“Es ‘Give me all your love’ el verdadero tour de force del álbum, con un crescendo psicodélico que lleva de la dulzura ponzoñosa de Billie Holiday a unos gritos desgarrados provenientes directamente de las entrañas, con Britanny Howard encontrando un poder en su voz que probablemente ni ella misma sabía que tenía”
Alabama Shakes
“Sound & color”
ATO/ROUGH TRADE
Texto: XAVIER VALIÑO.
Hace tres años, la voz Brittany Howard dejó a todo el mundo noqueado. No hubo casi tiempo para reponerse cuando se empezó a reconocer con justicia todo lo explosivo que tenía su debut. Con él llegaron unas ventas decentes en un mercado a la baja, giras por medio mundo e incluso premios. Tras tres años y cientos de conciertos, el grupo le da por fin continuidad a aquel alabado primer trabajo.
Lo difícil en esta ocasión era no repetir y abusar de la fórmula que el cuarteto del sur, enraizado en el blues, el soul, el gospel y el country pero que creció escuchando también grupos de rock, tiene inconscientemente en su ADN. Aunque nos hubiera gustado escuchar nuevas canciones antes, de esta forma han tenido tiempo de indagar en su sonido y de explorar de qué son capaces, hasta dónde pueden llegar.
Tal vez la mayor novedad de este disco es la reivindicación de los tres músicos que acompañan a Britanny en la banda: Zac Cockrell, Heath Fogg y Steve Johnson. Parece como si el grupo pretendiese diversificar su paleta sonora tanto como lo consigue la voz de su cantante, algo que saben que es imposible de lograr pero que al menos intentan. Y si ese reto no puede más que acabar parcialmente frustrado por naturaleza, al menos sí consiguen en esta ocasión colocar en primer plano unas atmósferas y unos tempos más trabajados, así como el sentimiento que palpita en el corazón de las canciones, algo que normalmente solo se consigue con mucha experiencia.
No hay más que escuchar “Sound & color”, el corte que abre el disco, para darse cuenta. En lugar de una explosión de guitarras, lo que suena son unos acordes inesperados e hipnóticos al vibráfono, casi jazz, con un ritmo que va progresando lentamente. Le sigue un tema a medio camino entre Prince y James Brown, ‘Don’t wanna fight’, con unas voces sorprendentes y una letra que se puede interpretar con una renuncia al enfrentamiento en una pareja pero, también, como el reconocimiento de un conflicto que puede envenenarlo todo, ya sea en una relación o en el escenario de la gran política.
Con ‘Dunes’ regresamos hasta lo más granado de los años 70, aunque sin nada especial que la distinga, para, a continuación, comprobar cómo ‘Future people’ escapa del soul-rock más previsible a un funk psicodélico tras la entrada del bajo distorsionado. Es ‘Give me all your love’ el verdadero tour de force del álbum, con un crescendo psicodélico que lleva de la dulzura ponzoñosa de Billie Holiday a unos gritos desgarrados provenientes directamente de las entrañas, con Britanny Howard encontrando un poder en su voz que probablemente ni ella misma sabía que tenía.
Hay más: el olor a madera de ‘This feeling’, soul a lo Curtis Mayfield actualizado (‘Guess who’) o una traviesa ‘The greatest’ que empieza con un trote punk, se acerca a la Velvet Underground, pasa por una balada de rock’n’roll de los 50 y acaba de nuevo envalentonada por una guitarra que rememora a Lou Reed. Si ‘Shoegaze’ mezcla grunge y funk, ‘Miss you’ recuerda tanto a ‘Try a little tenderness’ (Otis Redding) como a ‘Be mine’ de su primer disco Boys & Girls en el estribillo, mientras que en ‘Gemini’ se produce un imposible encuentro de D’Angelo con Janis Joplin. Y el final, con ‘Over my head’, recupera las delicadas texturas iniciales, cerrando el círculo.
Sí, ya no cabe la sorpresa de escuchar la voz de Howard por primera vez como sucedió hace tres años, pero está claro que sigue manteniendo la pasión y la necesidad de comunicarla dentro de ella. Gracias a Dios todas las apariciones en televisión, todos los contactos con superestrellas adeptas a la causa (Robert Plant, Adele, Booker T., Jack White, Drive-By Truckers, la familia Obama) y todas las nominaciones a los Grammy no los han cambiado, ni siquiera les han llevado a reproducir los sentimientos que les llevaron a componer sus primeras canciones pero sin la misma emoción, como les ha sucedido a otros. Aquí hay algo distinto, a lo que cuesta más acceder que en su primer álbum, pero que sorprende, sacia y brinda mayores recompensas a largo plazo. Eso sí, podían haberse esmerado algo más con la portada.
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Anterior crítica de disco: “Can’t forget. A souvenir of the grand tour”, de Leonard Cohen