«Es el mejor Rod Stewart posible en estos momentos, uno que trata de reencontrarse consigo mismo, que quiere recordarnos (y lo consigue) quién fue. Tanto que en muchos cortes se hace merecedor de un fuerte aplauso»
Rod Stewart
«Time»
CAPITOL/UNIVERSAL
Texto: JUAN PUCHADES.
Lo de Rod Stewart tiene delito: durante los años setenta, en solitario o con los Faces, grabó un puñado de memorables discos de rock descarado y pegajoso. En los ochenta cayó en el sopor de la rutina: llenaba estadios y se transformó en una estrella internacional y familiar, pero cada álbum solo contenía un par de temas con vocación de hit para que la maquinaria del directo no se resintiera, y poco más. En los noventa no grabó demasiado, parecía aburrido y los discos no es que mejoraran mucho respecto a los del decenio anterior. Pero el colmo fue el periodo comprendido entre 2002 y 2012, cuando Stewart decidió olvidarse de él mismo, vestirse con elegancia (¡él, que había sido el rey de la garrulez estética!) y enfocarse hacia un público cincuentón-sesentón con la vida resuelta, que está para pocas estridencias sonoras pero que recuerda que en su lejana juventud compró algunos discos de rock and roll y llevó el pelo largo. Para ellos, Stewart diseñó nueve álbumes entre la serie «The great american songbook» y otros de idéntica jaez que, sinceramente, son un pestiño: Rod bucea en estándares de sobras conocidos envueltos en un sonido ramplón y pasado de edulcorante sobre el que destaca (como siempre) su garganta áspera y privilegiada, nada más (sí, otra cosa: el corte de pelo, lo único que ha permanecido inmutable). Ni los volúmenes dedicados al rock y el soul levantan aquello. Material perfecto para ponerlo bajito en una cena íntima de gente de orden o para que suene de fondo en un casino aseado de Las Vegas.
Rod parecía perdido para la causa, porque además esos discos se han vendido francamente bien. Pero en su muy recomendable y lúcido libro de memorias, ya avanzó que había cogido otra vez la guitarra, el lápiz y el papel y se había puesto a escribir nuevas canciones, como en los viejos tiempos. Incluso convocó a Kevin Savigar, bucanero asociado a aventuras pasadas, para que le echara una mano en la composición de los temas y la producción del disco. De ahí ha salido un trabajo que parece reunir a todos los Rod Stewarts posibles, como si estas canciones (con el pasado muy presente en textos e intención) fueran descartes de los distintos periodos de su carrera y no los temas nuevos que, en realidad, son: el folk-rock con el que regresa a los primerísimos momentos de su vocación musical (‘She makes me happy’, que conecta con sus himnos de los setenta; la confesional ‘Brighton beach’, recordando los «locos días» de «adolescente de la clase trabajadora», y con otro compadre del pasado echando una mano: Jim Cregan; ‘Make love to me tonight’), el loco inolvidable de los setenta (‘Live the life’, de lo mejor del disco; ‘Finest woman’, un rock adherente hijo de la escuela Faces; el medio tiempo ‘Time’), el del rock de estadios y el pop aséptico de los ochenta (‘Can’t stop me now’; ‘Beautiful morning’), el dulce baladista de estos últimos años (‘It’s over’ y sus montañas de azúcar; ‘Picture in a frame’, en la que versiona a Tom Waits; o la baladota ‘Pure love’, que parece un merengue, sí, ¡pero, joder, qué hermosa!), el que abrazó la música negra bailonga en 1978 (aquí con el grandioso corte soul ‘Sexual religion’, un llena pistas en el que se declara, suponemos que solo con su santa, adicto al sexo: «Soy adicto a tu religión sexual / y no siento ninguna vergüenza»). Para acabar, y tras despacharse doce temas, por si no hubiéramos tenido suficiente ejercicio de estilo, incluye como bonus tracks tres versiones bien bonitas (majestuosa ‘Corrina Corrina’).
Parece que Stewart, que sigue cantando como dios (eso nunca se lo podremos negar), ha decidido hacer buena letra, tratando de recuperar el espíritu del pasado para afrontar un presente en el que se había transformado en un crooner tan acomodaticio como falto de chispa. Y ese no era él, o no era el que admiramos. Hasta la portada es como una declaración de intenciones: deportivas, vaqueros y chupa de cuero. «Time», por tanto, sorprende muy gratamente (la producción, muy natural y orgánica, trabaja en beneficio de las canciones y la interpretación; incluso las cuerdas están tratadas con buen gusto), y sin esos pocos temas más convencionales y almibarados restando fuerza, estaríamos ante una rehabilitación completa. En todo caso, muy probablemente este es el mejor Rod Stewart posible en estos momentos, uno que trata de reencontrarse consigo mismo, que quiere recordarnos (y lo consigue) quién fue. Tanto que en muchos cortes se hace merecedor de un fuerte aplauso. Quizá, como canta en la canción que da título al álbum, el viejo bribón ha entendido que «el tiempo no espera a nadie», y él estaba desperdiciando el suyo. La incógnita está en saber qué hará en el futuro, si esta buena entrega quedará como un espejismo o como el inicio de una nueva etapa.
–