«Un musical que era capaz de apelar al gran público con dosis generosas de edulcorado romance y vida familiar, y que se hacía inolvidable a través de sus pegadizas canciones»
El film clásico seleccionado este mes por Jordi Revert es «Cita en San Luis», de Vincente Minnelli, uno de los grandes musicales de la historia, con la Navidad de fondo.
Una sección de JORDI REVERT.
De entre todos los géneros, es el musical aquel que exhibe a la vista del espectador el artificio de la representación con más claridad, que de hecho lo integra como parte de su gramática intrínseca. A menudo, es el único que proyecta en la pantalla una consciencia de la inutilidad de traducir con el lenguaje audiovisual aquello que hemos convenido en llamar realidad, pero que nunca hemos podido aprehender como certeza. Prácticamente perdido el género en el paso del tiempo, su modelo ha pasado de ser uno de los dominantes en las narrativas del cine estadounidense a uno residual cuya rentabilidad, de antemano, parece más que dudosa. El mundo ha cambiado lo suficiente para no permitir que el valor utópico, los relatos a veces hablados, a veces cantados que rompían la continuidad del espacio-tiempo verdadero, siguieran existiendo para recordarnos la posibilidad de otros mundos inscritos en lo inefable.
De esos otros mundos hubo un maestro, alguien capaz de domar la impostura de la realidad hasta meterla en una jaula lejos de sus paraísos coloristas. Vincente Minnelli no hizo ingenuos musicales o intensos melodramas, sino obras hiper-conscientes que cuestionaban sin cesar el tejido del universo sensible que nos rodea, que eran su comentario y el de ellas mismas, en su estado anímico fruto del encuentro con este. «Cita en San Luis», su tercer largometraje, ha perdurado como película navideña y exaltadora de la institución familiar, lo cual en una primera lectura es cierto.
En el libro de James Naremore dedicado a Minnelli1, el autor explica que tanto el guionista Fred Finklehoff como el productor Louis B. Mayer entendieron esta adaptación de episodios de infancia escritos por Sally Benson como una oportunidad para abordar una visión sentimental de la familia americana. Indudablemente, esta se impone como eje temático y emocional, y el propio Minnelli no se oponía a ella. Sin embargo, resulta llamativo indagar en el interior de la ejemplar familia Smith y advertir los roles inestables que ocupan varios de sus miembros, especialmente dos de ellos. Por un lado, la pequeña Tootie (Margaret O’Brian), como la niña deliberadamente adorable que sin embargo se erige como figura saboteadora y traumática que determina el curso de los acontecimientos –Naremore llega a tildarla de «rebelde contra las convenciones»–, figura por cierto que más tarde se emparentaría con el Ron Howard de «El noviazgo del padre de Eddie» («The courtship of Eddie’s father», Minnelli, 1963); y la mayor de los hermanos Smith, Rose (Lucille Bremmer), quien, expectante de encontrar un marido, ve como el tiempo pasa sin poder desposarse, lo que supone para ella una fuente de angustia y presión social que no se resolverá hasta prácticamente el final. La inestabilidad de ambos personajes forma un cuadro complejo junto a las apariciones de Alonzo Smith, el cabeza de familia (Leon Ames), cuyas intervenciones lo vinculan directamente a la idea del imparable progreso capitalista, identificada en el ascenso que obligará a toda la familia a mudarse a Nueva York –donde, según Rose, la gente como ellos solo pueden aspirar a vivir en un piso–, pero suspendida en el constante y, finalmente, definitivo socavamiento de la autoridad patriarcal por parte de sus hijas y esposa.
Así, la Esther Smith de Judy Garland sería el corazón de la película, la que cohesiona y conduce por encima de los motivos familiares la utopía musical de la que habló Richard Dyer en su ensayo «Entertainment and Utopia»2. «Cita en San Luis» sería una de las máximas expresiones de ese concepto: un relato idílico que no deja de manifestar su condición de artificio, de simulacro. También lo sería del género en una de sus formas más prodigiosas, aquella que se gestara con directores como Stanley Donen, Gene Kelly o el mismo Minnelli bajo la llamada Freed Unit, la división de la MGM consagrada a la realización de musicales bajo el mando de Arthur Freed. Así, la colaboración del trinomio Freed-Minnelli-Garland conseguiría el que fuera uno de los mayores logros de la unidad, un musical que era capaz de apelar al gran público con dosis generosas de edulcorado romance y vida familiar, y que se hacía inolvidable a través de sus pegadizas canciones, desde la celebérrima ‘The trolley song’ parodiada en un episodio de Los Simpson («The Simpsons», Matt Groening, 20th Century Fox Television: 1989-) a la clásica y navideña ‘Have yourself a merry little Christmas’, más tarde apropiada para la posteridad por la voz crooner de Frank Sinatra.
Pero más allá de los placeres inocentes que la película de Minnelli pudiera proporcionar al espectador poco exigente, su superficie exultante se construía sobre inagotable talento cinematográfico. Como muestra, baste comprobar la economía visual de la primera escena, en la que los miembros de la familia Smith son presentados a través de una canción –’Meet me in St. Louis’, la que pone título a la película– cuyo relevo van tomando uno tras otro en distintas habitaciones de la casa. O el plano magistral en la fiesta de Navidad, en que la imagen articula, a través del movimiento de dos bailarines por detrás de un árbol navideño, una transición perfecta que escenifica la lógica del tiempo y el relevo vital. De una a otra, media toda una reflexión con muchos claros y algún oscuro –la desasosegante secuencia de la noche de Halloween– sobre el universo familiar articulado este desde la infancia que empieza a absorber el mundo (Tootie) al nostálgico pero feliz ocaso de una vida (el abuelo interpretado por el fabuloso Harry Davenport, alejándose en el plano junto al árbol de Navidad). En la coda final, la familia unida admira desde lo lejos el encendido de las luces feriales de San Luis. El contraplano muestra estructuras iluminadas que se desvelan de entre la oscuridad dejando claro su condición de fingida epifanía. La mirada fascinada de los Smith y especialmente de Garland mientras traduce el «There’s no place like home» de «El mago de Oz» («The wizard of Oz», Victor Fleming, 1939) en «Right here, in St. Louis», es, precisamente, la de una contemplación al género musical que se manifiesta aquí como reflejo artificioso, redimensionado e idealizado del mundo.
NOTAS:
1. NAREMORE, James (1993). The Films of Vincente Minnelli, Cambridge University Press.
2. DYER, Richard (2002). Entertainment & Utopia. En Only Entertainment, London: Rougtledge, 2002.
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Anterior entrega de El cine que hay que ver: “El tercer hombre” (Carol Reed, 1949).