FONDO DE CATÁLOGO
«Un trabajo que rebosa espiritualidad y pasión, amor por la música y por la vida»
Manel Celeiro recupera el enésimo disco de una de las grandes figuras del soul: el a veces olvidado Solomon Burke. Un trabajo titulado Don’t give up on me en el que abordó piezas de Bob Dylan, Van Morrison, Brian Wilson o Tom Waits.
Solomon Burke
Don’t give up on me
ANTI – FAT POSSUM, 2002
Texto: MANEL CELEIRO.
Hagan la prueba. Busquen los más destacados vocalistas de soul en su explorador de internet preferido. Los primeros resultados les llevaran a Otis Redding, Sam Cooke, Al Green, Marvin Gaye, Smokey Robinson, Ray Charles, James Brown, Aretha Franklin, Percy Sledge o Stevie Wonder, entre otros nombres primordiales. El bueno de Solomon Burke (fallecido en octubre del 2010) aparecerá en la segunda división. Honrosa, con posibilidades de ascenso, pero segunda, la de los que estuvieron a punto pero no lo consiguieron. Y es que el de Filadelfia, pese a tener algún que otro pelotazo en las listas de los más vendidos durante los sesenta, como “Everybody needs somebody to love” (que muchos conocerán por sus múltiples versiones, entre ellas la de los Blues Brothers), “Cry to me” (grabada por los Stones en 1965), “If you need me”, “Got to get you off my mind” o “Down in the valley”, está en el pelotón de los segundones. Un error de bulto, pues su figura engrandeció el género y sus cuerdas vocales eran garantía suficiente para otorgar un plus de calidad a cualquier canción a la que se enfrentaran.
Tras disfrutar de esa relativa popularidad entre la segunda mitad de los sesenta y la primera mitad de los setenta, a Solomon se le desbordó la fe y puso su alma al servicio del Señor. Se dedicó a predicar el evangelio en, ojo, la Casa de la Oración para Toda La Gente y Centro Mundial para la Vida y La Verdad en la ciudad de Los Ángeles, y aunque no abandonó su carrera musical, su producción durante los años posteriores obtuvo escasa repercusión, pese a estar nominado en algunos premios dentro del apartado de música góspel, y salvo alguna puntual excepción no son especialmente destacables.
En esas estábamos cuando se gesta el álbum del que hoy hablamos. Existen varias versiones de los hechos, desde que fue Joe Henry el impulsor del proyecto hasta que el asunto nació de un encuentro fortuito del vocalista con Andy Kaulkin, capo de la discográfica que había mostrado a los volubles cachorros de indie las excelencias de artistas blues como R. L. Burnside, Junior Kimbrough o T–Model Ford. Da igual: fuera cual fuera el origen, no hay más que deleitarse con uno de los álbumes de soul más importantes de los últimos treinta años.
En Don’t give up on me no encontraremos nada de pose, cero «moderneo», ni un gramo de revivalismo mal entendido, ni siquiera un intento de poner de actualidad a una vieja gloria. La grabación se acerca más a lo que hizo Rick Rubin con Johnny Cash que a otra cosa. Pongamos un buen colchón instrumental, pero en segundo plano, que no destaque en exceso, que se limite a estar en su sitio, y dejemos que su poderío vocal, sesenta y seis años por aquel entonces, ponga el resto. Y si tenemos un listado de temas en el que figuran autores como Brian Wilson, Van Morrison, Elvis Costello, Tom Waits, Bod Dylan, Nick Lowe o Dan Penn, los ingredientes de base dan para un menú de restaurante cinco estrellas. Un disco tan simple en su concepto como grande en su resultado final, un trabajo que rebosa espiritualidad y pasión, amor por la música y por la vida y la esperanza de que siempre, siempre, podemos encontrar la luz al final del túnel.
Este disco es una de las mayores sublimaciones del soul del siglo XXI, dada la calidad suprema de todas las interpretaciones. Los Blind Boys of Alabama ponen acompañamiento vocal, David Palmer su buen hacer a los teclados, Daniel Lanois tañe sus seis cuerdas, Rudy Copeland —organista de la iglesia de Solomon por aquel entonces— rebosa emoción en su intervenciones y Burke desnuda su alma en perlas como el tema titular, “Fast train”, “Diamond your time”, “The judgement”, “The other side of the coin” o “Soul searchin’”.
Grabado en tan solo cuatro días, no incluye ningún añadido ni retoque, con el aplomo del que no tiene nada que demostrar ya que va sobrado de oficio, talento y profesionalidad. Así lo declaró el propio Burke en una entrevista: «Le dije a Joe Henry que no quería saber nada de las canciones, son demasiado buenos todos los autores para que yo tenga que elegirlos. Solo tienes que decirme las que vamos a grabar y dármelas, me dices donde está el estudio, yo apareceré y las haremos en menos de una semana». Y cumplió su palabra con creces. Genio y figura.
Mi buen amigo Alfred Crespo, codirector de la revista Ruta 66, asegura que discos como el American beauty de Grateful Dead son ideales para que los bebés se duerman. No seré yo el que ose contradecirle, pero con los míos este Don’t give up on me funcionó de maravilla. Un puñado de canciones que transpiran paz, transmiten serenidad y contagian tranquilidad de espíritu. Palabra de soulman, hermanos y hermanas. Gracias, reverendo Burke.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Unidos, de Miguel Ríos.