“Por supuesto que se echa de menos a John Williams en ‘El puente de los espías’, pero es evidente que el trabajo realizado por Thomas Newman es absolutamente impecable y brillante”.
El reto era importante: sustituir al maestro John Williams en la nueva película de Steven Spielberg. Tras escuchar su banda sonora, Fernando Fernández confirma su buen hacer, y s e detiene también en las músicas de otros dos estrenos de esta semanas.
Una sección de FERNANDO FERNÁNDEZ.
Se nos va un año más. Ya están las ciudades iluminadas y todos pensando en las vacaciones. Y en la recta final del 2015, los cines continúan ofreciendo una muy variada selección de estrenos y una buena selección de bandas sonoras de categoría.
“Krampus, maldita Navidad”, música de Douglas Pipes
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La primera película navideña de esta temporada probablemente encajaría mejor en la pasada celebración de Halloween. “Krampus, Maldita Navidad” es la nueva cinta de Michael Dougherty, guionista habitual de Bryan Singer, y su segundo largo tras la entretenida “Trick ‘r treat”, con la que tiene más de un punto en común, como su mala leche y su entretenido tono de humor negro de serie B sin demasiadas pretensiones. Basada en la leyenda del “Krampus”, un demonio que castiga a los niños que han sido malos, nos trae la antítesis de Santa Claus, que se va a dedicar a hacer las fiestas imposibles a una de estas habituales familias disfuncionales que tanto juego dan en cine. Jugando con los tópicos habituales, Dougherty se marca una película más cercana a los “Gremlins” que a “Black Christmas”, siendo más una película de terror que una comedia.
Como responsable de la música, su amigo Douglas Pipes, un compositor al que he echado mucho de menos tras sus estupendos trabajos en “Monster house” y “Trick ‘r treat”. Tras ocho años en los que ha realizado algún trabajo para televisión y poco más, aquí recupera el pulso que me hicieron fijarme en su trabajo. Aunque con un aire algo más cómico, la partitura para “Krampus” se encuentra cargada de terror, misterio… y villancicos. Y no lo digo a la ligera, la presencia de villancicos es bastante importante, pero integrados perfectamente en la música. En ocasiones los utiliza como elemento evocador y emocional, normalmente a piano. Pero resultan mucho más interesantes cuando los usa como parte de la banda sonora, especialmente cuando los desvirtúa y convierte en uno de los elementos desasosegadores y enfermizos de la trama. Con un aire casi carnavalesco, aumentan la sensación de algo extraño y fuera de lugar. Piezas como “Creatures are stirring” o “Bells, bones and chains” son espectaculares, añadiendo los elementos de terror y acción. Entre lo más destacado de la película está el buen trabajo de orquestación, desde campanillas navideñas, a cadenas, pasando por múltiples percusiones y exóticos instrumentos. Pipes consigue equilibrar el tono navideño con la parte terrorífica y gótica estupendamente, sin sobrecargar los puntos cómicos más que en dos o tres ocasiones y con mucha mayor presencia los elementos dramáticos. El toque de distinción final se lo proporcionan esos evocadores coros, siempre angelicales o infantiles, que dependiendo de donde sean utilizados, terminan siendo navideños o terroríficos. En conjunto es una estupenda y muy entretenida banda sonora, que nos permite disfrutar perfectamente de otro “tipo de Navidad”.
“En el corazón del mar”, música de Roque Baños
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Pasamos de lo divertido a los títulos serios de la semana, en la que se enfrentan dos pesos pesados del cine actual. El primero es el siempre competente y entretenido Ron Howard, el veterano actor infantil convertido en director es uno de los nombres punteros del Hollywood actual. Ha tocado todos los géneros posibles, y en esta ocasión regresa al de aventuras basado en hechos reales. En este caso nos va a llevar de viaje con el Essex en 1820: el ballenero que sufrió el acoso de una ballena y se convirtió en la inspiración de la novela “Moby Dick” de Herman Melville.
