«Siento envidia por el talento culinario de nuestro país y absoluta tristeza por la arritmia musical que nos rodea»
Chema Domínguez tuvo la sangre fría de seguir los exitosos concursos televisivos «Top Chef» y «La Voz». Para su sorpresa, la creatividad y el arte los halló en el espacio de cocina.
Texto: CHEMA DOMÍNGUEZ.
Música y cocina. «La Voz» y «Top Chef» escenificaron uno de los duelos más importantes por la audiencia televisiva del año pasado y aunque ganó el karaoke de Tele 5 por la mínima, el resto de partidos los perdió en favor del buen gusto, es decir, «Top Chef». Siento envidia por el talento culinario de nuestro país y absoluta tristeza por la arritmia musical que nos rodea. Es importante entretenerse y preguntarse el por qué de la victoria del programa de Alberto Chicote, Susi Díaz y Ángel León como guías y jurado, frente a la orquesta formada por Jesús Vázquez, Tania Llaseras, David Bisbal, Rosario, Malú y Antonio Orozco.
Es importante porque la cocina ha tomado desde hace tiempo el testigo musical creativo que una vez nos puso en el mapa internacional, mientras que la música va camino de la perdición. Entiéndase por música grandes medios e industria porque, afortunadamente, buena música sigue habiendo aunque sus protagonistas lo tengan, tengamos, jodido.
El éxito de «Top Chef» es para alegrarse porque premia la creatividad y Begoña Rodrigo, la ganadora de la primera edición, podrá poner en marcha su idea de forma independiente, un espacio propio para expresar su arte en la cocina gracias al material, el asesoramiento y el dinero que le otorga su condición de vencedora. Mientras, David Barrull, el ganador de «La Voz» 2013, gana una carrera musical dirigida por una empresa multinacional que en la primera edición fue Universal, que junto a Sony tienen el mayor número de representantes entre el jurado y los artistas invitados que pasean por «La Voz». Así que a priori, poca, muy poca autonomía artística para el primer gorgorito de «La Voz». Y lo más importante, gana por su capacidad de imitar, de cantar lo ya cantado mil veces sin aportar ningún ingrediente salvo el de su voz, claro. ¿Es suficiente? ¿Se imaginan al ganador de «Top Chef» feliz porque ha encandilado al jurado con un buen filete de ternera con doble de patatas de toda la vida?
Que «La Voz» exista o no, personalmente me la trae floja, pero tomo conciencia de clase al pensar que quita un espacio valiosísimo para mostrar una realidad musical mejor, por la forma en que denigra la génesis de una trayectoria artística y la imagen que proyecta en la sociedad. Y claro, Jesús Vázquez lo pone muy fácil para que uno se enfade. Obviando su vestuario, que tiene un artículo de investigación aparte, después de oírle no sé si sabe que ya no es el presentador de «La Quinta Marcha»: sus argumentos tan chupi-desenfadados y asentados en los discos que ha vendido el invitado de turno para medir su grandeza artística, son irritantes. ¿Se imaginan a Chicote presentando a la familia de El Celler de Can Roca en Girona, mejor restaurante del mundo, así: «con vosotros los cocineros que han logrado vender 5.000 menús mensuales que por 12 meses al año hacen un total de 60.000 menús, ¡un fuerte aplauso!»?
«Top Chef» apuesta por la originalidad a partir de alimentos y herramientas clásicas o modernas, vanguardistas o tradicionales, sabe que en la singularidad de cada concursante puede haber un artista; huye del negocio en serie, no hay ningún invitado, nadie de ninguna cadena de esas que inundan calles y centros comerciales bajando el nivel gastronómico estilo Foster’s, Ginos, Burguer King, etc. En cambio, en «La Voz» ensalzan todo lo que sea franquiciado en favor del ansiado éxito mundial, ventas millonarias y artistas que cantan sin decir nada, controlables, dependientes.
Hay más poesía y mejores datos en los argumentos del jurado de «Top Chef» que en los de «La Voz». Mientras Rosario y compañía derrochan subjetividad, corazonadas e ilusión viral; los aspirantes a «Top Chef» y sus examinadores demuestran ser artistas de verdad al querer y saber combinar sus manos, su cabeza y su corazón: se expresan. «La Voz» se limita a ser profesional para lograr su objetivo: audiencia, no llegan a ningún momento mínimamente artesano.
Y «La Voz» solo es un frío profesional porque está en línea con lo que en otro tiempo fueron compañías de discos y hoy son empresas que venden soportes o archivos musicales. Quieren productos. Por eso el arte que presenta «La Voz» no es tal, por mucho que David Barrull posea una buena garganta. Sobre todo cuando el argumento rompedor de Jesús Vázquez para animar el desenlace es «Solo cuentan (los finalistas) con su don, ninguno ha tomado clases de canto, son voces puras». Que unido a la afirmación previa del ganador de que su deseo es ganar porque quiere darle un futuro a su familia es casi enternecedor.
Es impensable que un ganador de «Top Chef» no sepa qué está cocinando, cómo se compone y produce un plato, cómo se arregla, el compás que necesita en cada momento, el ritmo con el que trabaja y crea, cómo se mezcla y cómo se emplata o edita. En «La Voz» parece que es conveniente que el ganador no sepa construir canciones, qué es un estudio de grabación, quién es un productor, ingeniero de sonido, arreglista, editor, etc., y sobre todo que no sepa qué es un contrato discográfico.
Mientras «La Voz» fríe, refríe y vuelve a freír lo ya frito, bajando, al final, más de diez puntos su audiencia respecto a su primera entrega, «Top Chef» ha ganado en el computo global gracias a su pasión y creatividad. Cocinen mientras escuchan a Bowie, Los Coronas, Krahe, Battiato, Stones, Bunbury o a quienes ustedes elijan, el resultado será envidiable: música de alta cocina y alta cocina musical. Ambas cosas.