«De ser su último disco, estamos ante un epílogo brillante y muy apropiado para la carrera de uno de los compositores y letristas más exquisitos de la historia de la música popular»
Javier Márquez Sánchez analiza a fondo el nuevo disco de Paul Simon, Seven psalms, publicado recientemente. Un recorrido introspectivo sobre asuntos universales y filosóficos, que ha dado como fruto un repertorio complejo pero altamente adictivo. ¿Será esta su despedida discográfica?
Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
Una noche de 2019, una voz le susurró en sueños a Paul Simon que debía componer una pieza titulada “Seven psalms” (siete salmos). El cantautor, de 77 años por entonces, se levantó, se calzó sus pantuflas y se puso a trabajar. En días posteriores, nuevas ideas para el proyecto le desvelaban al rayar el alba. Esta es la historia con la que el veterano artista ha presentado su nuevo trabajo de estudio, el primero en siete años y también el primero desde que en 2018 se despidiera de los escenarios con aquel memorable Farewell tour.
Y tras escuchar este Seven psalms (Legacy Records/Sony Music) no es difícil creerse esa historia de la voz que le inspiró, porque desde luego lo hizo no solo en lo referente al contenido, sino también a la excelencia del resultado. A lo largo de los años Simon ha sido de todo menos un artista acomodaticio. Su piel creativa ha mudado desde el folkie de sus primeros trabajos con Garfunkel, hasta el maestro del pop adulto de sus discos en los setenta, el revolucionario artesano de la world music en sus proyectos afro-brasileños o la experimentación melódica e instrumental de sus obras en este nuevo milenio.
En su nueva propuesta, Simon coge un nuevo desvío para presentar una pieza compuesta de siete pasajes que deben escucharse como un todo (para ello, en el cedé y el digital los encontramos presentados en una sola pista); pasajes que, pese a sus personalidades intrínsecas, funcionan como una unidad tanto a nivel conceptual como musical, y la voz y la guitarra de Simon son la principal argamasa del conjunto.
El autor de Graceland siempre ha sido un virtuoso de las seis cuerdas, pero nunca como en este disco habíamos podido escucharlo con tanto detalle, con un toque de sonido limpio y minucioso que arranca el trabajo con un finger picking hipnótico. El propio artista se hace cargo de hasta quince instrumentos más —la mayoría percusiones exóticas, además de un par de teclados y algunas cuerdas—, pero tanto estos, como los que ejecuta James Haddad, sobrevuelan de manera muy sutil las composiciones, al igual que los coros de la formación británica Voces8 que colabora en cuatro temas.
Por su parte, aunque más grave y limitada que antaño, la voz de Simon ha ganado, sin embargo, expresividad; más aún en composiciones de índole tan personal. En muchas de ellas, la instrumentación, más que acompañar, establece un diálogo con la voz, que es la que va dibujando las melodías en un ejercicio prodigioso de interpretación y estructura compositiva. Es precisamente su capacidad para hacer que este ambiente espiritual resulte de algún modo realista lo que logra que esta música, nada sencilla, se ofrezca con cohesión y conexión.
Dios la bendiga, señora Robinson
Las referencias religiosas en la obra de Paul Simon pueden rastrearse hasta la polémica generada en 1967 al citar, por primera vez, a Jesucristo en una canción, en aquel verso de “Mrs. Robinson” (que tanto cabreaba a Sinatra): «Escuche, señora Robinson, Jesús la ama más de lo que usted cree». Incluso tuvo unos años muy marcados por el góspel, plasmados en la gira recogida en el directo Live rhymin’, de 1974, acompañado por los Jessy Dixon Singers.
En ese sentido, los siete salmos a los que hace referencia el título de su nuevo trabajo, las siete composiciones, corresponden al significado literal de estas piezas bíblicas: cantos de alabanza a Dios. Pero este no es un trabajo religioso sino, más bien, a medio camino entre una espiritualidad etérea y una ensoñación filosófica. Suena trascendental y reflexivo, pero terriblemente cercano al mismo tiempo. «Sumerge tu mano en las aguas del cielo/La imaginación de Dios», canta en “Your forgiveness”. Esta vez, la mortalidad y lo que quiera que sea que venga después son el alimento de su música. Hacer balance de la vida siempre ha sido una de las especialidades líricas del neoyorquino y se convierte en el corazón de esta obra: «Viví una vida de penas agradables / Hasta que llegó el momento de la verdad / Me rompió como una ramita en un vendaval de invierno / Me llamó por mi nombre», canta en “Love is like a braid”.
