«Blessed’ muerde hasta el tuétano. Hasta que los bafles crujen y suspiran con la maestría de una cantautora, rockera, cuya pelea contra los demonios internos y externos la transformó en corredora de fondo y paciente cazadora de canciones arrebatadas»
Lucinda Williams
«Blessed»
LOST HIGHWAY
Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.
Lucinda Williams ha entregado algunos de los discos más sobresalientes del country-rock estadounidense de las últimas dos décadas. Si aquel lejano «Ramblin'» (1979) la descubrió como hija incandescente de Robert Johnson, si en «Happy woman blues» mostraba las enseñanzas de Hank Williams, obras más recientes, como «Sweet old world» (1992), el pluscuamperfecto «Car wheels on a gravel road» (1998), «Essence» (2001), el monumental «World without tears» (2003) o el terrible «West» (2007) consolidaban su formidable reputación como poeta laureada de la imprecación amorosa. Piensen, como bien advierte Bud Scoppa, en el Bob Dylan de ‘Positively 4th Street’ o, añado, ‘Like a rolling stone’ e ‘Idiot wind’. Experta en confeccionar ataúdes de versos a la medida del cabrón que masticó su corazoncito de dama chula pero sensible, Lucinda, a finales de la pasada década, acumulaba un catálogo asombroso. Añadan a su imaginario los muertos vivientes, los suicidas, los padres demenciados, los soldados perdidos, el cofre americano de carreteras sin mapa y desiertos de piedra solar o lágrima viva. Añádanlo, digo, limpio de adherencias. Reinventando con literatura compasiva, energética, lo que parecía mil veces cantado. Obtendrán así el retrato de una artista asomada a su propio desierto, a sus jardines íntimos, con pedal-steel, Gibson acústica, deshidratada voz de arena, ecos de Gram Parsons, enseñanzas del Keith Richards más country, el de ‘Muscle shoals’, devoción por el Neil Young de «On the beach», fantasmagorías dignas de una vetusta grabación de la Carter Family y arrebatos eléctricos de fiera que hubiera conectado su útero, cerebro y tripas a un enchufe.
En los años del apagón, entre «Happy woman blues» y «Lucinda Williams» (1988), no grabó nada. La industria parecía poco interesada en una cantautora que bebía de las «Cintas del sotano» dylanianas y el sonido de la vieja y excéntrica Norteamérica retratada por Greil Marcus. Una canción de ese disco, ‘Passionate kisses’, fue versioneada por Mary Chapin Carpenter. El empujón otorgó a Lucinda un Grammy, en la categoría de Mejor Canción Country. Poco a poco su nombre comenzaba a ser insoslayable. El periodo siguiente, puntuado por los largos que citábamos en el primer párrafo, «Car wheels», etc., cimentó su leyenda. Paso a paso, Lucinda mostraba que en el género de la americana, significase lo que significase, no tenía rival. Pero toda sombra tiene un reverso de luces, una lámpara alegre que contradice y redime, siquiera en parte, los sargazos donde por regla general chapoteamos: en 2006 Lucinda iniciaba una frúctifera relación de pareja con el ejecutivo de Universal Music Tom Overby. Casados desde 2007, su «Little honey» (2008) en el que colaboraba Elvis Costello, anunciaba nuevos tiempos. Una lírica menos volcada al espejo introspectivo, corroborada por la curiosa versión del ‘Long way to the top’ de AC/DC y el efervescente dúo que compartía con el citado Declan Patrick MacManus en ‘Jailhouse tears’.
«Blessed», que en su edición de lujo incluye un segundo disco (¡apasionante!) con las maquetas desnudas, ha sido coproducido por Eric Liljstrand, que repite tras «Little honey», Overby y el laureado Don Was (productor, entre otros, de Kriss Kristofferson, Roy Orbison, Waylon Jennings, Al Green o los Rolling Stones). Aunque abre con un medio tiempo, ‘Buttercup’, heredero de sus rosarios de cuentas pendientes con examantes canallas, fluye volcado al mundo. Más pendiente de retratar las vidas (y muertes) ajenas que del brutal acopio de afrentas marca de la casa. Así ‘Copenhagen’, lírica y pausada, y ‘Seeing black’, cabreada y feroz, hablan de amigos perdidos. ‘Awakening’, toda una declaración de principios, luce junto a gemas de infinita ternura como ‘Sweet love’, ‘Soldier’s song’ o ese himno susurrado que es ‘Kiss like your kiss’. «Blessed» muerde hasta el tuétano. Hasta que los bafles crujen y suspiran con la maestría de una cantautora, rockera, cuya pelea contra los demonios internos y externos la transformó en corredora de fondo y paciente cazadora de canciones arrebatadas. Grabado en los míticos estudios Capitol de Hollywood, no abandona las claves que la hicieron fuerte. Es sólo que ahora su autora sonríe. Melancólica, tranquila, pero sonriente. No es para menos, habiendo firmado uno de los discos imprescindibles de 2011. Invitados quedan a este coche bendecido de estrellas.
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