«Una buena parte de aquellas canciones hoy siguen sonando igual de válidas que entonces y, suponemos, sorprendentes para quien no tuviera oportunidad de conocerlas de primera mano»
Varios
«Sombras. Spanish Post Punk + Dark Pop 1981-1986»
MUNSTER
Texto: XAVIER VALIÑO.
Pongámonos en antecedentes. A finales de los años setenta, principios de los ochenta, una onda siniestra recorría el mundo del rock, especialmente en las Islas Británicas. Tras el punk, lo que vino después tenía como elementos más reconocibles un sonido oscuro, frío, repetitivo, del que sus más evidentes representantes respondían a los nombres de Joy Division, Siouxsie and the Banshees, The Cure, Killing Joke, Bauhaus…
En España, tras el estallido de color que significó dejar atrás la dictadura y la aparición de bandas de rock y lo que se dio en llamar la movida, hubo también una generación que encontró su reflejo en aquella onda que venía del otro lado del Cantábrico. Treinta años después, Paul Hurtado de Mendoza y Pablo Siniestro han recopilado para el sello Munster una buena parte de aquellas canciones que hoy siguen sonando igual de válidas que entonces y, suponemos, sorprendentes para quien no tuviera oportunidad de conocerlas de primera mano.
Se abre acertadamente con un tema de Parálisis Permanente, teniendo en cuenta que Eduardo Benavente fue la cabeza más visible de este movimiento. Le sigue Alaska y los Pegamoides en un tema escrito por Benavente y que avanzaba lo que luego haría en su grupo. A continuación, Monaguillosh, otra de las formaciones emblema de este movimiento a pesar de su escasa producción, aunque quizás sea Décima Víctima el que vendría a la cabeza inmediatamente al pensar en ese sonido.
A partir de ahí encontramos un buen número de grupos en sus 42 canciones, con representación de distintas latitudes de la Península (Barcelona, Donosti, Málaga, Mallorca, Madrid, Valencia o Valladolid), representadas por aquellos más reconocidos (Derribos Arias, Gabinete Caligari) u otros que en su día pasaron desapercibidos y que hoy parece imposible que nadie haya recuperado (Quebrada, Pasajeros). Hay temas inéditos como el de Décima Víctima, ‘El signo de la cruz’ en versión maqueta tocada con caja de ritmos, o el de Neon Provos, este directamente pop y poco o nada oscuro.
Está la vertiente más intelectual (Alphaville), la directamente punk (Qloaqa Letal), la techno (Aviador Dro), la más psychobilly (Los Coyotes), antecedentes de bandas que luego tuvieron mayor repercusión (Agrimensor K abriendo camino para La Dama Se Esconde), bandas creadas a imagen y semejanza de The Residents (Los Iniciados), coetáneas de Vulpess que sonaban prácticamente igual pero no se vieron impulsados por la polémica (Nueva Religión), grupos que hoy suenan tan intensos como entonces (Desechables) o clásicos que merecieron mejor suerte (Furnish Time, con un tema que semeja defectuoso en su prensaje).
Además de abundante e interesante documentación gráfica, redondeada en un libreto interior con fotografía de Ana Curra en la portada y un retrato del grupo Nueva Religión en un cementerio en su contraportada que bien podría haber podido ser la imagen del disco, tres textos completan este doble compacto o cuádruple elepé. El primero, firmado por el periodista Jesús Rodríguez Lenin, contextualiza a cada uno de los grupos entrelazándolos entre sí, sin mantener el orden de aparición pero con abundante información. El tercero, firmado por el cantante de Décima Víctima, Carlos Entrena, se detiene especialmente en el nacimiento de los sellos independientes en España.
Por su parte, en el segundo de ellos Beatriz Alonso, teclista de Monaguillosh, aporta su experiencia personal y, por lo tanto, más emocional. Empieza recordando su primer concierto, continúa con su visión como seguidora de aquel sonido y ya, por último, como componente de una de aquellas bandas recopiladas en el disco. Suyas son las palabras finales que bien podrían servir para resumir aquellos años:
“¿Por qué tuvo tanto éxito la onda siniestra, por qué nos dejamos llevar por esos sonidos poco complacientes con lo superficial e inmediato? ¿Éramos personas tortuosas o torturadas? En absoluto. Nos divertíamos, nos reíamos, buscábamos la individualidad. Desde la perspectiva que me da el tiempo transcurrido, creo que la introspección adolescente encontraba en este tipo de música un buen acomodo donde identificarse, sin dejar de lado la energía vital propia de la edad, que se canalizaba a través de guitarras llenas de efectos, bajos obsesivos, baterías contundentes y, cómo no, teclados sinuosos y efectistas”.
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Anterior crítica de discos: “Bailamos por miedo”, de Joe La Reina.