«Al borde de los sesenta, Cash da una lección en el oficio, no ya de escribir grandes temas, que también, sino en el urdir un relato»
Rosanne Cash
«The river & the thread»
BLUE NOTE/DECCA
Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.
A Rosanne Cash podía pesarle el apellido. El más reluciente del country desde Hank Williams. La hija de Johnny, al que rindió tributo en el notable «The list», regresa con su primer disco de material original en ocho años. «The river & the thread» acumula ya estrellas en las reseñas. Su autora anda de bolos por las televisiones. Destacan los críticos estadounidenses el cuidado en la composición, la elegancia en las voces, una instrumentación suprema y unos textos hermosos. Todo muy cierto. También se afea, siquiera desde sectores aguerridos, una producción ligeramente tersa, o pulcra, dado que la sonoridad perfecta no cotiza al alza. Comprendo sus razones, las leves protestas de los que siempre tienen que protestar algo, pero recomiendo no prestar atención y bañarse en canciones del calibre de ‘Night school’, ‘Modern blue’, ‘A feather´s not a bird’ o ‘Etta’s tune’. Música suntuosa, madura, mimada al detalle y urdida por una aristócrata del género vaquero, un tópico, claro, pues lo vaquero hace siglos que incluye en su alma una sensibilidad urbana, influida por Cohen y Dylan, Carole King y Steve Earle, los Byrds y Townes Van Zandt.
Oscuridad y terciopelo, restos de cabaret y folk celérico, sabiduría y elegancia, desbordan cada poro de un melodrama libre de histrionismos, parido por una mujer que nació en Memphis y mamó rock and roll, gospel y country. Al borde de los sesenta, Cash da una lección en el oficio, no ya de escribir grandes temas, que también, sino en el urdir un relato. Hay mucha reflexión, y bastantes dosis de inspiración, en esta demostración práctica. Pero tranquilos. No me refiero a un disco discursivo, temático o pelma. Ni siquiera conceptual. Por discurso entiendo la voluntad de su autora en picotear en un universo, el suyo, el de los Cash y los Carter, el de las iglesias afiladas y níveas, las panteras del pantanal, los aligatores, el whisky de contrabando y el universo de Faulkner, otro que también jugaba a crear mundos, pasándolo por el tamiz, resultaba inevitable, de una mujer cosmopolita y culta, que retrata los arrabales de la Norteamérica profunda con ojos de niña vieja, que ha visto mucho y todavía quiere más. Más recuerdos, más sobresaltos, más emociones y cuentos, más viento y más olas, más.
Con la ayuda de su marido, el guitarrista John Leventhal, la que va camino de ser gran dama del country (si es que esto es country, si es que no nos fusilan los puristas) invoca a los fantasmas del Sur, la melancolía del Gran Río, las viejas historias de la Guerra Civil y la Reconstrucción, los campos de algodón abrasados en tardes de agosto. En sus mejores momentos, y abundan, el disco ofrece latigazos de poesía instantánea, colérica belleza, ecos de la Marianne Faithfull madura o, incluso, Tom Waits, un burbujeo de palabras gastadas y violines herméticos donde de alguna forma cuenta sus experiencias al remover la historia familiar. No de forma literal, dicen por ahí que el proyecto nace durante la restauración de la casa donde pasó la infancia su padre, sino de picnic por los territorios geográficos y sentimentales que habitó su tribu. Los distintos materiales los urde con la eficacia de una cantautora que abandonó el honky-tonk para reciclarse en sobria intérprete de sí misma, menos de tres cuartos de hora que saben a epopeya.
El formato disco agoniza y «The river & the thread» rema a contracorriente. Pinta al óleo una tierra trágica. Mezcla vapores de alta graduación, sabores añejos y sofisticada maña para confirmar que Cash ocupa una espaciosa habitación en la torre de la canción. Lejos de las suites presidenciales, ocupadas por Williams y compañía, pero cercana ya a las de Emmylou Harris o Lucinda Williams.
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Anterior crítica de discos: “Grownass man”, de The Shouting Matches.
