«De la sorpresa infinita o el guiño fértil hemos derivado a la celebración de una discoteca privada, prisioneros de la palmadita afectuosa al chico listo pero cansino, chispeante pero romo»
Varios
BSO de «Django unchained», de Quentin Tarantino
West Hills
Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.
No sé si lo recuerdan, pero Tarantino fue uno de los grandes. Un director que dejaba en clausura los sentidos del espectador con su atronadora mezcla de dinamita expresiva, soberana coña, ritmo superlativo y efervescencia imaginativa. Un cóctel de serie B y genio digno de un Sam Peckinpah que lamiera sin pausa un Colajet untado de coca. A la magna sorpresa que supuso «Reservoir dogs» le siguieron dos obras maestras incuestionables, la seminal «Pulp fiction» y la crepuscular, cenicienta «Jackie Brown». A partir de ahí, la decadencia. O sea, la relectura de sí mismo hasta transformar los aciertos en tópicos y el resorte del humor en inagotable aunque cansino engranaje de chistes metaliterarios. De la estimable pero leve «Kill Bill» pasamos a «Inglorious basterds», soberana tontería con ínfulas, y de ahí a la reciente «Django unchained», en una carrera por erigirse como el gran tocapelotas sin colmillos. Ha cambiado la antigua furia en transgresión atlética, como quien usa vocablos malsonantes por sport. No digo que haya perdido su talento, sino que ya, solo, resulta brillante. Consecuencia de cocinar sin pausa artefactos tan resultones como fatuos. Más intrascendente, frugal y pirotécnico cuanto más pop se imagina. Dicho de otra forma, hubiera querido que, especialmente tras «Jackie Brown», profundizara en sus terrores y demonios. Jugándose la vida y la cartera. Creciendo. En su lugar prefirió ajustarse a lo que el público demanda.
Así las cosas, sabiendo la importancia que concede a sus bandas sonoras, uno espera al menos que la vieja llama caliente en las canciones elegidas para ilustrar los 165 minutos de «Django unchained». Ennio Morricone y Louis Bacalov emulsionan gloriosamente con los ejercicios de soul. Rick Ross brilla como rapero perdido en el Oeste. El ‘Freedom’ de Antohny Hamilton y Elayna Boynton no desentona junto a James Brown. Ni siquiera discuto a John Legend, tan plasta cuando se pone y aquí impecable. Si un amigo nos grabara esta cinta, si al pinchadiscos le diera por elegir esos discos, celebraríamos su inteligencia. ¿Entonces? Pues que de la sorpresa infinita o el guiño fértil hemos derivado a la celebración de una discoteca privada, prisioneros de la palmadita afectuosa al chico listo pero cansino, chispeante pero romo. Para largar con chulería del orgullo racial, y también para derretirnos en jergones sedientos, no hacía falta tanta monería. Por ese precio acudan a cualquiera de los singles de James Brown recopilados por Hip-O Select. Eso sí que sí es «Django desencadenado». Ah, y si buscan western renovado, el citado Peckinpah se come crudo al hombre que de puro «cool» acabó por convencerse de que Leone es superior a Ford, y no, no cuela, Quentin, lo siento pero no.
Puedes escuchar la banda sonora en este link.
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