«Acudid adictos del rock and roll, melómanos sin prejuicios, borrachos de bajonazo, amantes descosidos, aristócratas de la resaca, seguidores del folk y el blues, devotos de Cash y Chalino Sánchez»
Juan Cirerol
«Cachanilla y flor de azar»
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Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.
Venid gente, reuníos donde quiera que estéis, cantaba Bob Dylan en 1964, y servidor añade: acudid adictos del rock and roll, melómanos sin prejuicios, borrachos de bajonazo, amantes descosidos, aristócratas de la resaca, seguidores del folk y el blues, devotos de Cash y Chalino Sánchez, porque hay un tipo, un hombre, Juan Cirerol, que acaba de publicar, casi sin aviso, su tercer disco, y es la todo un torpedo. Como hay tiempo y lo merece, abramos en canal sus temas.
«Cachanilla y flor de azar» nace con ‘Eso es correcto señor (yo vengo de Mexicali)’ y sin hacer prisioneros empalma con ‘Cerca del mar’, dos balazos, dos arpones de armónica huracanada, punk-folk o así, que en el segundo tema eclosionan ya en pura filípica rabiosa donde el cantante solicita estar cerca del mar, cerca del sol, mientras maldice una existencia de domingos repetidos y sueña con una playa que sabemos hundida y naufragada.
El pistón desquiciado se remansa algo con ‘En donde está el corazón’, cóctel de, esto… ¿ragtime y pinturero corrido? Golosona mezcla que, como siempre con Cirerol, engaña. Bajo la melodía chispeante acecha una letra pesarosa, doliente. O sea, devastadora, que recoge su corazón roto en pedazos que ella tiró a sus pies.
‘Ahí te va ha llegar el cheke’, otra vez Dylan, otra vez, amplificado, el ronroneo gatuno, la gatomaquia dylanita, y melancólica, y drogota, y libérrima: «A mí simplemente no me da vergüenza decir que soy un yonqui cualquiera / así soy más fácil de persuadir». Y luego: «Dicen que la noche es candente como el fuego / que amas el amor y usas perfume hasta en el pelo / Yo quiero algo así, así no más / una morrita que quiera chupármela y to’ fine / Soy un romántico desesperado / también un poco paranoico y malvaó / pero nunca dejo cerradas las puertas…». Temazo mayor que conduce hacia los claroscuros, medio pop medio terciopelo medio trompazo, inclasificables, de ‘Amarte para llorar’. La voz sepultada, brusca, suena a maqueta, pero sobre todo, atención, la canción bebe en Bobby Darin o Ricky Nelson, pero en tosco, como un pedazo de mármol sin debastar o el cromado de un Cadillac abandonado reflectando la insolación de un desierto cabrito.
‘El carril #3’, un narcorrido, vuelve a mostrar la flexibilidad de un escritor que a partir de un género tan sometido a las costuras de la tradición acierta a refrescarnos con una ejecución sobria y antigua, moderna y agreste. Guitarra y punto. Despojen a los (maravillosos) Tigres del Norte de oropeles, lentejuelas, flecos, y así, en el puritito hueso, encontrarán una canción que reluce cual cristal de cuarzo o cuchilla diamantina; la letra, de paso, no deja títere con cabeza, DEA y CIA incluidas. Con el ‘Corrido de la desdicha’ topamos una arenga para irse a las cantinas porque mi güera se va. Alcohol y lágrimas a ritmo de vals mejicanísimo, de armónica feroz. ‘Varado en Guadalajara’ regresa a las fuentes del rock and roll de finales de los cincuenta, cosecha Cash entre Sun y Columbia. Envuelve una letra que arranca legañosa y termina en despelote libertario: «Los hombres atareados / que pasan por las calles / que pasan por las calles bien aburridones / me miran en la calle con mi guitarra / y se les antoja irse conmigo de parranda».
Alcanzamos ‘El regalo más bonito’, donde si no recuerdo mal es la primera vez que escucho a Cirerol acompañado por un acordeón. La voz, que desafina cuando debe, avisa de que tras el algodón pasean alacranes: «Vete a la verga de aquí que me voy a picar / mi preciosa vena de sangre azul / y tu me la puedes chupar». Ahora suena ‘El ochito de Chicali’: Chalino, puro Chalino, y más drogas, claro, y Cirerol látigo de mustios moralistas, hedonista kamikace, cantor del placer que chorrea pus y peligro, haciéndole otro corte de mangas al personal y to’ fine, mis cuates, otra joya pal’ saco. ‘Los aguacates’: más Cash, locomotora a tope, pim, pam, pum, y unos acordes de corrido en una declaración de amor surrealista a Mexicali que acaba en el cementerio, ante la tumba del padre, decidido a volarse los sesos con un pistolón de cachas nacaradas.
‘Dicen que no estoy despierto’ o nubes grises enroscadas a una balada imponente. Single de cajón en un mundo paralelo, donde las discográficas tuvieran los santos huevos de apostar por el talento que arrolla pero no se arrodilla, allí donde la gente comprara discos y las emisoras musicales no fueran un atascadero de mierda y melaza. La mirada triste del cantor solitario, más tierno de lo que aparenta tras la coraza de espinas, sube y baja, baja y sube, ora limpia ora nublada. Sin respiro llega ‘La Meche’ y los viajeros corren hacia el tren, tren de los vagabundos, los fuera de la ley, los mendigos, pordioseros y campesinos arruinados, y mucha velocidad, referencias a narcos, guiños privados y otras coces que supersónicas desembocan en ‘Hablando de Daisy’ y su orfebrería de fuego machado, coros jadeantes y obsesión sexual bañada de cerveza y nostalgia.
Hasta aquí el repaso acuciante a un disco que se suponía debía de haberse publicado después del verano. Sin embargo, creo, algo se torció con la multinacional que casi tenía firmado a Cirerol. Desconozco lo sucedido. Solo sé que Cirerol que vuelve al monte, a la guerrilla, de donde nunca ha salido, y entrega una criatura febril. Allá los de la disquera, si realmente tuvieron semejante joya en el bolsillo y la dejaron escapar. Mejor para ustedes, que pueden, sin esperar a septiembre, calzarse entre pecho y espalda este chupito carnívoro de quien escribe «poemas con las patas / sobre la peste que irradia toda esta puta gente».
Si en «Ofrenda al Mitclan» presentaba su lado oscuro y turbulento y con «Haciendo leña» aparecían algunas de sus canciones más tarareables pero igualmente inspiradas e incisivas, «Cachanilla y flor de azar» lo sitúa en un territorio a mitad de camino entra la tradición de la frontera y la estampida, despeinado y punk, finamente desaseado y radicalmente hambriento. Faltan, acaso, himnos. Algún bombón de los que adornaban la solapa de los dos largos previos. A cambio recibirás una hemorragia incontenible, un chorro a hielo y fierro. Lo dicho, ante nosotros eclosiona, en directo y sin anestesia, un talento irrepetible. O por decirlo Dylan: «Venid escritores y críticos / que profetizáis con vuestra pluma / y mantened los ojos bien abiertos / la ocasión no se repetirá». La ocasión se llama Cirerol y asusta de puro brillante.
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Anterior disco del día: Bob Marley & The Wailers.