FONDO DE CATÁLOGO
«Una grabación atemporal, con el espíritu de una banda irrepetible por historia, por personalidad y por canciones»
Manel Celeiro vuelve la vista a uno de los últimos trabajos de Burning, Dulces dieciséis, una jugosa selección que abarca más de dos décadas de canciones en formato acústico.
Burning
Dulces dieciséis
PEERMUSIC / MUSIC BUS, 2005
Texto: MANEL CELEIRO.
Burning son ley. Esa es una sentencia que se suele aplicar al hablar sobre ellos y que sigue vigente para la gran mayoría de sus seguidores. Y sobre todo en el barrio que los vio nacer, el madrileño vecindario de La Elipa, donde su sola mención todavía provoca la sonrisa cómplice y nostálgica de una buena parte de sus habitantes. Hablamos de una las bandas emblema del rock patrio, aupada a casi el estatus de leyenda. Igual el «casi» sobra, por una biografía azarosa en la que encontramos todos los ingredientes necesarios para ello según los manuales del género. Altibajos, diferencias, drogas, juergas sin final y múltiples anécdotas. De estar a punto de alcanzar el paraíso y, en unos segundos, verse abocados a una caída libre al averno. De la fuerte personalidad de Pepe Risi, y del empecinamiento casi mesiánico de Johnny por mantener la banda en activo tal y como Risi hubiera querido hasta que se embarcaron en una gira de despedida que pondría punto final a su carrera en 2019.
Su historia en papel e imágenes
Si la memoria no me traiciona, los madrileños han sido objeto de un par de libros, Burning: veneno del rock (Ricardo Moyano y Carlos Rodríguez, Milenio, 2010) y Burning Madrid (Alfred Crespo, 66rpm) y de un documental, Noches de rock & roll, a cargo del prestigioso director Fernando Colomo, que resultó tan fallido como anhelado. Realizado correctamente, como era de esperar, se quedó muy lejos de lo que se esperaba por la imposibilidad de plasmar en imágenes las mil aventuras corridas por la banda —¡cómo llevar todo eso a la pantalla!— que por cualquier otra cosa. En fin, más motivos para acrecentar su condición de grupo de culto, de preciado tesoro, de banda sonora de la vida de sus seguidores.
Momento de rebobinar
Cuando los Stones, claros referentes a nivel musical de los madrileños, publicaron Stripped (Virgin, 1995), un álbum donde revisaban en clave acústica temas antiguos y versiones, leí que, si decidían dejarlo, este era el perfecto álbum para despedirse. Algo similar se podía afirmar sobre Dulces dieciséis, aunque eso nos hubiera privado de un trabajo del nivel que exhibieron en su último paso por el estudio, el estupendo Pura sangre (Diagonal Music, 2013). De hecho, antes de ponerse a dar forma a este recopilatorio en formato desenchufado venían de publicar Altura (Avispa, 2002), un disco muy recomendable en que volvían a tomarle el pulso a la composición y cuya gira de presentación fue todo un éxito a nivel artístico, con un grupo de músicos ofreciendo lo mejor de sí mismos. Vamos, que era el momento perfecto para echar la vista atrás y disfrutar de lo mucho y bueno que había en su pasado.
Para la elección de los temas lo tuvieron claro: eso era cosa de sus fans. De una votación en su página web surgieron las dieciséis composiciones escogidas, origen del título que juega con el número y con un sentido homenaje a Chuck Berry —otro de sus Ídolos— y su “Sweet little sixteen”, para vestirlas con un traje sonoro que les sienta fetén. Elegante y fino. Y es que las buenas canciones siempre son buenas, independientemente de si se tocan con una simple guitara o acompañadas por toda orquesta sinfónica. Y ahí los Burning tienen unos cuantos ases guardados bajo la manga.
Trajes sónicos
Aires country, rock acústico puntuado por ocasionales chispazos eléctricos, bajada de revoluciones en aras de más profundidad, buscando la raíz primaria de las canciones. Johnny canta estupendamente, dejándose llevar por el ambiente relajado, paladeando cada palabra de esas letras que reflejan como pocas lo han hecho la vida del barrio, el pulso de las calles de la gran ciudad y la cara oculta de la misma que se pone en movimiento una vez el resto se ha ido a la cama.
Su habitual actitud canalla no pierde calado pese a sumergirse en aguas más tranquilas, y las canciones suenan orgánicas y vivas. La producción de Carlos Narea es de nota, y pelotazos de rock como “Jim Dinamita”, “Esto es un atraco” (con la colaboración de Quique González), “Mueve tus caderas”, “Jack Gasolina” o “Weekend” encajan como anillo al dedo en estos arreglos, mientras otras, “Como un huracán”, “No es extraño”, “Ojos de ladrón”, “Miéntelas”, “Las chicas del drugstore”, “Una noche sin ti” o, por supuesto, “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?”, parecen haber nacido para ser interpretadas así.
Una grabación atemporal, con el espíritu de una banda irrepetible por historia, por personalidad y por canciones tan maravillosas como las contenidas en la misma. Ahora que Burning han echado el cierre a su trayectoria, ponerse discos como este provoca que el sentimiento de pérdida se acentúe. Los echaremos de menos, es solo rock and roll, pero nos gusta y hace mejores nuestras vidas.
–
Anterior entrega de Fondo de catálogo: Electric (1987), de The Cult.