«Si se pasa revista a la cinematografía musical, el ritmo arrullado en el Grand Ole Opry resulta ser uno de los que más títulos ha protagonizado junto con el jazz. Tal vez se deba a que la imagen del cantante country es la que más se acerca a la del antihéroe solitario, perfecto para ser hundido en la más absoluta miseria económica y moral, para después verlo resurgir de sus cenizas en la encarnación más perfecta del ideal hollywoodiense»
Con el estreno de «Country strong» el cine alrededor del country vuelve a estar de actualidad, oportunidad que le viene al sombrero a Javier Márquez Sánchez para repasar lo mejor de este subgénero cinematográfico a lo largo de su historia. Disfrútenlo, que merece la pena.
Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
La música country vuelve a llenar las salas de cine de la mano de «Country strong», un drama ambientado en los pasillos y escenarios de la vida musical de Nashville, cuya historia combina un cuarteto de profesionales de la industria que se enamoran, se odian y trabajan entre ellos. Gwyneth Paltrow es la gran protagonista, dando vida a la estrella Kelly Canter, secundada en el papel de su marido y manager por el cantante y actor ocasional Tim McGraw. Garrett Hedlund y Leighton Meester conforman la pareja jovencita de rigor, cantantes prometedores ambos que acabarán entablando sendas relaciones con los primeros, propiciando así los imprescindibles cruces sentimentales para dotar a la historia del atractivo taquillero necesario.
La película se rodó en Nashville a comienzos de 2010 y está escrita y dirigida por Shana Feste, quien resuelve la apuesta con cierta solvencia. Cuenta con una convincente banda sonora marcada por el honky tonk y el country-pop (especialmente interesante para el aficionado cómo marcan la diferencia entre ambos géneros y sus implicaciones), en la que, junto a los cuatro protagonistas, también se puede escuchar a Patty Loveless, Sara Evans, Lee Ann Womack, Ronnie Dunn, Hank Williams Jr., Faith Hill o Trace Adkins, entre otros. Gwyneth Paltrow no se defiende mal ante el micrófono, aunque esa imagen tan de porcelana la hace a priori poco atractiva para el papel. Lo saca adelante sin embargo con fuerza y convicción, al igual que logran sus tres colegas, con un McGraw destacable en el papel de marido enamorado incapaz de dejar a un lado su visión comercial. La película se asoma por momentos al precipicio del drama sensiblero facilón aunque sin llegar a caer, resultando una cinta correcta y agradable sobre las miserias de la vida “on the road”, que diría el viejo Willie. Eso sí, hay numerosas referencias (Willie, Waylon, Townes, Loretta…) que es posible que pasen desapercibidas para el espectador español no versado en estas lides culturales/musicales.
En cualquier caso, lo interesante es que el cine vuelva a dedicarle atención al mundo de la música, y más concretamente al de la música country. A decir verdad, si se pasa revista a la cinematografía musical, el ritmo arrullado en el Grand Ole Opry resulta ser uno de los que más títulos ha protagonizado junto con el jazz. Tal vez se deba a que la imagen del cantante country es la que más se acerca a la del antihéroe solitario, perfecto para ser hundido por el guionista de turno en la más absoluta miseria económica y moral, para después verlo resurgir de sus cenizas en la encarnación más perfecta del ideal hollywoodiense, siempre tan próximo al vapuleado pero aún vigente “american dream”.
Dejando a un lado todas aquellas películas protagonizadas por Roy Rogers y otros vaqueros cantantes, podría decirse que es en 1967 cuando aparece el primer título country realmente destacable. Se trata de «Road to Nashville», dirigida por Will Zens, por cuyo metraje pasan desde Marty Robbins, Waylon Jennings o Lefty Frizzell hasta Hank Snow, Connie Smith o el mismísimo Johnny Cash junto a la Carter Family. Se sigue viendo hoy como un divertido vehículo de lucimiento y promoción para aquellas estrellas, una road-movie muy ligera pero con una banda sonora memorable.
