El oro y el fango: Críticas y críticos presos de las redes

Autor:

borja-cuellar-25-10-13

«No pasa nada con la información pura y dura, o con una entrevista, pero si esperamos que el músico retuité una crítica de disco, partimos de la premisa de que le agradará lo que publicamos, pues es raro que si te cagas en las entrañas de alguien, te retuité»

 

La relación de los medios y los periodistas musicales con las redes sociales y los artistas, es el motivo de esta entrega de «El oro y el fango».

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

Estamos pilladísimos, completamente atrapados por las redes sociales. Y no me refiero al común de los mortales, que su cuelgue es evidente, sino a los medios de comunicación. En unos tiempos en los que la partida de la supervivencia se juega en internet, con la multiciplidad de medios profesionales, amateurs y blogs personales, lograr que tu noticia destaque, que vaya de aquí para allá, que sea leída, que, en definitiva, sea vista y sume visitas (que es lo que cuenta) obliga a pagar peaje en las redes, esencialmente en Twitter y Facebook. La segunda se ha dado cuenta de ello y ha optado por reducir drásticamente el número de impresiones de cada publicación que compartes en tu muro, principalmente en las llamadas «fan pages», aquellas en las que se suman seguidores y que suelen corresponder a empresas, artistas, productos o personajes públicos. El objetivo es transparente: lograr que se pague por «promocionar» cada publicación. Parece lamentable, y lo es, pero se trata de un negocio, y cada cual en su casa fija las normas que cree conveniente. Lo tomas o lo dejas. Todos aceptamos.

Queda Twitter, que por ahora no cobra y comparte democráticamente pero donde hay que moverse con agilidad, porque pasar desapercibido es demasiado fácil. En el caso de los medios musicales, queda la solución de incluir en un tuit el nombre de usuario del músico del que trate tu noticia. Es una forma de llamar la atención entre sus seguidores y, principalmente, del músico o los gestores de su cuenta (eso que se conoce como «community manager», que en inglés los curros parecen adquirir mayor entidad), en la esperanza de que te retuiteará. Es decir, y no hay que perdérselo: estás pidiendo la ayuda del músico que motiva tu información para que la haga visible entre sus seguidores. Es algo que hacemos todos. Nadie estamos libres de pecado, aunque el método tiene algo de perverso.

Y resulta perverso porque no pasa nada con la información pura y dura, o con una entrevista, pero si esperamos que el músico retuité una crítica de disco, partimos de la premisa de que le agradará lo que publicamos, pues es raro que si te cagas en las entrañas de alguien, tenga a bien retuitearte (aunque hay quien lo hace: la periodista Ana Pastor es bastante proclive a ello) o comparta en su muro de Facebook (que viene a ser lo mismo). Lo que más de una vez me lleva a preguntarme si no habrá quienes a resultas de ello, no serán amables a propósito. Porque, ¿trataremos de llamar la atención del músico con una crítica poco halagadora, corriendo el riesgo de que responda en público acordándose de nuestros allegados, o de que sus seguidores más encendidos salten a nuestra yugular cibernética? ¿Dejaremos de escribir críticas críticas (valga el retruécano, aunque las críticas hace tiempo que pasaron a ser «reseñas») para así ser retuiteados por el criticado, contabilizar más visitas y que vivamos todos en un bucle de plena felicidad compartida? ¿Solo mencionaremos a los músicos cuando las piezas son positivas o elogiosas?

En alguna ocasión he visto, con estos ojos cansados de tanto fijarse en pantallas de ordenador, a jóvenes periodistas ufanarse de que un músico le retuitease o agradeciese una crítica (bastante acrítica), porque la suya sí había sido «elegida» por el artista y no las de los demás. Y uno, en esos casos, se preocupa y se pregunta si estamos bien de la cabeza, si no estaremos ya completamente desnortados y si todo vale y nada importa. Porque una de las premisas esenciales para ejercer la crítica es hacerlo en libertad, y no pensando en agradar a nadie, pero presos de las redes sociales, corremos el peligro de estarlo también de sus servidumbres. Y no.

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