Texto y fotos: JUAN PUCHADES.
Valencia no es una ciudad fácil para la música en directo y a las 18:30 todavía quedan algunas pocas entradas a la venta en las taquillas del Pabellón de la Fuente de San Luis. Unas horas después, cuando Amaral –a los que ha precedido un muy eficiente Alis– salten al escenario, las gradas y la pista presentarán un aspecto de lleno total. Pero, ahora, Eva Amaral y Juan Aguirre prueban sonido junto a su banda. Juan me invita a seguir la prueba desde el escenario, pero al poco desisto: la cacofonía en el escenario es importante, y es que ahora los músicos se escuchan con esos carísimos auriculares personalizados (se toman moldes para hacerlos a medida). Bajo a la pista y sorprende la calidad del sonido: este pabellón, en el que juega el Pamesa de básquet, tiene una acústica asombrosa, algo que, después del concierto, destaca toda la gente del equipo técnico. Así que tratándose de un espacio municipal, el Ayuntamiento que dirige Rita Barberá, dada la ausencia de salas que padece la ciudad, ya podía cederlo en más ocasiones para ofrecer música en directo.
En los pasillos que llevan a los camerinos, Eva me comenta los nervios que sufre antes de subir al escenario, que lejos de apaciguarse con los años y las tablas, cada vez han ido a más. Asegura que no tiene que ver con la responsabilidad de enfrentarse a grandes audiencias: cuando actúan en garitos le pasa lo mismo. Quizás por ello es la que menos se deja ver en los minutos previos al concierto. Por su parte, Juan calma la espera tocando incansablemente una pequeña guitarra acústica recluido en un camerino –en realidad, el típico vestuario deportivo–, me deja acompañarle, hablamos del disco blanco de los Beatles mientras sigue tocando y me enseña una melodía que le tiene enganchado y que es la base de una canción sobre la que están trabajando. «El otro día vino mi prima [Eva] y en un momento le sacó una letra preciosa». Le comento que suena muy folk, se ríe y me dispara, «claro, y si la toco con púa suena más pop [la toca así]. Puede sonar de diferentes maneras, y luego tú te haces las pajas que quieras [Juan sigue disparando con humor: hace unos meses intercambiábamos opiniones sobre el sonido de Amaral, y parece que no ha olvidado]. Mira, así suena a Depeche Mode…» Vale, Juan, ¡lo he pillado!
EN ESCENA
A las diez en punto, tras darse ánimos en un corro, Amaral enfilan la escalera que conduce al escenario. Las luces iluminan el telón que esconde el gran diseño escénico de esta gira (seis-siete horas para montarlo; cinco-seis para desmontar) mientras suena «All tomorrow’s parties», de Velvet Underground… Se abre el telón y Eva está en el centro del escenario, con la máscara del gato negro cubriéndole la cara, arrancan con «Kamikaze». El heterogéneo público recibe al grupo como en las grandes citas, y no es para menos, con este concierto Amaral despide la presente gira. Este es el preludio de lo que vendrá durante las dos horas y veinte que permanecerán en escena: el respetable llevando al grupo en volandas durante todo el show, y la banda entregada, despachando algunas de las mejores golosinas de su cancionero: «Tarde de domingo rara», «El universo sobre mí», «Toda la noche en la calle», la versión de «Biarritz», «Perdóname», «Moriría por vos», «Las puertas del infierno», «Resurrección», «La barrera del sonido», «Marta, Sebas, Guille y los demás»… Amaral funciona en escena a la perfección, tanto cuando suenan fuertes como cuando Eva y Juan toman las guitarras e interpretan solos «Cómo hablar» y «Doce palabras», previas a esa encomiable parte acústica en la que todo el grupo se sienta en línea y atacan «No sé qué hacer con mi vida» y «Escapar» (el tema de Moby que ellos adaptaron). Hay tiempo para todo en un concierto tan largo: para pisar el acelerador con «Estrella de mar», «Alerta» o «Big Bang» –en tomas mucho más potentes que en disco– y para que Eva, sola con su guitarra al borde de la pasarela que se interna entre el público, interprete junto a los teclados de Quique Mavilla una emocionante versión de «Esta noche». Todo funciona, y estos cambios de formato enriquecen un espectáculo en el que Juan Aguirre juega su papel de eje musical en la sombra –aunque el público recibe con alborozo y coros el divertido rock «Es sólo una canción» que canta él y que se está convirtiendo en un clásico del grupo– mientras que Eva asume con decisión que todos los ojos estén pendientes de ella. Escuchándola en directo y apreciando su dominio de los más diferentes registros y su capacidad para conmover, no hay dudas, ya se puede decir: Eva Amaral es la mejor cantante femenina de la historia del rock español, la más completa.
El final del concierto es una auténtica fiesta fin de gira: las luces del pabellón encendidas, todo el equipo –incluyendo técnicos, asistentes y demás personal– saludan al respetable desde el escenario, Eva se queda sola y le regala al público todo lo que encuentra por escena: su máscara, púas, el triángulo, hasta el megáfono que emplea en algunos temas… En camerinos, el grupo está contento, feliz, ha sido una gran noche. Aunque Eva resume sus sensaciones: «¡Qué pena que se haya acabado! Hasta dentro de unos meses ya no habrá más conciertos». Ahora tienen que diseñar esa nueva gira, en la que ya están pensando pero que todavía no tienen muy claro cómo será. De lo que no se puede dudar es de que Amaral nunca defrauda en vivo, tienen uno de los mejores directos de la música española, apto para todos los públicos: del más exigente al más rockero o el más pop. Y conseguirlo no es nada fácil.