El ombligo del mundo

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DISCOS

«Nombres de peso de la Granada musical se observan y se versionan sin perder su identidad ni la del versionado»

 

VV.AA.
El ombligo del mundo
AYUNTAMIENTO DE GRANADA, 2022

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.

 

La movida de la ciudad de la Alhambra lleva al menos una década pitando de forma periódica y en sorprendente reunión. Ocurrió en los conciertos de Granada en Off (2011), en el de la película En Granada es posible (2015) y en el festival por Ucrania que tuvo lugar hace unos días en el Palacio de Deportes. Los ejercicios de apiñamiento intergeneracional de la escena granadina provocan repetidas loas, tanto dentro, como fuera de la provincia. Un runrún peligroso si advertimos que se trata de la ciudad de la malafollá; un lugar que puede pecar tanto de autocomplacencia como de pegarse sistemáticos tiros en el pie. El caso es que la música de Granada se celebra a sí misma de vez en cuando, aun a sabiendas de que a menudo conviene aplicarse el lorquiano «silencio, que no nos sientan».

En este aspecto, un título tan irónico y provocativo como El ombligo del mundo solo contribuye a meter más baza. Incluso el sugerente artwork de Vanesa Zafra invita a pensar en aquello que cantaba Carlos Cano en la “Habanera imposible”: «Granada vive en sí misma tan prisionera / que solo tiene salida por las estrellas». En realidad este disco tiene un antecedente histórico: el maravilloso Homenaje a Los Ángeles. Intervenciones estelares (2005), que impulsó Antonio Arias y que se grabó en cinta analógica virgen con buena parte de los protagonistas de esta entrega. Ahí estaban las mezclas y la masterización de Pablo Sánchez, uno de los artífices en la sombra de El ombligo del mundo. En aquellos tiempos, Pablo se había convertido en el hombre de confianza de Enrique Morente.

Pablo Sánchez explica en el texto que acompaña al álbum que, en Producciones Peligrosas (el primer estudio diseñado en España por el ingeniero británico Philip Newell, cofundador de Virgin), ha fabricado junto a su hermano José Antonio «algunos de los más potentes explosivos de la música independiente de este país». Apunta que «El ombligo del mundo no es un disco de versiones al uso», sino «una declaración de intenciones» y «un reconocimiento mutuo entre los artistas que lo forman, dejando atrás diferencias estilísticas y personales, y luchas de egos».

De eso va El ombligo del mundo, de que nombres de peso de la Granada musical se observen y se versionen sin perder su identidad ni la del versionado. Un juego difícil que cuenta con un segundo factótum principal, Nico Hernández, cuya banda, El Hombre Garabato, sirve de soporte de solistas como Miguel Ríos, José Antonio García y Estrella Morente. Sí, ya sabemos que las versiones las suele cargar el diablo. Pero aquí sucede lo mismo que en aquel artefacto de tributo a Los Ángeles, hace diecisiete años: el extremado tacto y sensibilidad (y talento, también) con el que los intervinientes resuelven la papeleta ofrece un magnífico resultado conjunto. ¿Lo mejor? Además del formidable y cuidado sonido, la naturalidad con la que las canciones respiran en corsés ajenos.

Es previsible que Lori Meyers sean capaces de abrillantar el sesentero “Vuelvo a Granada” (en el pasado hicieron lo propio con “No estoy contento”, de Los Ángeles, y “La caza”, de Juan y Junior). Pasando el relevo, Miguel Ríos aporta robustez a “Errante (canción mutante)”, la pieza más celebrada de la carrera de los de Juan Alberto. Y Niños Mutantes, muy curtidos en este tipo de envites, electrizan “La estrella” morentina (no está de más recordar que Juan Alberto bordó “Tu frialdad”, de Triana, en aquella aventura de 2014).

Uno de los momentos más especiales de El ombligo del mundo llega con “Tendrá que haber un camino”, el estremecedor cierre de La leyenda del espacio (2007) de Los Planetas. Milagros de las cintas analógicas: Pablo Sánchez ha rescatado el cante de la caña que interpretó Enrique Morente, con los inmortales versos de J, para reformularla a partir del toque de Juan Habichuela Nieto y el Coro de Cámara de Granada, que evoca a las voces búlgaras. Por contra, Los Planetas se apropian con asombrosa frescura de “La Torre de la vela”, clásico de 091 que casi entra en el reciente Las canciones del agua. Y aquí una de las grandes revelaciones de este disco: descubrir que la poética de Lapido puede sonar con absoluta credibilidad en la boca de J. O algo más insospechado: que una canción de los primeros Lori Meyers como “La pequeña muerte” no desentone con la habitual cosmovisión de Lapido («Ellos pasan / son piedras inertes»), tan solo acompañado por los teclados de Raúl Bernal.

El enérgico José Antonio García se enfunda en la velocidad de “El Nuevo Harlem” de Lagartija Nick, mientras que estos sacan petróleo de “Sebastián”, una de esas perlas esparcidas en la obra Napoleón Solo. Los de Alonso Díaz Carmona vitaminan “Mónica”, un caramelo pop de Los Ángeles de infinita belleza. Y Estrella Morente se marca uno de los más sorpresivos tantos, con una lectura espléndida y poco predecible de “En el ángulo muerto”, de Lapido. ¿La guinda? El alegato “Mestizo” de Carlos Cano, que en Eskorzo resulta tan propio como la barba de Tony Moreno. El ombligo del mundo ha tardado más de seis años en gestarse y su recaudación irá destinada a fines benéficos. Qué bien cuando Granada se relaja, en el buen sentido.

Anterior crítica de discos: Past imperfect. The best of Tindersticks 92-21, de Tindersticks.

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