El disco del día: Dexys

Autor:

«Un disco de cantante soul, pero ya más soul de Bacharach, Aretha o Dusty, cuando los escuchaban gente corriente»

Dexys
“One day I’m going to soar”
BMG

 

 

Texto: DARÍO VICO.
 

 

En un tercio de siglo, Kevin Rowland ha grabado cuatro discos, tres de ellos entre 1980 y 1985, al frente de los Dexys Midnight Runners (ahora solo Dexys). También ha grabado un par de discos en solitario. En realidad, Rowland es un cantante de soul y de pop, y un poco también de folk, nada que necesite 27 años de desarrollo para componer diez canciones, pero así son las cosas. Es cierto que en algún momento empleó parte de ese tiempo para una sesión en la que aparecía vestido de mujer (Kevin debe pesar 50 kilos y medir 1’50, no es precisamente Jagger o Amanda Lear) y también que estuvo un tiempo cayendo desde un piso alto, no sé si por accidente o por probar la sensación. Creo que fue en una fiesta, en un  momento en el que las cosas le iban bien. Creo que se sentía un poco inmortal, lo que es una situación que te predispone a intentar arrojarte por un balcón en una fiesta. Lo cual no consiste necesariamente en una equivocación, aunque el juicio que lo precede, sí lo es, lógica que descubres a destiempo, claro.

Ahora Kevin no se siente inmortal, ni muchísimo menos: en su esperado nuevo álbum, que es una frase muy bonita y que me gusta emplear, más en su caso, que ya no se lo esperaba nadie, se siente más mortal y más humano que cualquiera de nosotros, que es el estado perfecto para un cantante de soul.

Rowland, muy vodevilesco por otra parte, muy antiguo en gustos y ejecución, no tiene la capacidad de un Ray Davies para retratar la sociedad en la que vive. Ahora, para retratarse a sí mismo y mostrarlo a los demás, recurre a toda la del mundo. Una cosa también muy buena para un cantante de soul, con lo que ya lleva dos de dos. Más que antes, incluso; aunque este no es ni muchísimo menos un disco tan brillante y apoteósico como los tres de su quinquenio genial, el ya mencionado entre el 80 y el 85 –a saber, respectivamente, elepé y single, ‘Searching for the young soul rebels’ / ‘Geno’ (80); ‘Too rye ay’ / ‘Come on Eileen’ (82), ‘Don’t stand me down’ / ‘This is what’s she’s like’ (85)– sí que ha alcanzado una hondura en su folklore personal que supera la de sus momentos más brillantes en el pasado.

He dicho por ahí que si este disco no llega a ser suyo no le habría dado demasiadas escuchas. Habría sido gilipollas, porque realmente cada vez me gusta más. Hay canciones tremebundas, como ‘Lost’, muy buenas y muy personales, otra cosa estupenda para un cantante soul, contar cosas tremendas con tal valentía que uno al final no sepa si son suyas o tuyas. Tres de tres. No es un disco brillante como aquellos de los 80, quizás porque ya no son los 80 y entonces yo tenía 15 años. A lo mejor el que no es tan grande como en los 80 soy yo, que me creía el vórtex por el que se colaba el mundo y alimentaba mi egolatría con la de los cantantes pop. A lo mejor Dexys, Culture Club, Adam & the Ants o Spandau Ballet no eran estrellas del pop capaces de hacer discos brillantísimos, en el filo y capaces de gustar a todo el mundo, pero hechos especialmente para que yo los entendiera, solo en mi casa, y me convirtiera en secreto en un tipo melancólico, sexy y misterioso, y no en un crío bajito y delgaducho. Quizás lo imaginara.

Ahora, Kevin es inmortal y yo un poco gordito. No bailo en mi habitación por pudor hacia mí mismo, como hacía con ‘Come on Eileen’, hasta prácticamente finales de la década pasada, en que perdí la forma y el «mojo». Pero ‘Lost’ y otras canciones de este álbum, un disco de cantante soul, pero ya más soul de Bacharach, Aretha o Dusty (cuando los escuchaban gente corriente, «over the border», el público real para el que estaban destinados, no estetas) me hacen buscar el yo sofisticadamente convencional y adulto que no cabe en mis polos Fred Perry de El Corte Inglés, los que me regaló mi abuela al mismo tiempo que compraba los de mi tío y mi abuelo, no los que te compras en Londres cuando eres un guay; mi abuela veía en mí en 1980 –y hasta bien entrados los 90, cuando perdió el sentido de la realidad y nos confundía a todos con Joselito y los secundarios de sus películas y ya no pudo ir a los grandes almacenes sola–, en el chico que escuchaba a los DMR, al señor mayor en pequeñito que ahora soy. Y Kevin coincide con ella, con su visión: este disco, con su filo de standards muy a lo José Guardiola en british, lo podríamos haber escuchado ella y yo juntos, lástima que muriera, y que ya no la vea cada verano en la playa, o en otros sitios.

Aparte de todo esto, Rowland, consumido en las fotos, anda muy bien de voz, y de la música es destacable el trabajo como constructor a pie de obra de Mick Talbot, el hombre que salvó la carrera y de ser un patán a Paul Weller en Style Council. Su trabajo aquí, en composición, arreglos y al frente de los músicos, es de «chapeau» y eso enriquece más cuando por alguna parte se nota que es un disco de presupuesto ajustado, pasados ya los grandes tiempos discográficos de veinte músicos metidos semanas en un estudio. Con eso y con todo, el disco suena fenomenal y cada vez que lo escucho me gusta más, y hasta yo me gusto más.



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