la expansión del rock and roll y en los siguientes movimientos pop. Pero hoy la radio musical ya no es lo que fue. O puede que la música popular haya dejado de sorprender.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
En «Último tren a Memphis», la descomunal biografía sobre Elvis Presley que escribió Peter Guralnick (editada en castellano en dos tomos por Global Rhythm), se describe con detalle de historiador y precisión de cirujano ese momento irrepetible en el que la radio fue esencial en el despegue del rock and roll: Dewey Phillips, un singular y entusiasta locutor de Memphis que tiene en el público negro al grueso de su tropa de oyentes (y a seguidores blancos de la música negra), escucha una noche en los estudios de Sun Records, a petición de su amigo Sam Phillips (con el que no guardaba ningún parentesco), el tema ‘That’s all right’, que Elvis ha grabado esa misma tarde, cantando y rasgando la guitarra rítmica en compañía de Scotty Moore (guitarra) y Bill Black (contrabajo). Lo escuchan una y otra vez a lo largo de la velada, sin intercambiar demasiadas palabras, trasegando güisqui y cerveza. A la mañana siguiente, el locutor telefonea al productor y disquero para decirle que no ha podido dormir, que esa misma noche quiere pinchar la canción en la radio. Y se obra el milagro, en la emisora se disparan las llamadas pidiendo que el tema vuelva a sonar. Hasta siete veces se escuchó aquella noche a petición popular. Por el momento, no tienen claro qué es lo que hace Elvis, cómo se llama eso que ha brotado en el estudio de casualidad, con Elvis cansado, dando la sesión de grabación por perdida (y de paso, teme, su futuro) y haciendo un poco el tonto mientras Moore y Black, espontáneamente, comenzaron a seguirle. Aquello partía del blues, pero aunque Elvis cantaba como un negro no tenía que ver exactamente con el rhythm and blues, y parecía que lo atacara con la esencia de las canciones de hillbilly (de hecho, a este estilo se adscribirá a Elvis en los primeros meses) pero estaba en las antípodas de los tradicionalistas. Ese jovenzuelo de 19 años estaba haciendo algo nuevo, fresco, diferente.
En días sucesivos, las demás emisoras de Memphis se suben a la ola y pinchan la canción, que se convierte en un éxito antes de ser plastificada. El trío graba otro tema (una versión de ‘Blue Moon of Kentucky’) para lanzar un single (la mítica referencia 209 de Sun Records) del que, antes de entrar en fábrica, ya hay seis mil pedidos en firme, algo inédito para el minúsculo sello de Sam Phillips, especializado en grabar a músicos negros. Todo eso es Historia, del rock and roll por lo menos. Sin embargo, en los márgenes de ese relato coexisten algunas otras varias historias paralelas, menores, una de ellas protagonizada, como se ha visto, por la radio. Pero hay más, pues no todo quedó en Memphis: el propio Sam Phillips (quien acuciado por la necesidad y la precariedad de su negocio se comportaba como un adicto al trabajo) iba de aquí para allá ofreciendo sus discos a las emisoras y a los distribuidores de jukeboxes. En un momento dado, Phillips llega a Tupelo, la localidad natal de Elvis, pero en la emisora de turno no quieren programar el disco, no entienden el nuevo sonido (ni las ásperas producciones de Sun Records en general), el director comercial de la emisora comenta a Peter Guralnick: «[los adolescentes de la ciudad] Nos estaban molestando muchísimo. Sam [Phillips] llamó y me dijo: ‘He oído que te están pidiendo la música de Elvis Presley’. Le contesté: ‘Sí’. Y él me preguntó: ‘¿Y no la vas a poner?’. Yo le dije que era una porquería». Phillips, paciente, le hace entender que el mundo ha cambiado, logra que pinchen a Elvis y llega la revelación para el directivo radiofónico: «Así que la pusimos y a partir de entonces, la música empezó a cambiar, cambió muy deprisa a partir de aquel momento. Los jóvenes empezaron a escuchar la radio en vez de meter una moneda de cinco centavos en una jukebox. Cuando pienso en ello, es ahí cuando la cosa empezó a cambiar». Sí, el caballero dio con la clave: el naciente rock and roll estaba cambiando no solo la música, estaba modificando hábitos y, de paso, le dio la vuelta a la historia de la radio.
