«El disco de Rusos Blancos se revela en la primera escucha un artefacto originalísimo, tan original que no se llega a desbrozar el porqué»
Rusos Blancos
«Tiempo de nísperos»
ERNIE RECORDS
Texto: CÉSAR PRIETO.
El disco de Rusos Blancos se revela en la primera escucha un artefacto originalísimo, tan original que no se llega a desbrozar el porqué. En un pop español que se debate entre la complacencia y la crudeza. Hacen falta pasadas por el reproductor para que se logre atisbar la suprema sensibilidad de la propuesta. Uno nunca está seguro, pero parece que esa funda de terciopelo con la que intentan envolver a sus canciones esconde como regalo una sensación de vacío. Abrir la piel y bajar la cabeza.
Empecemos, intentemos explicar qué hay en este disco. Comienza ‘Dudo que el amor nos salve’, posee una melodía con aire de canción ligera de los setenta pero oscurecida hasta la exasperación, y aún incide más en esto la presencia de unos coros perversamente infantiles. Y todo ello para explicar la historia de un amor que nace en la clínica de venéreas. Ahí está el impacto, en el contraste entre unas letras llenas de angustia, de «ennui» envueltas en instrumentaciones sensuales, aterciopeladas. Bajo el monotema del amor nihilista bullen incitaciones pecaminosas en los arreglos.
Se abre ‘Orfidal y caballero’, por ejemplo, y asistimos a esas entradas de disco music tan sofisticadas, escuchamos ‘Baile letal 3’ y es puro Philadelphia Sound –algo así como el ‘Me and Mrs. Jones’ de Billy Paul– para una historia sórdida y nada hedonista. Siguen con melodias luminosas en ‘Oro, disfruto’ y hasta llegan al aire tropical de ‘Bonito cortejo’, esencia de rumba. Incluso ‘Se me enamoran’ tiene un inequívoco aire de cabaret, como si quisieran moldear de nuevo los géneros populares.
Y al mismo tiempo todo supura tristeza, un ambiente casi desagradable en música de verbena, ese magnetismo especial, obsesivo, que si las cubetas de las tiendas de discos estuvieran bien ordenadas –no por géneros ni épocas, «luminosidad dorada», «electricidad veloz», «paisajes ampulosos», epígrafes así– tendríamos que buscar en la cubeta de «caramelos envenenados».
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