«Quisiera conmoverme con la poesía de De Cuenca, tal y como cuenta Gabriel Sopeña que les ocurre a Loquillo y a él. Pero leo y escucho ‘La malcasada’, y solo encuentro versos llenos de rencor hacia una mujer»
Loquillo
“Su nombre era el de todas las mujeres”
WARNER
Texto: CHEMA DOMÍNGUEZ.
Es difícil separar a Loquillo de la ideología. Por él mismo. Por la coherencia que siempre ha querido o pretendido mantener, por su «rock and roll actitud», por denunciar situaciones injustas, de censura… Por eso es difícil ver la compatibilidad de cantar a Jaime Gil de Biedma o Manuel Vázquez Montalbán y ahora dedicarle su nuevo paso a Luis Alberto de Cuenca. En su trabajo «Con elegancia» (1998) ya interpretó ‘Cuando pienso en los viejos amigos’, de De Cuenca, y, objetivamente, no se puede obviar cierto rencor insano hacia la figura de la mujer. Pero, afortunadamente, se diluía al compartir repertorio con Benedetti o Lorca.
A una pregunta sobre la posición política que hay en música y cine, en contraposición a la indiferencia de la ideología del autor en la literatura por parte del lector, De Cuenca responde: «Menos mal. Siempre he defendido eso: leo y admiro a Pound, que era fascista; a Céline, que era nazi, y a Brecht, que era comunista. Me importa un comino la ideología de los escritores que me gustan.» Esto fue en la web loultimodeloultimo.com en abril de 2010. Personalmente, no busco el pensamiento de nadie antes de escucharlo; pero sé que no leería de igual forma a José Antonio Primo de Rivera que a Ortega y Gasset, o a Fernando Vizcaíno Casas que a Enrique Tierno Galván.
Más jugosas contradicciones. Loquillo, en noviembre de 2001, mantiene una charla digital con los lectores de «El País» por la edición de «Feo, fuerte y formal»; a la pregunta de «¿Volveremos a escuchar ‘La mataré’ en directo?», Loquillo responde: «No. La muerte es un tema que no me interesa en mis canciones.» Estrofa final de ‘Nuestra vecina’: «Tú en el portal y yo en el descansillo, / siempre al acecho, cristalina media / velándonos la cara y un cuchillo / afilado. Si Dios no lo remedia, / de la vecina haremos picadillo / y de un cuento vulgar una tragedia.» En este caso pocas interpretaciones de texto caben. El tema está incluido en «Su nombre era el de todas las mujeres».
Una más. Loquillo y De Cuenca se quejan de la sangre, el sadismo gratuito y de «torturas inefables» en películas como «American phsyco» en la página de elcultural.es, en el vídeo de la entrevista que mantuvieron con la publicación. Bien, en ‘La tempestad’ la atmósfera que se crea y la situación descrita no tienen nada que envidiar a la gratuidad del sufrimiento del que se quejan: «Sigue golpeándose hasta hacerse sangre. Todo es inútil. Ya se acercan. El cielo se rompe en mil pedazos.» Esto es lo que narra el fragmento final del poema, que versa sobre una mujer secuestrada en un garaje, en la antesala del momento en que va a ser quizá asesinada, quizá violada, quizá ambas cosas. Ustedes eligen.
La contradicción es humana, sin duda. Pero eso no puede dar pie al todo vale y a la falsa ironía que expone ‘Political incorrectness’, que ataca ideas de igualdad y pluralidad cultural bajo ese socorrido paraguas. Ya solo queda ver a Loquillo participando en la nueva campaña publicitaria de un banco… Ah, que también. Las Nancys Rubias me parecen más mordaces y transgresoras, en la estética y en la coherencia de su superficialidad.
Quisiera conmoverme con la poesía de De Cuenca, tal y como cuenta Gabriel Sopeña que les ocurre a Loquillo y a él. Pero leo y escucho ‘La malcasada’, y solo encuentro versos llenos de rencor hacia una mujer que no correspondió en el pasado y, ahora, aprovechando sus horas bajas llega el momento de la venganza.
Ya que cito a Sopeña, autor de la música y de adaptar los poemas del poeta madrileño, quisiera hablar de eso, de música. Pero aquí está subordinada, y es lógico, al servicio de los textos. Gabriel es entusiasta también de la idea del disco, y realiza un camino cómodo para que la voz de Loquillo transite adecuadamente. Aunque prefiero al Sopeña de Más Birras o en colaboraciones con poetas y músicos mejores, como Ángel Petisme. En cualquier caso, las músicas que acompañan a «Su nombre era el de todas las mujeres» andan mejor que los poemas gracias al trabajo de Sopeña y la producción y arreglos de Jaime Stinus.
Es difícil ver la parte positiva del imaginario de «Su nombre era el de todas las mujeres». Serán «los malos rollos de la edad», que cantaba Aute. De Luis Alberto de Cuenca esperaba lo justo, la verdad, conozco su trayectoria, he asistido a algún recital suyo por no caer en la etiqueta rápida y cómoda; pero su producción literaria, aparte de declaraciones en entrevistas y cargos políticos desempeñados no lo ponen fácil. Por mucho que Sánchez Dragó le sitúe a la altura de la ironía de Sócrates en «Las noches blancas» que dirige y presenta en Telemadrid, es difícil de creer. Loquillo, Sopeña y De Cuenca han «modelado una bandera que, como todas, es para quemar».
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