«Suena en el coche con la potencia de una producción de cualquier estudio blindado del gueto pero con la fibra de lo recién extraído de la mina (y por sus legítimos propietarios). Un diamante aún con corazón de carbón en su interior»
Baloji
“Kinshasa succursale”
KARONTE
Texto: DARÍO VICO.
África nos ha dado muchas sorpresas a lo largo de los últimos veinte años, pero no solo su cantera musical aún no está agotada, sino que llega el momento que todos esos recursos los use como materia prima para alimentarse a sí misma, queda que África se sorprenda con sus propias posibilidades sonoras. Un buen ejemplo es el de Baloji, un congoleño que se ha criado y formado como músico en la Europa francófona y que, a lo largo de la última década, ha trabajado en interesantes proyectos, pero que ha sido al entrar en la treintena y tener la oportunidad de grabar en su país-continente de origen cuando ha desvelado todo su potencial. Baloji ha regresado con el know-how y unos cuantos aparatitos de alta gama, pero al enchufarlos a la red con toma de tierra africana no solo le ha entrado corriente alterna sino un ingente input sonoro que ha cortocircuitado sus esquemas y convertido “Kinshasa succursale” en una especie de vórtex por donde se cuela música africana del último medio siglo, retroalimentada una y otra vez en el proceso de ida y vuelta entre continentes.
Se abre con ‘Independance cha-cha’, un perfecto ejemplo de música popular de contenido social, que refleja esa facilidad de la verdadera cultura popular para celebrar cónclaves entre la evasión y la concienciación (no en vano, este álbum también incluye una versión del maestro Marvin Gaye, lejano en tiempo y espacio, pero cercano a Baloji vía su padre). Lo que sigue es difícil de describir, pero fácil de asimilar. Están todas las pautas de la tradición africana contemporánea y casi todas las herramientas tecnológicas y estilísticas de la actual escena occidental, facción electrónica-rapera. Dentro de que es un experimento de un músico desplazado, por mucho que suponga una vuelta a casa, y que el periodo de adaptación a los colaboradores tuvo que ser rápido, y el tiempo de estudio limitado, la conexión es absolutamente funcional y efectiva. Supongo que los músicos africanos están acostumbrados a adaptarse a la que salta y grabar con las condiciones disponibles en el momento, y Baloji tampoco ha tenido problemas para tirar cables y pillar señal con una habilidad innata. Las posibilidades en estos casos son infinitas, sí, pero hay que centrarse; “Kinshasa succursal” es un ejercicio de estilo, de energía y de ritmo puro, grabado con devoción pero con realismo, exprimiendo al máximo las posibilidades, el lugar y el momento.
Los viejos discos africanos marcaban una deliciosa brecha de sonido que aquí no está presente; a veces, los demasiado europeizados sonaban sobreproducidos, con una fibra sintética que amalgamaba el sonido en algo inocuo. Aquí, por el contrario, no existe esa sensación de baja fidelidad, pero sí que se han equilibrado voltajes y la mezcla sonora explota en tu equipo sin que sus componentes se desparramen. “Kinsasha succursale” suena en el loro del coche con la potencia de una producción de cualquier estudio blindado del gueto pero con la fibra de lo recién extraído de la mina (y por sus legítimos propietarios). Un diamante aún con corazón de carbón en su interior.
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