Dominique A
20 de enero de 2010,
Teatro Isidoro Máiquez, Granada
Texto y foto: EDUARDO TÉBAR.
Dominique A es su voz. Una garganta capaz de emitir rebatos de desesperación en el más sedoso gorjeo. El músico francés concluye su exitosa gira española dejando atrás salas y teatros llenos, carteles de “no hay billetes” y baños de aplausos. Impresionante poder de convocatoria para un cuarentón tímido, opaco y de trayectoria alambicada. No se ajusta al canon, pero uno llega a pensar que existen universitarias gabachas con fotos del señor Ané plastificadas en sus carpetas. ¿La clave? El antihéroe de los chansonniers trasmite verdad. La sinceridad hiriente de un creador resbaladizo, portador genético –muy a su pesar– del dramatismo breliano y de la rebeldía iconoclasta de Bernard Lavilliers. Hay canciones que solo se entienden en la lengua del amor.
Al contrario que hace seis años, cuando el galo se ataba el bolsillo viajando sin banda por nuestro país, esta vez disfrutamos en el Teatro Isidoro Máiquez de Granada con un Dominique arropado de forma versátil por banderilleros sacados de Télépopmusik y Montgomer. Tres instrumentistas entre los que destaca el joven Thomas Poli, guitarrista y teclista capaz de jugar mediante colchones de distorsión y fases de minimalismo hipnótico con el Korg. Crudeza sofisticada: la obsesión de una pléyade eléctrica a la que se ha sumado a última hora Yann Tiersen. No en vano, el autor de la banda sonora de «Amélie» le confesó al arriba firmante hace unos meses que “Francia no es un país de músicos, sino de cantantes”. Dominique A tira por la vía intermedia y lucha por casar voz y veleidades sonoras en sus discos.
Esta vez, presentando un trabajo denso e irregular, «La musiqué», que trae como premio en edición limitada un segundo CD, «La matiére». Se trata de la enésima revolución tímbrica del calvo, inconformista nato y rastreador de su propia cordura. Dominique A practica la eterna escapada de sí mismo. En esta ocasión, desafiando a los oídos ya acostumbrados al esplendor clasicista de «L’horizon» (2006). En Granada, abriendo el ciclo Fonorama y con un nuevo auditorio de impecable acústica a su favor, se mostró despojado de cacharrería. Menos pedaleras y más expresividad corporal. Ventrílocuo y acalambrado, resulta gozoso contemplar al francés en sus concentradas danzas helicoidales.
El público no tardó en exigir ‘Antonia’. “Te marcharás decepcionado”, replicó Dominique en un esforzado castellano. Muy pícaro él, dado que reservó para los bises tan ansiado caramelo. Lo mismo sucedió con ‘La courage des oiseaux’, rememorando aquellos inicios solistas allá por el 93. “Tiempos inocentes”, según el autor, cuando patentaba su peculiar ética del low-fi en ‘La fossette’. No obstante, la cosecha reciente acaparó casi todo el recital. ¿Momentos cenitales? El arranque con ‘Le sens’ o el electrotango ‘La fin d’un monde’. Y, por supuesto, el clímax en la interpretación de ‘La peau’. Breve y conciso. Con esa voz, ¿quién necesita arreglistas?