Unos pocos años después, en 1972, llegaría una obra muy diferente. «Easy rider» había sido un éxito que había abierto la puerta a un cine más rebelde e irreverente, el cine de la contracultura estadounidense, que ponía de manifiesto el lado más inconformista y a veces oscuro de la sociedad. Siguiendo su estela fueron apareciendo títulos como el que nos ocupa, «Cisco Pike», dirigido por Bill L. Norton. Un jovencísimo Kris Kristofferson protagonizaba la película dando vida a un cantante en horas bajas que, tras saldar sus cuentas con la ley por tráfico de drogas, es chantajeado por un policía corrupto, interpretado por Gene Hackman, para que coloque cien kilos de marihuana en un fin de semana.
El reparto incluía también a Karen Black, Harry Dean Stanton o Viva, y aunque la trama policial resulta algo floja, es un lujazo ver a Kristofferson interpretándose –casi– a sí mismo, y entonando algunos de sus primeros temas. Cuarenta años después, se deja ver bastante bien. Una curiosidad: dada la popularidad alcanzada el año anterior por la película «French Connection: Contra el imperio de la droga», también protagonizada por Hackman, «Cisco Pike» se estrenó por aquí con el subtítulo ‘La droga y su imperio’. Lo que no se haya visto en las marquesinas españolas…
Poco tiempo después, en 1975, Robert Altman escogió «Nashville» y el universo country para firmar la primera de sus legendarias obras corales. A lo largo de casi tres horas de metraje la película presenta cinco días en la vida de más de una veintena de personajes relacionados de algún modo con la industria musical, resultando un divertido y memorable fresco de la sociedad tradicional estadounidense de aquellos años. Keith Carradine recogió el Oscar a la mejor canción por ‘I’m easy’, tema principal de una banda sonora agradable aunque poco memorable. La película suele citarse como una de las mejores del cine de Hollywood de los setenta, aunque resulta mucho más atractiva como retrato social de la época que como obra sobre el mundo de la música que nos ocupa, aborda desde una perspectiva satírica y burlona.
Es en los años ochenta cuando este género cinematográfico conoce sus mejores días. Entre 1980 y 1985 se estrenaron hasta ocho películas de esta temática, incluyendo varias oscarizadas y otras que crearon tendencia. La primera en este sentido es «Urban cowboy», de 1980 protagonizada por John Travolta. Aunque en teoría no debería aparecer en este listado (no trata sobre un cantante country sino sobre un tipo que pasa las noches en locales honky tonk bailando esta música) en buena medida tal vez sea responsable de la fiebre por esta música que se dio en medio mundo. Desde Nueva York a Madrid, la gente se calzó las botas y se caló los Stetsons, y por unos años lo vaquero fue sofisticado. La película no pasa de un simpático entretenimiento, eso sí, con una banda sonora cuyo álbum doble fue número uno incluso en España. Kenny Rogers, Jimmt Buffett, Joe Walsh, The Eagles, Bonnie Raitt, The Charlie Daniels Band, Linda Ronstadt… Tras ser el bailarín de discoteca más hortera del planeta, Travolta se transmutaba en paleto del medio oeste, seducía a Debra Winger y le saltaba los dientes a Scott Glenn.
Ese mismo año Michael Apted llevó a la pantalla la historia de la cantante Loretta Lynn en «Coal Miner’s Daughter», que por esas cosas raras de los distribuidores españoles aquí se tituló en plan panfleto feminista: «Quiero ser libre». Sissy Spacek logró un dibujo tan destacable de la mujer luchadora por sacar adelante su sueño musical sin renunciar a su familia que acabó cuajando su segunda nominación y alzándose con el Oscar. Junto a ella estaba un Tommy Lee Jones bastante resultón como marido de la cantante.
1980 se cerraba con todo un clásico en Estados Unidos aunque prácticamente desconocido en España. Producida por Sidney Pollack y dirigida por Jerry Schatzberg, «Honeysuckle Rose» era un lujoso vehículo promocional para Willie Nelson, que da vida aquí al cantante Buck Bonham, que recorre el país con su banda (la original Willie Nelson Family) mientras arregla sus líos amorosos con las dos mujeres de su vida (interpretadas por Dyan Cannon y Amy Irving). Como cualquier producto de Willie Nelson, la película, dulce y desenfadada hasta en los momentos supuestamente más duros, se disfruta con una sonrisa. La banda sonora sí que es una verdadera joya, con una veintena de temas magistrales.
