El arte de perder, de Veintiuno

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DISCOS

«Son estas grandes canciones y sus buenos directos los que están brindándoles el reconocimiento que merecen»

 

Veintiuno
El arte de perder
WARNER, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Es norma habitual en el pop que un grupo de repente ascienda desde la nada como un cohete. En tiempos, a base de actuaciones en tugurios; en momentos más recientes, usando maquetas que sonaban en la radio y, en la actualidad, en cualquier mecanismo del que disponga internet para llegar a grandes masas, mucho más grandes que hace unos años. El caso de vuelo más elegante y con más aceleración ha sido el de Veintiuno, un grupo toledano que publica su cuarto álbum y se reafirma como una de las bandas del momento.

El arte de perder, el título veremos que es significativo, se inicia con “Dominó”, una presentación en la que el grupo se plantea, desde un garaje de Toledo, hacer música juntos. Es una declaración de intenciones que deja bien a las claras una voluntad férrea de dejar atrás la mala suerte que deriva del discurso que dieron tras ganar el Premio Odeón, en 2022, a Artista Revelación de Rock. Han perdido dinero, pero su empeño es seguir adelante como banda. Tras ello, en “La ruina” vuelcan toda la tradición del pop español, con la voz de Diego Arroyo especialmente cálida sobre un constante mar de guitarras, algún teclado, un saxo que en “A la orilla” crea un ambiente jazzístico. Son las vicisitudes de un joven que sale de casa de noche y vuelve de día. La mayoría de las veces perdiendo, claro.

Estas ansias de escapar —se trata de buscar a toda costa la felicidad— también surgen en la preciosa “La Toscana”, que se inicia con un atrayente juego de guitarras y se resuelve con una impecable letra, porque el disco goza de letras bien construidas, sin que se retuerzan en ámbitos líricos, como la de “Mañana lo dejo” —que si no fuera tan personal, podría ser perfectamente un himno— o la de “Escalofríos”, que también deja patente la especial maestría que el grupo tiene a la hora de resolver melodías.

Melodías que adquieren un regusto especial en “Chihiro”, donde la partitura deambula por el mejor desarrollo posible para contar historias de relaciones sentimentales que empiezan con imaginarios de anime y acaban en fantasía. Y el máximo grado de este romanticismo está en “Ya no nos hablamos” —que incluso es bailable—, donde el dolor de la separación se une el temblor cada vez que el azar hace que la pareja se vuelva a ver.

Palabras mayores se dan con “La vida moderna”, donde colabora Love of Lesbian. También relaciones sentimentales y el ansia de un sur deseado entre frases que descolocan a veces —«le llamáis poliamor/ a los cuernos de siempre»— y recuerdos de Neruda —«me gusta cuando te callas»—. La conclusión es que la vida moderna no resulta del todo conveniente.

Pero sobre todo ello se alza la percepción de que es un grupo juvenil, extremadamente juvenil, —se demuestra perfectamente en “Leona”, de una lozanía como hacía veinte años que no se mostraba—, con canciones que, sin salir de lo habitual en el pop español, lo revitalizan todo y lo dejan nuevo y aireado. Son estas grandes canciones y sus buenos directos los que están brindándoles el reconocimiento que merecen y que dejen ya en el pasado el arte de perder.

Anterior crítica de discos: I am not there anymore, de The Clientele.

 

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