Junto a la voz y guitarra, hay una pieza reiterativa, “The lord”, que ayuda también a empastar y vertebrar el conjunto, cuyo texto va cambiando a lo largo del desarrollo del minutaje: «El Señor es mi ingeniero… El Señor es un rostro en la atmósfera… El Señor es mi chiste personal… El Señor es mi productor musical… El COVID es el Señor…». Cabe señalar en este sentido, que las preguntas espirituales han alimentado durante mucho tiempo la obra de Simon, a menudo desde ángulos inesperados y no exentas de un sentido del humor muy sutil, desde “Mother and child reunion” en 1972, hasta “Questions for the angels” en 2011.
«Una pequeña suite sobre la mortalidad y la espiritualidad. Aparentemente sencilla en su planteamiento, pero de una prodigiosa complejidad melódica y de interpretación»
Por otro lado, dado el tono de la obra, cabría hablar de un disco de despedida, un canto final o algo similar. Pero, aunque no faltan reflexiones sobre la muerte o el más allá, este Seven psalms no resulta tan premonitorio —¡esperemos que no!— como los últimos discos de Leonard Cohen o David Bowie, de marcado tono sombrío y publicados días antes de la muerte de sus autores. En estos versos, Simon también habla sobre el perdón, el amor, la inmigración o las redes sociales. Este último tema lo aborda con un ácido sentido del humor, en uno de los pasajes más interesantes, “My profesional opinión”, un blues «al estilo simoniano», en el que incluso se advierten arreglos instrumentales que entroncan directamente con algunas de sus primeras creaciones en solitario tras la ruptura con Garfunkel: «Escuché a dos vacas en una conversación / Una insultó a la otra / En mi opinión profesional / todas las vacas del país deberían / cargar con la culpa». También hay piezas que parecen esconder reflexiones políticas como en “Trail of volcanoes”, probablemente la más dura del conjunto en su mensaje, aunque de las más interesantes en su instrumentación: «Ahora esos viejos caminos / son una estela de volcanes / Una explosión de refugiados / Me parece / que todos estamos recorriendo / el mismo camino / Donde sea que nos lleve / La pena es / que el daño que se ha hecho / deja muy poco / para enmendar».
La emoción se acentúa con los últimos salmos, donde la propia mujer de Simon, la también cantante Edie Brickell, se suma para cantar a dúo un par de piezas y regalarnos unas armonías deliciosas. La última de ellas, “Wait”, es la mejor muestra de que, aunque en este disco se hable sobre la inevitabilidad de la muerte, se hace con un sosiego y sentido de la esperanza realmente apaciguadores: «Espera / No estoy preparado / Aún estoy recogiendo mi equipo / … / Escucho las canciones fantasma que tengo / Saltando y gimiendo / A través de un micrófono desconsolado / … / El cielo es hermoso / Casi como casa / ¡Niños! Preparaos / Es hora de volver a casa».
Coproducido por el ingeniero de sonido Kyle Crusham y con una portada extraída de una obra del paisajista estadounidense Thomas Moran, Seven psalms resulta, en definitiva, casi como un poema sinfónico, una pequeña suite sobre la mortalidad y la espiritualidad. Aparentemente sencilla en su planteamiento, pero de una prodigiosa complejidad melódica y de interpretación. Un disco que no es fácil de escuchar pero que resulta adictivo una vez se entra en él. Nadie debería llevarlo a una barbacoa, pero puede debe escucharlo varias veces seguidas, en bucle, y en cada pase advertirá nuevos detalles, matices y emociones. No sabemos si Simon nos sorprenderá con un nuevo trabajo dentro de unos años pero, de ser su último disco, estamos ante un epílogo brillante y muy apropiado para la carrera de uno de los compositores y letristas más exquisitos de la historia de la música popular. Tal y como concluye el disco, solo podemos añadir: «Amén».