Uno de los elementos siempre destacado de las películas de Howard es la estupenda partitura con la que suelen contar sus películas. Normalmente siempre ha trabajado con dos compositores de renombre: el ya fallecido James Horner y el maestro de los “blockbusters” Hans Zimmer. Pero para esta cinta ha elegido un nombre español establecido en Hollywood: Roque Baños. Siendo su primer trabajo para un título de gran prestigio en Estados Unidos no hay que ponerle demasiados peros, pues el compositor sabe exactamente con que elementos jugar y los utiliza estupendamente, entre ellos de carácter evocador, como violines y aires marinos y la delicada voz femenina que aparece en algunas ocasiones. Logra un precioso tema principal del que no abusa demasiado y cargado con tintes heroicos y aventureros. El grueso de la partitura desarrolla los elementos más dramáticos de la historia, incluso con momentos atmosféricos y oscuros. Pero el brillo y la emoción de piezas como ‘Blows’, ‘Farewell’ o ‘Homecoming’ son realmente deliciosos. Voy a poner una sola pega, porque algunos elementos de la partitura son tan brillantes que es una lástima que las piezas de acción como ‘Attack’ o ‘Second attack’ sufran de un exceso de arreglos hollywodienses, principalmente los elementos de electrónica muy evidentes e inexistentes en el resto de la partitura. Desconozco si es un sonido que se le haya podido pedir por parte de la producción, pero es una pena, porque no termina de cerrar un trabajo que podía haber sido redondo en estilo y calidad.
“El puente de los espías”, música de Thomas Newman
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Terminamos con el que, probablemente, sea el título con más prestigio que se esperaba en nuestras pantallas: “El puente de los espías”. Se trata del regreso de un Steven Spielberg al mundo de los thrillers políticos, aunque en esta ocasión de estilo clásico y centrado en la Guerra Fría, y beneficiado por un estupendo guion firmado por los hermanos Coen. En las fases iniciales de las grandes tensiones entre la URSS y los Estados Unidos (años 50), un abogado de Brooklyn especializado en la reclamación de seguros se ve inmerso en plena Guerra Fría cuando la CIA le envía con la misión, prácticamente imposible, de negociar la liberación de un piloto de un U-2 americano que ha sido capturado. Su habilidad en la negociación le terminará llevando a cerrar su intercambio con un espía ruso arrestado en Nueva York.
Debido al problema cardiaco del compositor John Williams, con quien ha trabajado durante cuarenta años, el puesto para sustituir al maestro quedaba libre. Se abrieron las quinielas y el resultado fue inesperado. Dudo mucho que a alguien se le hubiese ocurrido pensar en Thomas Newman, aunque la verdad es que tiene mucho sentido. Probablemente es uno de los compositores de mayor prestigio de Hollywood actualmente, y su árbol genealógico representa una de las familias con mayor prestigio en la música de cine, empezando por su padre Alfred Newman, con sus nueve Oscar y sus cuarenta y cinco nominaciones a la estatuilla. Curiosamente, el segundo con más nominaciones tras John Williams, con cuarenta y nueve. Aunque casi todos los aficionados le conocen por películas pequeñas y su vertiente más experimental y minimalista, Thomas Newman es un sinfonista clásico de primera categoría. La mejor demostración es la estupenda partitura para esta película, desde esos tonos pesados y militaristas de claro carácter soviético con los que se inicia la banda sonora, hasta el desarrollo dramático y sereno de los principales temas de la misma. A pesar de que identificamos ciertos elementos característicos de Newman, desarrolla una partitura con un muy alto tono dramático en el que todos sus momentos son destacados, especialmente cuando llegamos a una de las mejores piezas del año que es ‘Glienicke bridge’. Casi once minutos de auténtico drama, en donde Newman dibuja perfectamente la tensión en esas lánguidas notas de su característico sonido de piano. Los metales de la orquesta añaden esas notas de corte militarista, enfrentándose a las voces e instrumentos de corte báltico. Una base perfecta para el momento más importante de la película, y toda una demostración de maestría por parte de Newman. Muchos aficionados probablemente disfruten más de la catarsis emocional final, pero este es uno de esos ejemplos de cómo un compositor es capaz de leer una película y narrar su propia historia con su manejo de la tensión y en una escena donde los actores se están limitando a mirar y esperar. Por supuesto que se echa de menos a Williams, pero es evidente que el trabajo realizado por Thomas Newman es absolutamente impecable y brillante.
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Anterior entrega de El Club de las BSO: La música de “Los juegos del hambre: Sinsajo parte 2”.