«Dejando a un lado la emoción que nos causa la estadística y la nostalgia, ‘Walking shadows’ tiene canciones, vaya que sí, que en ningún momento se quedan eclipsadas por la orquesta»
Joshua Redman
«Walking shadows»
NONESUCH/WARNER
Texto: GERNOT DUDDA.
El título es lo que dice ser: un paseo por las penumbras, por la intrínseca calidez de la noche y ese momento acotado para las pasiones… o la melancolía. Traducido al lenguaje clásico del jazz, lo que viene a ser un disco de baladas como el que el saxofonista de Berkeley acaba de publicar.
Pero la cosa pierde toda connotación de “tópica” cuando uno se entera de los músicos que le acompañan en la experiencia: nada menos que Brad Mehldau (piano), Larry Grenadier (bajo) y Brian Blade (batería). Y los tres pueden hacer ahora cosas que su jefe no les dejaba veinte años atrás, cuando formaban parte del cuarteto de Joshua Redman. De esto se quejaba el propio Mehldau hace poco, cuando publicó “Modern music”, un extraordinario trabajo de música clásica contemporánea –compuesto y arreglado por su amigo Patrick Zimmerli–, con el que se quitó aquella espinita. Bueno, pues hasta Zimmerli está aquí presente en este “Walking shadows”. Y hasta una orquesta entera –dirigida por Dan Coleman–, que viene a ser la primera vez que Redman toca con orquesta en toda su vida y la primera de Mehldau desde su glorioso y rotundo “Highway rider” de 2010.
Pero dejando a un lado la emoción que nos causa la estadística y la nostalgia, “Walking shadows” tiene canciones, vaya que sí, que en ningún momento se quedan eclipsadas por la orquesta. Extraordinarias lecturas de estándares como ‘The folks who live on the hill’ (Jerome Kern/Oscar Hammerstein), ‘Lush life’ (Billy Strayhorn) o ‘Stardust’ (Hoagy Carmichael/Mitchell Parish), que con la vida que tienen llegarían a sorprenderse de que los músicos hayan dejado aquí a un lado sus convicciones más avanzadas para optar por un homenaje en condiciones, aunque con mucho espacio para personales brillos instrumentales.
También hay versiones más populares para la galería, como el ‘Adagio’ de Bach o el ‘Let it be’ de los Beatles, pero estos gozan igualmente de la misma pátina de clasicismo “vintage” pretendido con el tono general del álbum y que –insisto una vez más– son todo menos un tópico. Luego están las canciones prestadas por amigos como John Mayer y Pino Palladino, caso de ese ‘Stop this train’ que no pierde su connotación de balada a pesar de su ritmo en progresión. O la única vez del álbum –ese conmovedor ‘Infant eyes’ de Wayne Shorter– en la que Redman tiene que pasarse del saxo tenor al saxo soprano, por imperativos del guion.
El propio Redman firma dos piezas: ‘Final hour’ y ‘Let me down easy’. Y su propio productor, Brad Melhdau, otra de innegable gusto neoclásico (violines mandan): ‘Last glimpse of Gotham’.
Un buen trabajo, sí señor, que vendrá a recordarnos en un futuro aquel momento en el que los caminos de Redman y Mehldau volvieron a juntarse después de tanto tiempo y con otra buena huella de su voluntad por quitarle hierro al jazz, aunque luego el que ellos hacen vaya a ser estudiado igualmente en las universidades y escuelas de música.
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