Drunk tank pink, de Shame

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DISCOS

«Sus nuevas canciones continúan aliadas al ruido, al grito y al galimatías sonoro, pero esta vez llegan con mayor detallismo»

 

Shame
Drunk tank pink
DEAD OCEANS, 2021

 

Texto: SARA MORALES.

 

Ya nos sedujeron con su debut en 2018, Songs of praise. Un disco enérgico, endiablado y visceral con el que esta banda del sur de Londres se presentaba ante el mundo para bombearlo, para azuzar sus ánimos devolviendo el sonido de la rabia al asalto del que nunca debió salir. Y alzando hasta los altares la devoción callejera que les viene de serie, con un encanto sin precedentes a la hora de rescatar el post punk oriundo de aquellas tierras, Shame volvieron a encaminarnos hacia la oscuridad del descontento y la confusión, pero sin recrearse en la languidez, más bien todo lo contrario. Sediciosos del siglo veintiuno y tahúres del nihilismo que suele acechar tras la resaca, todavía eran unos chavales cuando nos atacaron con fuerza hace tres años. Ahora, con el valor añadido que otorga la experiencia, los pies bien encallados en el alquitrán, la mirada bien alta y una verborrea más desafiante si cabe, regresan con este segundo —y esperadísimo— álbum dispuestos a seguir inquietándonos.

Drunk tank pink es más complejo, más expansivo; quizá menos directo que su predecesor, pero su poso es más duradero. Sus nuevas canciones continúan aliadas del ruido, del grito, del galimatías sonoro… pero esta vez llegan con mayor detallismo, quizá menos urgentes, pero más intensas e incisivas. Steen, el soberano vocal de Shame, sigue feroz; y al tiempo que escupe angustias y sudor por todos sus poros, las guitarras y la batería procesan su rock natural en diferentes texturas. Distinguimos mejor los recovecos de cada tema, parece que se han desnudado más; ya no hay vergüenza a pesar de su nombre, y nos allanan el camino para acceder a su discurso. La compañía de James Ford (Arctic Monkeys, Foals) en las labores de producción también ha hecho su función. Pero Shame ya son Shame, solo les ha hecho falta dos discos para arraigar identidad en la escena; y lo mejor es que siguen exorcizando desesperaciones con el ímpetu de la primera vez, pero ahora también conceden un margen a la reflexión.

El sentido apocalíptico redunda en cada pasaje del disco, y mientras cantan y tocan para musas grises como la decepción, la soledad, el tormento y la ansiedad, nos muestran la cantidad de canales sonoros en los que pueden embarcarse para penetrar en nuestras conciencias. Las guitarras punzantes de «Born in Luton» con ritmo de reminiscencias afropop y coros chamánicos, la brutalidad vocal del single «Water in the well» para cuestionarse con ironía «dónde está el cielo» que nos merecemos, o más bien no; las sombras de «Human, for a minute», el colorido de «Station wagon» y sus seis minutos y medio de sonidos contra el ego humano, el aplomo de «Snow day» que luego estalla insurrecto, la bestia dormida que despierta en «March day»… Y así hasta concatenar un repertorio soberbio que denota las ganas, y las posibilidades, de una banda que apuesta por el renacimiento de lo más primario y devuelve el drama de la existencia a la primera línea.

La vida no da miedo, pero sí infunde respeto. Y de eso se han dado cuenta ya estos cinco jovencitos. Lo cuentan en Drunk tank pink como mejor saben: a voces, a fuego.

Anterior crítica de discos: Corazón o plomo, de Comando Suzie.

 

 

 

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