«Cuando hablo de que es un disco clásico, estoy hablando de que sus referentes son Bing Crosby, Al Martino, Dean Martin y los musicales»
Llum
«Limelight»
JABALINA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Jesús Sáez, batería de los extintos Polar, ha publicado un emocionante disco bajo el nombre de Llum. Emocionante por varios motivos; el primero –subjetivo– se reduce a que he asistido a la idea y al desarrollo del proyecto hasta llegar a su concreción material; el segundo porque contiene canciones como las que nadie hace hoy en día; el tercero porque estas canciones son maravillosas. Ya desde los primeros segundos de ‘All the spanish cooks’ se percibe que Jesús ha compuesto sin prejuicios y se le ve cantar feliz –con la impagable y dulce ayuda de Flavia Muniz– un pequeño concierto que va desde el clasicismo hasta la bossa, mientras revolotean en espiral los vientos.
Y cuando hablo de que es un disco clásico, estoy hablando de que sus referentes son Bing Crosby, Al Martino, Dean Martin y los musicales. Es la segunda canción la epifanía que abre ese mundo, ‘Stanley’, dedicada a Stanley Donen, el director y coreógrafo, por ejemplo, de «Cantando bajo la lluvia». Todo apunta a ello, la voz grave de Jesús, el solo de saxo, las texturas cinematográficas y el aire de radical optimismo. Porque –también en las letras– es un disco que transmite con humor el placer de la vida, la sensualidad de esos pequeños momentos, la comida, los amigos, la familia. Es la única en castellano, ‘Tragón’, la que apunta que uno ha de aspirar toda la existencia, simplemente disfrutar.
Entre los nueve cortes, desde luego, se conjugan otras texturas, ‘My friends’, por ejemplo, tiene una bamboleante languidez tropical que se adapta perfectamente a ese elogio de la amistad, hay algo de Dylan y de swing en la armónica de ‘Love me (prove that you will)’ y en un par de ocasiones –‘Don’t be that way’ y ‘Tall tales’– actúa como un cantautor de los setenta, con una naturalidad casi campestre. Y cuando ha pasado segundo a segundo –cortísimos– todo el minutaje, nos damos cuenta de que ha dejado la joya para el final, ‘On a low flame’, una breve sinfonía de encantadora melodía, sencillez y dulzura. Cuando ésta concluye, se entiende cuál es el premio en este disco: uno es un poco más dichoso que media hora antes.
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