«El supremo hacedor de plegarias promete seguir riendo y bailando mientras el viento aguante»
Leonard Cohen
«Popular problems»
COLUMBIA/SONY
Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.
A Leonard Cohen lo tratábamos como a un viejo y querido pariente al que ya no veríamos. «Dear heather», del 2004, sonaba a despedida, no demasiado impactante. Nos conformábamos con los recuerdos del esplendor en la hierba, las canciones incandescentes que había levantado con acordes y versos y en las que los fugitivos de mil tormentas buscábamos refugio, sabedores de que allí siempre encontrarías tibios venenos, estampas del paraíso, aleluyas al jergón y otras dulces pomadas. Hasta que su mánager lo atracó y el monje arruinado descendió de Mount Baldy para reconstruir su cuenta bancaria. Desde entonces ha salido varias veces de gira y publicado dos obras fenomenales.
La primera, «Old ideas», de 2012, lo presentaba en espléndida forma. Para esta segunda entrega, «Popular problems», repite productor, Patrick Leonard, responsable como en el anterior de ahondar en la veta abierta por «Dear heather» (2004), solo que de nuevo con ambición redoblada. «Popular problems» muestra a un artista inevitablemente lejos del que firmó «I’m your man» (1988) y «The future» (1992), incluso del creador de maquetas fantasmagóricas de «Ten new songs» (2001), disco bisagra, por cuanto liquidaba el periodo de los himnos apocalípticos y las letanías espectrales animadas por una batería y un coro de ángeles. Cohen no tiene la energía o la respiración de cuando era «just a kid with a crazy dream», o sea, cuando a finales de los ochenta y principios de los noventa volvió a noquearnos, pero sabe apurar sus nuevas cartas con la gracia de los elegidos.
En «Popular problems» arranca con un blues esquelético, ‘Slow’. Sube la apuesta con ‘Almost like the blues’, una hermosa melodía en la línea de ‘Because of’ o ‘Show me the place’. La bella ‘Samson in New Orleans’ recuerda la devastación del Katrina con un séquito de voces encendidas y un violín que pincha y luce como un fósforo entre los dientes. ‘A street’, repaso inmisericorde al final de una relación, enlaza con la plegaria country, trotona y engañosamente pizpireta de ‘Did I ever love you’. ‘My oh my’ pasea sobre un recitado y leves vientos de aroma r&b, mientras que en ‘Nevermind’ una pulsión electrónica recorre los desguaces de la relación entre árabes y judíos. Todo en los textos funciona en dos o más planos, del gran teatro público al que nos asomamos al encender los televisores, maloliente letrina saturada de heces, plomo y sangre, al apunte acerado sobre el amor y sus alambradas. ‘Born in chains’, que llevaba varios años presentando en directo y muchos más trabajando en ella, no ha dejado satisfecho a su autor, que promete mejorarla sobre las tablas. A mí, en su actual encarnación, me vale. Qué digo me vale, me tumba, y no digamos ya la siguiente canción, ‘You got me singing’, una preciosa miniatura con la que cierra el disco y en la que el supremo hacedor de plegarias promete seguir riendo y bailando mientras el viento aguante.
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Anterior crítica de discos: “The no-hit wonder”, de Cory Branan.