Otro cantante de ficción, aunque con evidentes ecos de algunas leyendas del género como Hank Williams, es el protagonista de «El aventurero de medianoche», que Clint Eastwood dirigió y protagonizó en 1982. El director de «Sin perdón» siempre ha dejado claro en las películas su pasión por el jazz, pero no es menor su afición a la música tradicional norteamericana. De hecho, allá en los primeros sesenta, cuando protagonizaba la serie «Rawhide», incluso se animó a grabar todo un LP con temas country & western. En esta película también se atreve a cantar, aunque en un registro mucho más lúgubre, el único que puede ofrecer Red Stovall, el protagonista enfermo de tuberculosis al que, próxima ya la muerte, le llega de forma inesperada la gran oportunidad de su vida: actuar en el Grand Ole Opry. La película se convierte en una road movie a través de un país sumido en la gran depresión, viaje en el que a Eastwood lo acompañan, entre otros, su propio hijo Kyle y el legendario cantante Marty Robbins, en su último trabajo antes de morir.
«El aventurero de medianoche» logró resultados de taquilla bastante generosos y unos comentarios excelentes, siendo una de las primeras películas en las que los críticos no se mostraron recelosos en darle todo el apoyo al viejo Harry el Sucio. Algo similar ocurriría al año siguiente con «Gracias y favores» («Tender mercies», en el original), una película mucho más discreta, dirigida por Bruce Beresford, que contaba la historia de un cantante country retirado y alcoholizado, que acababa encontrando paz y refugio en una gasolinera, trabajando para una joven viuda y su hijo. Ante una historia sencilla y ya conocida, es el trabajo de los actores el que salva la papeleta, con un Robert Duvall magistral como el crepuscular Mac Sledge, y Tess Harper como la sufrida viuda con sofocos irreprimibles. Muchos han señalado esta cinta como un referente directo de la reciente «Corazón salvaje», y en cualquier caso, la presencia de Duvall en esta última establece un apropiado puente entre ambas. El actor ganó un Oscar con esta película, y otro más fue a parar al guionista, Horton Foote. La banda sonora se limita a unos pocos temas, todos de corte intimista, interpretados por los actores originales. Al parece los productores no estaban muy conformes con el hecho de que Duvall cantase, pero éste, decidido a convencerlos, no solo les envió una cinta con varias grabaciones, sino que incluso compuso un par de canciones que acabaron incluyéndose en la historia.
Tras la seriedad de los títulos anteriores, en 1984 llegaron dos películas consagradas a la plena diversión del respetable. La primera de ellas tiene como principal e innegable atractivo el reunir en la pantalla a Willie Nelson y Kris Kristofferson, dando vida a dos buenos amigos que cantan, se divierten y van de gira juntos. Como la vida misma. Alan Rudolph dirigió «Songwriter» en una época en la que Kristofferson y sobre todo Nelson eran grandes nombres de los circuitos musicales estadounidenses. El público se había acostumbrado ya a verlos juntos en conciertos, apariciones televisivas e incluso discos –entre otros, Nelson acababa de publicar su excelente álbum «Songs of Kristofferson»–, y la propuesta cinematográfica resultaba prometedora. La banda sonora no es especialmente brillante, combinando temas menores de ambos y alguna pieza ajena, pero los dos amigos se las apañan para sacarle partido. No obstante, es una pena que el álbum siga inédito en compacto. A destacar, finalmente, la presencia del divertido actor texano Rip Torn.
