«Estamos ante disco clamoroso, inmenso en su humildad, solemne, profundo, y a la vez desplanchado, casual»
“Feeling mortal”
KK RECORDS
Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.
Mientras críticos y aficionados discutimos sobre los méritos del último «hype» hay gente que todavía sabe cocinar la canción perfecta. Sin florituras o efectos especiales. Ajena a modas y banderías. Los nuevos ricos, los revivalistas y también los modernos serán comidilla del mes, vídeo viral, colorista portada, tendencia gilipollas, pero al llegar la calma, cuando calle el coro y pase el viento su cuchillo serán pocos, muy pocos, los que presenten un canon tan rotundo como el Kris Kristofferson. Guadanesco, abducido por el cine durante años, más allá de la amistad con su mentor Johnny Cash, descontada su primogenitura, junto a Waylon Jennings o Willie Nelson, de aquella refrescante renovación de los parámetros country que aportaron los Outlaws, aparte de que fuera un brillante licenciado en literatura (beca en Oxford incluida) y fuera estrella juvenil del boxeo y el rugby, y piloto de helicópteros, y oficial laureado del ejército (abandonó su prometedora carrera militar contra la airada reacción familiar, que nunca se lo perdonaría), lo sustancial, lo definitivo, son sus clásicos, animalitos cegadores como ‘Sunday mornin’ comin’ down’, ‘For the good times’, ‘Me and Bobby McGee’, ‘Casey’s last ride’, ‘Just the other side of nowhere’, ‘Come sundown’, ‘Lovin’ her was easier (than anything I’ll ever do again)’ o ‘Help me make it through the night’, allí donde abruma su bisturí poético, su imperial dominio de la melodía, donde reconforta su repudio a la grandilocuencia y consuela su galería de tipos desgarrados, haciendo impúdica gala de una descarnado primera persona y desnudando al country, metiéndole erotismo, en transparentes odas a la cotidianidad de un sueño americano cosido a jirones.
Con «Feeling mortal», tercera obra que le dirige Don Was desde aquel «This old road» de 2006, mantiene las constantes de los últimos años: instrumentación espartana, desnudez en los arreglos y nula intención de maquillar los desperfectos de una garganta y unos pulmones que arrastran 76 gloriosos años. Cuentan que «Feeling mortal» se grabó en tres días, luego de que Kristofferson y Was registraran dos decenas de maquetas, añadiendo ligeros adornos a las diez seleccionadas. Atención a las aportaciones de virtuosos como el guitarrista Mark Goldenberg (colaborador de Jackson Browne, Chris Isaak, Willie Nelson, Randy Newman o las Pointer Sisters), el maestro de la pedal steel Greig Leisz (Ron Sexsmith, Aaron Neville, Eric Clapton, Billy Bragg, Dave Alvin, Lucinda Williams, Bruce Springsteen o Steve Earle), la violinista Sara Watkins (que aparte dos estimables discos propios ha tocado con Father John Misty, Lyle Lovett, John Prine, Chuck Prophet, Richard Thompson o Randy Jackson), el bajista Sean Hurley (instrumentista todoterreno cuyo currículum abarca de Alicia Keys y, glups, Miley Cyrus, a Liz Phair y Arlo Guthrie) y el batería Aaron Sterling (otro cotizado mercenario: Taylor Switt, Zucchero, Selena…): la sobreabundancia de poderes confirma hasta qué punto la digitación extraordinaria, el talento instrumental, suman pero no bastan: necesitas brújula, mapa, y gente con las ideas claras, que decapen la exuberancia hasta encontrar el punto justo, el condimento ideal. En el caso que nos ocupa, Kristofferson y Was, productor entre cien de los Rolling Stones, Brian Wilson y Bob Dylan, acunan los temas para abrazar un country con reminiscencias folk, delicado, crujiente, que adorna sin distraer y embellece sin necesidad de adornarse porque sobra lo sustancial, la clave, o sea, un manojo de canciones soberbias.
Consciente de que a la muerte conviene no hacerle mucho caso, Kristofferson ajusta cuentas con el pasado y agita una ironía suave y sabia. Entre el agradecimiento, el sarcasmo contra sí mismo y la nostalgia (‘Stairway to the bottom’, ‘Just suppose’), sobresale el orgullo de quien siempre fue de frente y no tembló a la hora de expresar sus ideas, de vivir su vida como mejor quiso y pudo, superviviente a mil batallas que en ‘You don’t tell what to do’ afirma: «So the highway is where I believe I belong / Losing myself in the soul of a song / And the fight for the right to be righteously wrong / It’s a story that’s sad but it’s true/ So I sing my own songs / And I drink when I’m thirsty / And I will go on / making music, and whiskey / and love for as long / As the spirit inside me / Says you don’t tell me what to do / Gone like the future that I left behind / If you want to I warn you / You’re wasting your time / You don’t tell me what to do».
Desde ‘Feeling mortal’, una apertura que sobrecoge («God Almighty here I am / Am I where I ought to be / Like the sun into the sea / And I thank my lucky stars / From here to eternity / For the artist that you are / And the man you made of me»), a la bellísima oda ‘My heart was the last to know’, coeescrita en su día junto a Shel Silverstein (dibujante, escritor de libros infantiles, cantautor, que firmó ‘A boy named Sue’, grandísimo éxito en la interpretación de Johnny Cash, y libros inolvidables: «The giving tree») y así hasta el cierre, ‘Ramblin’ Jack’, homenaje a su amigo en forma de medio tiempo mecido por los acordeones, estamos ante disco clamoroso, inmenso en su humildad, solemne, profundo, y a la vez desplanchado, casual. Uno que con seguridad no verán en muchas de las listas de lo mejor del año porque, bueno, «Feeling mortal», brutalmente sincero, dolorosamente conmovedor, es la antítesis del sucedáneo posmoderno y el pastiche cool: emoción cruda.
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