DISCOS
«Un viaje en toda regla por toda América en el que se percibe el peso y el orgullo de la tradición»
Rozalén
El árbol y el bosque
SONY, 2020
Texto: CÉSAR PRIETO.
El árbol y el bosque no es un disco de Rozalén, es un disco de María de los Ángeles Rozalén. De la persona, no de la artista, si de algún modo se puede disociar quién eres de qué expones. Seguramente es imposible, pero en ocasiones lo que eres aparece en tu obra sin tamices, sin máscaras, sin artificios, el artificio es la naturalidad; el cuarto álbum de la cantautora de Albacete así lo presenta. Ayuda mucho que esté hecho en tiempos de confinamiento, las canciones, en general, que se han ido componiendo en estos seis meses gozan de esa apertura del corazón.
He evitado decir, conscientemente, que es su disco más personal; personales, lo son todos, pero sí que es el disco en el que más directamente apela a la solidaridad y al compromiso en el cariño, en “La línea” está bien claro desde el título que dibuja ese camino de concertinas que destrozan tendones e ilusiones, en “Aves enjauladas” está más claro todavía: «Cuando de esta salga, iré corriendo a abrazarte». En los besos que promete a su abuela no busca trabajar el lenguaje, busca soltar la emoción.
Donde sí hay construcción y cuidado es en el aspecto musical, es el disco que bebe más de lo latino, en el sentido amplio, desde Tierra de Fuego hasta el río Bravo. Uniendo las dos cosas, la introspección y el mundo hispano, nos sorprende “Y busqué”, un camino de autoconocimiento que se exalta al final, cuando llega a la cima del monte Tepozteco, en México, cuya ascensión refleja un descenso a su interior a cada peldaño que sube.
Esta factura mexicana llega a su culmen con “Amiga”, una ranchera de manual en que la acompaña la impresionante voz de Mon Laferte, que a pesar de ser chilena parece navegar en una cantina de Oaxaca. De su Chile, sin embargo, vienen varias presencias andinas, “La maza”, por ejemplo, que aunque comienza con el deje de Ana Belén —o de Silvio Rodríguez, que es original suya—, se llena de imaginativos arreglos y fuego interior. Hay golpes y la pulsión de aquellos cantantes que, en vez de cantar, contaban. También de aires andinos es “Loba”, donde da fe de su libertad, de su lucha por superar todo lo que nos lastra, de su rabia, y lo envuelve todo de fiesta nocturna y luces de colores.
Viajamos a Cuba. Aunque La Sonora Santanera es mexicana, lleva desde 1955 defendiendo la música tropical, son ellos quienes la acompañan en la intensa y cumbiambera “Que no, que no”. Y donde ya se entrega sin reservas a la isla es en “El día en que yo me muera”, un son con la plantilla canónica al que su garganta sureña convierte en un cante de ida y vuelta magnético, apasionado y apasionante. Y la última parada en el Caribe es “A tu vida”, compases de bolero que demuestra que Rozalén está mucho más atenta a cauces establecidos que en discos anteriores, a pesar de que en las canciones entren más juegos de electrónica. Aunque donde realmente se la juega con la electrónica es en “El paso del tiempo”, sensual, bailable y de aires funky.
Un viaje en toda regla por toda América en el que se percibe el peso y el orgullo de la tradición, de lo que ha ido modelando la música en castellano; no por ser mejor, ni por ser nuestra, ni por un estúpido chovinismo, sino por haber construido un marco propio y reconocible en el que depositar nuestra cultura popular.
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