«Se puede decir que soltarse del lastre del bocazas de su hermano le ha sentado bien a Noel, hasta el punto de que, con sus deudas y altibajos, este es el mejor trabajo que ha escrito en unos cuantos años»
Noel Gallagher
«Noel Gallagher’s High Flying Birds»
SOUR MASH
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
En previsión de que en 2015 asistamos a una reunión de Oasis para celebrar el veinte aniversario de «What’s the story morning glory?» (Noel Gallagher lo niega, pero teniendo en cuenta su entusiasmo ante la maniobra de Stone Roses –y su deseo de que The Smiths hagan lo propio–, se admiten apuestas), al fin el mayor y el más inteligente de los hermanos se decide a editar un debut en solitario sobre cuyos ingredientes se han cargado más tintas de las convenientes. Sí, porque que la presencia (bienvenida sea) de trompetas y trombones no hace por sí sola que un disco sea jazzy. Sí hace, si se utilizan con tino junto a una imponente sección de cuerda, que la elegancia del conjunto salga reforzada. Y en eso Noel Gallagher, que no tiene un pelo de tonto, diríase que ha tomado buena nota de las aventuras paralelas de Alex Turner (Arctic Monkeys) junto a Miles Kane en Last Shadow Puppets. O incluso del trabajo de este último en solitario. Porque las influencias, o las costuras, siguen ahí, tan visibles como siempre, tan sangrantes para todo aquel que le considere un hábil saqueador de modos añejos como reconfortantes para quienes hayan tolerado más de lo permisible el prolongado ocaso de una banda que solo ha recuperado el pulso de sus dos primeros álbumes con cuentagotas.
Por suerte, como no solo se trata de ingredientes, sino de cómo combinarlos, se puede decir que soltarse del lastre del bocazas de su hermano le ha sentado bien a Noel, hasta el punto de que, con sus deudas y altibajos, este es el mejor trabajo que ha escrito en unos cuantos años. ‘Everybody’s on the run’, reforzada por las voces del Crouch End Festival Chorus, apunta mucho más alto de lo que su discreta melodía esboza, gracias también a una coda final en la que las cuerdas la elevan hasta cotas que no se le recordaban a este hombre en más de una década. El enésimo ambiente vodevilesco a lo Kinks de ‘Dream on’ tiene su aquel, con una ornamentación de vientos que hace que parezca algo más que un remedo de ‘The importance of being idle’. Y no digamos del arrastrado falsete de ‘The death of you and me’, quizá lo más americanizado, desprovisto de hojarasca y libre de ataduras que ha sonado nunca, con esos trombones tan dixieland.
También cotizan la grácil elegancia de ‘Soldier boys and Jesus freaks’ o el previsible pero efectivo academicismo de ‘AKA…broken arrow’ o ‘(Stranded on) The wrong beach’. Más ramplonas son la «anthemica» (de himno) “If I had a gun”, que trata denodadamente de retomar el vuelo rasante de los primeros singles de Oasis, la tópica neo psicodelia de ‘(I wanna live in a dream in) My record machine’, el desvío synth pop de ‘AKA…what a life!’, bisagra entre las dos mitades del álbum, o la grandilocuencia algo apolillada de ‘Stop the clocks’, no por casualidad descarte de su banda madre. Objeciones que, en ningún caso, dejan de ser excepciones a esa regla que calibra la irregularidad de cualquiera de los artefactos sonoros que ha despachado en los últimos tres lustros. Y que tampoco lo hunden en la rancia y regresiva ciénaga rock de (sí, inevitable la comparación con su hermano) los Beady Eye de Liam Gallagher.
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