FONDO DE CATÁLOGO
«Diez canciones enlazando la fuerza del rock y la emoción del soul, con un potencial enorme para llegar a un público masivo»
Esta semana en Fondo de catálogo ahondamos en la huella que dejó el estreno discográfico de Eddie Money, con su álbum homónimo, en 1977. «Diez canciones enlazando la fuerza del rock y la emoción del soul, con un potencial enorme para llegar a un público masivo». Por Manel Celeiro.
Eddie Money
Eddie Money
Columbia, 1977
Texto: MANEL CELEIRO
Edward Joseph Mahoney nació en Brooklyn, en invierno de 1949, en el seno de una familia de ascendencia irlandesa tradicional y religiosa, con los hombres de la misma ganándose el pan como servidores de la ley en el departamento de policía de Nueva York. Sin embargo, y a pesar del peso de tan estricta educación, el adolescente Eddie estaba por otras cosas e iba camino de convertirse en todo un gamberrete. Fue expulsado de la escuela, se mantenía en permanente conflicto con su progenitor por negarse a cortarse el pelo y por su afición por el rock & roll; sobre esto último, recordaba en una entrevista un incidente especialmente desagradable cuando su padre irrumpió en su habitación para arrancar de las paredes todos los posters de las estrellas musicales del momento y prácticamente hacer trizas su tocadiscos y su colección de singles.
Durante aquel tiempo hizo sus primeros pinitos en varias formaciones locales, pero al cumplir dieciocho años juzgó que debía cambiar de vida y firmó su ingreso en la academia de policía para seguir la vocación familiar. A partir de ese momento no queda demasiado claro lo sucedido, pero el caso es que, una vez en prácticas ejerciendo trabajos administrativos, el asunto se torció. Hay varias versiones: desde que se largó dado que, obviamente, no hacían la vista gorda a que se dejara crecer la cabellera más allá de lo marcado por el reglamento, a que lo pillaron dándole a la marihuana en horas de oficina. Y los mentideros también dicen que sus compañeros de grupo lo largaron porque no molaba tener a un madero como vocalista. Ante tales acontecimientos decidió que era hora de cambiar de aires y Eddie puso rumbo a California.
Una nueva vida
Trabajó en diversos empleos para subsistir y empezó a dejarse ver por los clubs nocturnos de la bahía de San Francisco. Su buena planta y su voz rota, en la línea de Rod Stewart, conquistaba los garitos; así que no es de extrañar que el todopoderoso Bill Graham se fijara en él. Gracias al legendario promotor consiguió grabar su debut discográfico. Producido por Bruce Botnik, y con Andy Johns de ingeniero, fue todo un pelotazo saldado con certificado de doble platino y más de dos millones de copias facturadas; convirtiéndose así en el disco más vendido de su carrera y, sin ningún tipo de dudas, en el mejor.
Los temas escogidos los llevaban tocando hacía tiempo en directo, por lo que estaban más que rodados, y se vieron favorecidos por el pletórico estado vocal de Eddie y por la excelente química entre el cantante y los músicos acompañantes; además de la decisiva participación como instrumentista y arreglista de su viejo compañero de correrías, el guitarrista Jimmy Lyon. Perfecto prototipo de esos músicos que dejan el protagonismo a un lado para ejercer su trabajo de la mejor manera posible y cuya importancia solo se valora en su justa medida cuando ya no están.
A pesar de editarse en 1977, una época convulsa de la industria y de los gustos del público debido a la explosión del punk y el advenimiento de la nueva ola, el disco lo tenía todo a favor para convertirse en el éxito que fue. Una producción cálida y orgánica, diez canciones enlazando la fuerza del rock y la emoción del soul con un potencial enorme para llegar a un público masivo; composiciones carne de ser radiadas por las emisoras FM a todas horas. Así sucedió con “Two tickets to paradise”, un tema que hoy en día todavía visita las ondas norteamericanas con frecuencia y que figura en muchas de las recopilaciones de clásicos de la época, y con la pegadiza “Baby hold on”. Ambas propulsaron el subidón en las listas.
Puntas de lanza bajo las que se esconden los mejores momentos: Money destila clase y emoción en la adaptación del “You’ve really got a hold on me”, de Smokey Robinson, con un precioso solo de saxo a cargo de Tom Scott; la autobiográfica “Wanna be a rock & roll star” rockea a cien por hora, recordando en su concepto al gran Bob Seger; y medios tiempos como “So good to be in love again” suenan finos y beneficiados por el oficio y las excelentes prestaciones de los intérpretes. Jimmy Lyon se luce con sus seis cuerdas en todas y cada una de sus intervenciones solistas, aunque hay que prestar especial atención a los riffs de blues rock que se saca de la manga en “Got to get another girl” y en el sabor sureño con que su guitarra impregna “Gamblin man”, que podría figurar sin problemas en el repertorio de cualquier tótem del género.
Ha pasado mucho tiempo, pero he de reconocer que volver a escuchar mi gastada copia en vinilo, conseguida hace años en una de esas ferias del disco que pueblan nuestra geografía, ha sido un ejercicio placentero; el disco conserva intacto su atractivo.
Después las cosas no fueron como prometían. Entre que editó un sucesor que bajaba el nivel, Life for the taking (1978), y que su mano derecha, Jimmy Lyon, decidió abandonar el proyecto, todo fue de mal en peor. Sus adicciones no sirvieron de mucha ayuda y, aunque volvió a tener puntualmente algún pico de popularidad como “Take me home tonight” (un dueto con Ronnie Spector editado en 1986) y “Walk on water” (1988), se mantuvo en un perfil bajo. No dejó de editar discos y de actuar hasta que, el pasado 2019, un cáncer se lo llevó a los 70 años. Recientemente han aparecido algunos directos, Twilight in Frisco, live 1977 y Criesout for more, New York 1978, que dan fe, aunque con sonido mejorable, de las bondades rocanroleras de esa primera época.
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Anterior entrega Fondo de Catálogo: Recovering the satellites (1996), de Counting Crows.