FONDO DE CATÁLOGO
«Ahora la apuesta se tornaba ambiciosa y amplia hasta el exceso en cuanto a temática, influencias, intenciones y producción»
Treinta años le han caído encima a El espíritu del vino, el tercer disco de estudio de Héroes del Silencio, grabado en Inglaterra junto a Phil Manzanera. De él nos habla hoy nuestro compañero Sergio Almendros.
Héroes del Silencio
El espíritu del vino
EMI, 1993
Texto: SERGIO ALMENDROS.
«Sujétame el cubata», es a buen seguro lo que pudieron decir, pensar o maquinar Héroes del Silencio cuando, tras el huracán que supuso Senderos de traición, llegó el momento de intentar dar continuidad a tamaño vendaval. Porque si con el álbum de “Entre dos tierras” y “Maldito duende” fueron tachados de excesivamente crípticos, prepotentes y pretenciosos, lo que acometieron como respuesta fue tomar todo eso y aumentarlo exponencialmente. Si no entendíais las letras, pues intentad ahora descifrar “Nuestros nombres” o “La sirena varada”; si íbamos de prepotentes, pues llegamos al estudio sin casi canciones y nos proponemos salir de él con un álbum doble; y si pecábamos de pretenciosos, pues ahora el grupo ya solo se contempla como una banda a nivel internacional, presentando el disco en Alemania y dando el mismo espacio en su agenda a España y al resto de Europa y Latinoamérica.
Y es que siendo como eran los cuatro integrantes de la banda unos profesionales indudables, unos mitómanos de primer orden y unos músicos extraordinariamente seguros de sí mismos, no cabe duda de que a pesar del multitudinario éxito cosechado con Senderos de traición aún tenían clavadita la espina (y el sambenito) de aquello de grupo prefabricado y de meras poses para fans, una etiqueta que se seguía escuchando en no pocos altavoces «de los que sabían». Para acabar con ello, Héroes del Silencio endureció su sonido, un sonido con el que ya sí podrían codearse en los festivales europeos con lo más granado del rock duro internacional. Además, igual que su anterior disco era concreto y compacto, ahora la apuesta se tornaba ambiciosa y amplia hasta el exceso en cuanto a temática, influencias, intenciones y producción, una producción a la que Phil Manzanera esta vez parece ser que poco pudo aportar (años después él mismo aseguraría que lo único que pudo hacer en aquellas sesiones, y no era poco, fue conseguir formar un disco). El resultado de toda esta inyección de músculo para intentar ganar credibilidad fue que además de prepotentes ahora eran también unos pesados difíciles de digerir. No, definitivamente la jugada de convencer a los «desconvencidos» no resultó ganadora por ahí, y solo con Avalancha lograrían más adelante el favor del espectro más heavy del sector.
El sexo, drogas y rock and roll en su sentido más puro y explícito, haciendo uso y parada en cada uno de estos tres vértices para vertebrar unas composiciones que rara vez lograban formarse como más o menos procedía. No, la jugada no era esa. “La herida” pudo ser un bellísimo medio tiempo mecido en acústicas, pero le metieron una coda hard rock para no ser tildados de blandos. “Nuestros nombres” pedía a gritos una poda de estrofas para no pecar de reincidentes, pero repitieron este estiramiento casi provocador en “Flor de loto”, “Bendecida”, “Culpable” o “La apariencia no es sincera”. ¿Un tema instrumental? No, ¡tres!, metiendo en esa terna el juego vocal de “Bendecida 2”, uno de los muchos caprichos que pueblan El espíritu del vino.
Donde Senderos de traición era pulcritud y aire, con todos los instrumentos reconocibles y con su espacio sonoro bien delimitado, El espíritu del vino era barroco, con infinidad de pistas, detalles y arreglos casi imposibles de descifrar en una escucha fugaz. Tenemos el rock duro más duro y puro en “Sangre hirviendo”, “El camino del exceso” y “Los placeres de la pobreza”; tenemos temática y reminiscencias orientales en esta y en “Flor de loto”, tenemos la conexión con el sonido anterior aún en “La sirena varada” y tenemos oscuridad en las bellísimas baladas “Tesoro” y “La alacena”, y tenemos mucho simbolismo, mensajes sin descifrar, numerosos iconos misteriosos en el arte del álbum, letras de muchas lecturas, todo lo que les había convertido en mucho más que una banda para sus más acérrimos seguidores, en algo casi cercano a la mística. Estabas o no estabas, pero si estabas, estabas con todo.
Tenemos a un Bunbury pletórico, voz bien engolada, mucho más potente, centro de todas las miradas en el escenario y fuera de él. Tenemos una base rítmica potente y ajustada con Pedro Andreu y Joaquín Cardiel, sin demasiadas florituras; esas siguen llegando de los dedos en la guitarra de Juan Valdivia, que cambia la Fender por la Gibson para ganar pegada aunque sea en detrimento de esos arpegios que habían supuesto una muy personal forma de guitarrear en El mar no cesa y Senderos de traición. Y tenemos un buque empezando a mostrar sus primeras grietas. La extraordinaria dimensión que había alcanzado el grupo en poco tiempo trajo consigo una implosión que únicamente una reducción de la velocidad hubiera podido amortiguar. Evidentemente, la intención de El espíritu del vino y de su posterior gira iban en el camino inverso, un camino kamikaze que llevaría a la banda a su destrucción definitiva (y casi inmediata) y que se intentó salvar con Avalancha, un último disco que únicamente sirvió para aplazar lo inevitable.
El espíritu del vino resultó un disco perfecto en toda su imperfección. Es muy posible que en cuanto a música y producción tanto Senderos de traición como Avalancha pudieran estar por encima de él, pero el momento que vivía Héroes del Silencio y sus intenciones se plasmaron absolutamente en esta tormenta de canciones que «no ignoraban sus excesos» y en ellos se regodeaban, «dejando condena y cadenas del lado opuesto a la razón».
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