Todo eso sucedió en 1954. Es decir, hace la friolera de cincuenta y ocho años. Toda una vida, como en el bolero.
Hoy la radio musical es un pálido reflejo de lo que fue, de las convulsiones que vivió durante las décadas de los cincuenta, los sesenta y los setenta, con su último momento de gloria coincidiendo con el nacimiento primero del punk y después de la new wave. Pero también hay que aclarar que, desde entonces, pocas cosas han sucedido en el pop que hayan resultado trascendentes (el grunge fue fenómeno global gracias a la televisión, principalmente a la MTV). El tiempo de las grandes revoluciones en la música popular ha quedado atrás, como si todo estuviera inventado y solo se viviera de reciclar, con más o menos tino, patrones preexistentes.
Si nos fijamos en España, la última gran sacudida en la radio musical tendríamos que buscarla en los primeros años ochenta y en Radio 3. En especial con un locutor como pieza esencial: Jesús Ordovás, capaz él solo con su «Esto no es Hawaii» (más tarde el «Diario pop») de que jóvenes de todo el país sintonizáramos noche tras noche su programa a la búsqueda de esos sonidos que nos sorprendieran: el pop local, en castellano, casi cada día sumaba un nuevo nombre a una escena independiente en permanente estado de ebullición y allí estaba Ordovás canalizando todo ese talento. Sé que esto es una barbaridad completamente reduccionista, pero Jesús casi que sostuvo él solo una escena dinámica que generaba entusiasmo (eso es lo que Sam Phillips buscaba constantemente desde su estudio, grabando a músicos negros a los que nadie les habría dado ni los buenos días) y movimiento, que puso en el disparadero a multitud de grupos que se lanzaban a la aventura de grabar discos y tocar en directo. Luego, en un inesperado giro del destino, Los 40 Principales decidieron dar la espalda a las grandes discográficas ante un plantón de éstas (que se negaban a seguir aceptando sus condiciones) y, casi como un insulto o una venganza, comenzaron a programar la música de los sellos independientes españoles. En ese preciso instante, la bola pop lanzada montaña abajo, fue imparable, creció y creció. Así, ya de forma masiva, se forjaron los primeros éxitos de muchos de los que serían grandes nombres de los ochenta, que vieron como sus ventas y popularidad se multiplicaban por miles gracias a la emisora pop comercial de mayor audiencia. De ahí la leyenda y mitificación de aquella década, porque el pop salió del reducto de entendidos y se coló con naturalidad por todas partes. Pero seguramente nada de eso habría sucedido si la música del momento (la que nutría a los sellos independientes) hubiera sido un tostón que durmiera a las piedras. Sin embargo se dieron todas las circunstancias y el entusiasmo y la vitalidad de aquellos nuevos sonidos cambiaron radicalmente la historia del pop local. Un momento irrepetible, por supuesto.
Hoy la radio musical tiende al sopor: la comercial por pensar (seguramente con razón) que sus oyentes o bien son adolescentes descerebrados dispuestos a tragar con cualquier cosa o bien adultos anclados en el pasado que solo quieren escuchar infatigablemente los éxitos de su juventud. El espacio para la creación, el riesgo o la emoción no tiene cabida. Respecto a la pública (es decir, Radio 3), salvo honrosas excepciones, transita entre la uniformidad más estéril y la anorexia intelectual. Pero, ¿la radio es así porque quiere serlo o porque la música actual no da para más? Sin duda hace mucho que no hay movimientos musicales capaces de cambiar la sociedad, y muy probablemente no los habrá nunca más. Como no es menos cierto que el poder de la radio musical retrocede día a día ante las nuevas formas de difusión que ofrece internet. Los tiempos, sin duda, han cambiado.
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