«Propuesta independiente pero en la que el músico ha logrado contar con la producción de Joserra Senperena, el bajo de Jacob Reguilón, la guitarra de Carlos Raya y la batería de Daniel Griffin»
Rafael Berrio
«1971»
WARNER
Texto: JUAN PUCHADES.
Publicado hace unos meses, está bien que recuperemos este quinto disco de Rafael Berrio pues es una obra bien valiosa que en absoluto merece pasar desapercibida. Para quienes no lo sepan, decir que Berrio dio sus primeros pasos en UHF, uno de los grupos que en los años 80 forjaron la escena pop de San Sebastián, una banda hoy quizá tan olvidada como el sentido del nombre que lucía, pero que animó la eclosión independiente de aquellos años, cuando seguíamos la actualidad sintonizando en el dial a Ordovás y las propuestas innovadoras que nos iba presentado. Luego, durante años, el ya cantautor se perdió en sus cosas, lejos de los focos y, con la paciencia del corredor de fondo, ha ido editando discos instalado en esa independencia artística y empresarial que queda lejos de los negociados mainstream e indie –que, cada cual en lo suyo, son las dos caras de la misma moneda– y que está condenada a ser disfrutada por unos pocos, los que dejan a un lado las ideas preconcebidas y no se mueven al dictado de las tendencias, sino que disfrutan con propuestas originales y sinceras. Y no se engañen, aunque este álbum lleve el sello de Warner, es una producción completamente independiente.
Independiente pero en la que el músico ha logrado contar con la producción de Joserra Senperena, el bajo de Jacob Reguilón, la guitarra de Carlos Raya y la batería de Daniel Griffin. Todo un pequeño «dream team» (al que hay que sumar la presencia imprescindible de un imprescindible violín, además del acordeón y el piano del productor) que sirve para arropar una propuesta que, puestos a buscarle conexiones, enlaza con las de Diego Vasallo o Luis Eduardo Aute. Es decir, aquí encontraran canciones tranquilas que hablan de aconteceres cotidianos, que relatan estados de ánimo, que indagan en interioridades y las turbulencias humanas sin abandonar una cierta mirada canalla.
Canta Berrio con voz de clásico, de cantautor hoy podríamos decir que en desuso, afrancesado, con una voz indolente que en ocasiones se atropella a sí misma, como dejando constancia de la importancia en su propuesta de la palabra por encima de la métrica musical. Y eso, que en otros podría ser delito, en Berrio resulta natural, tanto como cuando entona, pongamos por caso, que ‘El amor es una cosa rara’ y logra que estemos irremediablemente de acuerdo con él mientras se acompaña por una cautivadora melodía de fado alegre (tal cosa es posible).
Envueltos en excelentes arreglos, estos son temas deben ser servidos en vaso corto, consumidos poco a poco y degustados con calma. Al final, como un buen licor, dejan un regusto agradable en el paladar mientras relajan el ánimo e inducen a la reflexión. Un disco que en su aparente calma formal esconde intensas tempestades emocionales. Hay que descubrirlo cuanto antes.
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Anterior entrega de El disco del día: Metropole Orkest / Vince Mendoza.