El oro y el fango: Cuando las críticas duelen

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«Debemos olvidarnos de los condicionantes personales al hacer nuestro trabajo, debemos permanecer ajenos a ellos o no habría manera. Tenemos que apelar a nuestra honestidad»

Recurriendo a una anécdota personal, Juan Puchades se pregunta hasta qué punto las críticas pueden erosionar la moral de un artista, si pueden hacerle daño.

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

Era ya de madrugada, estaba en Madrid, en Balmoral, el bar que mitificó Loquillo, quien aquella noche también andaba por allí junto con algunos músicos más. Desde una mesa, un manager, también amigo, me llamó, quería presentarme a una de sus más jóvenes representadas. La chica había publicado hacía poco su debut, un disco que pretendía orientarse hacia el rock pero que hacía aguas por todas partes. Me preguntó si lo había escuchado, respondí que sí y añadió aquello tan temido de «¿qué te ha parecido?». Y fui sincero. En exceso. En estos casos, el sentido común aconseja que emplees la mano izquierda, que eludas la cuestión como buenamente puedas, recurriendo al Manual de Lugares Comunes. Pero, no, en ocasiones tengo unos prontos de sinceridad que tendría que hacérmelos mirar. Y le dije lo que pensaba de su disco. Brevemente y sin pasarme, pero también sin rodeos. El resultado fue que agachó la vista mientras me escuchaba y cuando volvió a mirarme, tenía los ojos anegados de lágrimas. Era tarde para morderme la lengua, pero un buen momento para que la tierra me tragara, o para echar a correr. Hice lo que pude: ser amable, decirle que no pasaba nada, que solo era un primer disco, que en el siguiente las cosas saldrían mejor, que pusiera todo su empeño en ello… y me escabullí con rapidez en busca de una copa en la que perderme y maldecirme.

Creo que nunca como aquella noche fui consciente de lo mucho que una crítica puede doler, cómo nuestra valoración sobre la obra ajena puede hacer daño. Esas lágrimas me taladraron. Han pasado diez años y cuando pienso en ellas todavía me escuecen. ¿Acaso los críticos somos conscientes, cuando escribimos una crítica, del daño que podemos ocasionar…? Pero, claro, si fuéramos condescendientes y solo destacáramos lo bueno, flaco favor le estaríamos haciendo al criticado (en realidad, lo que valoramos es su obra) y a quien nos lee. Pero si somos sinceros y reflejamos lo que opinamos de un mal disco, ¿cuáles serán las consecuencias? ¿Qué daño personal estaremos causando? Es una cuestión peliaguada que, por lo general, resuelve la distancia: no vemos ni conocemos la reacción del artista frente a nuestras palabras. Y de ese modo se puede trabajar. Se sobrevive. Porque no piensen que el crítico se cree una suerte de juez supremo que dicta sentencia. No es así. Entiendo que la mayoría intentamos minimizar los posibles daños, sobre todo cuando hablamos de artistas nacionales que sabemos que, con toda seguridad, van a leer lo escrito y que, para colmo, se enfrentan con las inclemencias ambientales propias de nuestro singular hábitat musical. Pero no es fácil. Con los internacionales todo es más sencillo, pues son escasas las probabilidades de que te lean (aunque con internet y el traductor de Google, nunca se sabe).

Indudablemente, debemos olvidarnos de los condicionantes personales al hacer nuestro trabajo, debemos permanecer ajenos a ellos o no habría manera. Tenemos que apelar a nuestra honestidad. Y debemos tener presente que escribimos críticas, no «reseñas». Sin embargo, nunca olvidaré aquellas lágrimas. No es que piense en ellas con frecuencia, pero es un recuerdo que permanece. Que sé que permanecerá.

¿Qué fue de la chica? Aunque le perdí la pista hace años, sé que al poco cambió de manager y de discográfica pero me temo que nunca logró que las cosas le salieran bien, no hubo manera de que enderezara su carrera musical. Pero esa no es la cuestión.

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