“Los saharauis, cuando cantamos a nuestros mártires, cuando recordamos nuestros sacrificios, nuestras desgracias, lo hacemos siempre con alegría. Ya tenemos bastantes penas con las que llevamos encima”
Mariem Hassan
«El Aaiún egdat»
NUBENEGRA
Texto: GERNOT DUDDA.
“Soy saharaui y quiero vivir en mi tierra libre”, dice Mariem Hassan en ‘Ana saharauia’, una de las canciones más descarnadas de “El Aaiún egdat”. El título de su nuevo trabajo sitúa a la capital de la vieja colonia española –ocupada por Marruecos desde 1975–, figurativamente o no, en llamas. Un anhelo, un objetivo –si se quiere ver también así– que ella mantiene como lema de una obra global que por razones espirituales y sanguíneas obvias es cien por cien la historia de su propia vida.
Manuel Domínguez, director del sello Nubenegra y productor de este trabajo, me explicaba la trascendental importancia que para su comunidad tiene el goteo paulatino de testimonios culturales vivos de la realidad saharaui, algo tan imprescindible y básico como el aire o el agua. Con un efecto externo, pero sobre todo interno: si respiramos es que vivimos, y la música es oxígeno.
En el aspecto musical, Mariem sigue tremenda y poderosa en su faceta vocal, que no se reduce solo a eso. Toca los tradicionales tebal, calabaza, palmas y agarits, con ese ocasional ulular de voces femeninas que es también santo y seña de la música saharaui. Y su firma está en todas y cada una de las catorce piezas, ya sea en comandita con alguien más o como arreglista de ‘Arfa’ y ‘Legneiba’, los dos tradicionales que recoge el trabajo.
El primero de ellos abre el disco y es una canción infantil que los niños cantan a la entrada de las jaimas para pedir regalos en la fiesta de la víspera del cordero. El segundo es la historia de una doncella enamorada de Legneiba cuyos sueños y deseos corren aquí parejos a la cristalina dulzura del mbira, tiernamente pulsado por los pulgares de Luis Giménez. Alguien debería reparar también en la extraordinaria línea de bajo de Hugo Westerdahl en el propio tema homónimo, un gran conocedor del terreno e ingeniero de esta grabación.
En ella, las historias que Mariem cuenta son muy diferentes entre sí, pero desembocan en el mismo punto. Recuerda la tragedia de Gdeim Izik como punto de ignición de la Primavera árabe (‘Gdeim Izik’). Reivindica el uso de la melfa como orgullosa prenda distintiva (‘Almalhfa’), con la que fue agredida ¡incluso hasta en el mismo Madrid! Y nos tira un poco de las orejas –eran otros tiempos– recordando el primer ataque del Frente Polisario a un puesto militar español en 1973 (‘Tarham ya allah shuhada’).
“El Aaiún egdat” es blues por sus cuatro costados, en esa variante “haul”, aliento saharaui, que tan bien conocemos a través de las realizaciones de otras formaciones “ribereñas”. Especialmente en su tramo central, donde Luis Giménez –de nuevo– prende mecha al “fuzz” de su guitarra y prácticamente lo mantiene hasta el mismo final, con esa hipnótica pieza llamada ‘Siyant laydad’.
Mariem nos lo tiene dicho: “los saharauis, cuando cantamos a nuestros mártires, cuando recordamos nuestros sacrificios, nuestras desgracias, lo hacemos siempre con alegría. Ya tenemos bastantes penas con las que llevamos encima”.
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