“Aires argentinos, guitarras españolas, sonidos setenteros, folclore, aromas colombianos. Muchos parajes en un solo álbum. Han pasado tres años y ha crecido”
Xoel López
“Paramales”
ESMERARTE
Texto: ARANCHA MORENO.
Dice Xoel López que su nuevo disco se llama “Paramales” porque la música ha sido para él un antídoto para los males. Un amuleto, una manera de combatir la soledad y la tristeza, y aumentar la alegría y el júbilo. Todos esos remedios que ha utilizado como oyente y como creador se encuentran aquí: trece canciones en las que caben los dos lados del Atlántico y las viejas y nuevas formas de Xoel.
Hay quien concibe los discos como trabajos conceptuales, completamente independientes entre sí; también hay quien quiere seguir la misma senda en todos ellos y quien sabe crecer sin renunciar a quien fue. En este último grupo podría encuadrarse al coruñés, que ya no es Deluxe, ni Lovely Luna, simplemente Xoel, el gallego que emigró a Argentina, vivió, bebió y volvió cargado de algunos nuevos sonidos en la maleta, donde sigue habiendo espacio para sus orígenes.
Cuando suena ‘Patagonia’, el primer corte de “Paramales”, uno siente que comienza a andar por la misma orilla de su anterior álbum, “Atlántico”, quizá porque Xoel ha querido ayudarnos en la transición. Pasar de un trabajo a otro no deja de ser algo extraño, un viaje que el músico tarda varios años en recorrer y que el oyente debe entender en solo tres o cuatro minutos. Tal vez no tenga nada que ver, pero podría concentrarse en ese primer estribillo: “Todo es igual pero nada es lo mismo/ Todo parece igual pero todo es distinto”. Un autor del que reconocemos las maneras, las voces cálidas y las letras envolventes, pero aunque todo nos sea familiar, notamos algo distinto. Aires argentinos, guitarras españolas, sonidos setenteros, folclore, aromas colombianos. Muchos parajes en un solo álbum. Han pasado tres años y ha crecido.
Producido mano a mano con Angel Luján, “Paramales” se antoja una obra de ritmos muy palpitantes, percusiones pendientes de marcar el pulso para no dejar que el ritmo se apague. Hay canciones para cerrar los ojos y dejarse llevar, como ‘Yo solo quería que me llevaras a bailar’, y temas luminosos como ‘Caracoles’, donde recorre la geografía femenina. Hay percusiones de tinte caribeño en ‘Ningún hombre, ningún lugar’. Hay bofetadas en la cara, como ‘Todo lo que merezcas’, un “recoge lo que siembras”, el deseo de que se haga justicia, pero sin rabia en la voz, aderezada además con coros desenfadados. Por primera vez hay también un tema en gallego, ‘A serea e o mariñeiro’.
Dos canciones son hijas de su tiempo social, de la España que ha vivido de cerca y de lejos. “Guardan su veneno detrás de dulces palabras / Y cuando ya están dentro entonces clavan su puñal”, denuncia en el dicho colombiano ‘Sol de agua’. Un sentimiento similar dio lugar a ‘Antídoto’, teñida de acordeones y folclore, donde Jairo Zavala solo llegó a tiempo para grabar el casi imperceptible ‘Un, dos, tres’ del comienzo. Abrazos para el emigrante en ‘Un año más’, cantada con más rabia y con guitarras más oscuras. El penúltimo corte, ‘Laberinto’ arranca en tonos graves y metálicos, se torna más aguda en un estribillo de eco beatle y termina con el risueño acordeón de Nacho Mastretta. Entre todas ellas se abre paso ‘Almas del norte’, sin duda uno de los pasajes más hermosos de este puñado de remedios musicales para el alma.
Al borde del acantilado del álbum, ‘La casa hace ruido cuanto te vas’, letra de Lola García Garrido, última canción y la única no firmada por el coruñés. Un guiño flamenco a Lole y Manuel al comienzo, cantada a dos voces de principio a fin, nostálgica y quebrada en la última estrofa, que termina abruptamente y deja el disco suspendido. Y así se queda el oyente: con ganas de más. Y de darle de nuevo al play.
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Anterior crítica de discos: “Paradoja”, de Rafael Berrio