Mucho más popular en todo el mundo fue la película «Rhinestone», que reunió a otros dos pesos pesados, aunque con sutiles diferencias. Dolly Parton interpretaba a una cantante que aceptaba el reto que le planteaba su manager, el de intentar convertir en estrella country a un tipo cualquiera. Y el elegido era nada menos que un taxista con hechuras de Sylvester Stallone. El propio actor firmaba el guión, que dirigió Bob Clark, quizás con la esperanza de repetir el éxito de «Rocky» o más aún de «Staying alive» («La fiebre continúa»), continuación de «Fiebre del sábado noche», que Stallone acababa de escribir y dirigir un año atrás. Lo mejor de «Rhinestone», con diferencia, era la banda sonora, y eso que resultaba bastante insustancial. Casi todos los temas corren a cargo de Dolly Parton, algunos a dúo con sus hermanos Stella y Randy, e incluso un par de canciones interpretadas por Stallone, con títulos tan espeluznantes como ‘Drinkinstein’.
En 1985 Karel Reisz decidió llevar a la pantalla la tormentosa vida de la gran Patsy Cline en «Sweet dreams», para la que contó con un sólido reparto, encabezado por Ed Harris, John Goodman y una Jessica Lange que supo sacar adelante unos playbacks bastante arriesgados. A pesar de su nominación al Oscar, la película pasó con más penas que gloria por los cines, y hoy no hay quien la encuentre.
Con este fracaso de taquilla el cine se despidió de la música country para recalar en ella solo en ocasiones puntuales, como la amable y predecible «Pure Country», de 1992, levantada a mayor gloria del cantante George Strait, estrella indiscutible del movimiento de cantantes neo-tradicionalistas que aportó algo de sangre nueva al Nashville de finales del milenio.
Poco antes, en 1989, Jim McBride abordó la historia de Jerry Lee Lewis, leyenda del rock’n’roll primigenio que dio con sus huesos en Nashville para reinventarse como cantante, tras arruinar su carrera al casarse con su prima, menor de edad. «Gran bola de fuego» mostraba mucho más interés por los aspectos polémicos de la vida de Lewis (interpretado por un Dennis Quaid caricaturesco) que su historial musical.
El cinéfilo Peter Bogdanovich se acercó al tema desde un planteamiento más discreto del habitual, una película sobre música country desde una perspectiva de intelectual del este. River Phoenix, Samantha Mathis y Sandra Bullock (pre-reina melodramática) protagonizaron «Esa cosa llamada amor», que acabaría convirtiéndose en uno de los títulos de referencia de la denominada Generación X, con más interés esta vez por sus atractivos cinematográficos que por los musicales.
Pasando por alto productos televisivos como «Blue Valley Songbird» (1999), diseñada a la medida Dolly Parton, el género pasaría una larga temporada en silencio hasta que en 2005 varias generaciones descubriesen que un tipo llamado Johnny Cash se había convertido en leyenda del country con actitudes más propias del punk. «En la cuerda floja» (2005), de James Mangold, resultó todo un fenómeno comercial, con su correspondiente cosecha de premios y elogios, que animó a la producción de otras cintas de temática musical, y varios biopics en particular.
No obstante, habría que esperar cuatro años hasta llegar, en 2009, a la película de Scott Cooper «Crazy heart». Lo que empezó siendo una cinta concebida para su difusión por la televisión por cable acabó demostrando tal calidad, especialmente en el apartado interpretativo y de banda sonora, que acabó siendo distribuida en las salas de todo el mundo. Un Jeff Bridges con claras referencias a leyendas del género como Waylon Jennings, Kristofferson o Billy Joe Shaver, creó un Bad Blake magistral, a quien Ryan Bingham y T Bone Burnett regalaron una canción estandarte, ‘The weary kind’, que como Bridges, también ganó un Oscar.
Burnett también es el responsable de una película de estreno inminente que cuenta con Kris Kristofferson como protagonista. «Bloodworth (Provinces of nights)», dirigida por Shane Dax Taylor, cuenta la historia de un viejo músico que regresa a casa cuarenta años después de abandonar a su mujer y a sus tres hijos, uno de ellos interpretado por el también cantante Dwight Yoakam. Kristofferson aporta una canción inédita como tema principal de la cinta, ‘You don’t tell me what to do’, que se estrena en primavera en Estados Unidos. El tráiler promete. Veremos si la película cumple.