«Palosanto’ habla de la pistola y el corazón, lo íntimo y lo público, en maridaje perfecto. Pocos artistas españoles frecuentan la excelencia con la puntualidad de un Bunbury cada día más necesario»
Bunbury
«Palosanto»
WARNER
Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.
Últimamente hay quien suplica a nuestros rockeros que no olviden al respetable. Como si los músicos dedicaran las tardes a la cría de palomas «avant-garde». Añoran sus críticos las canciones instantáneas, los estribillos dulzones, la efusividad y las vitaminas, un ramillete de alegres tonadas, caramelos que uno asocia a la juventud divino tesoro, etc. Pero los rockeros, algunos rockeros, no todos, ojo, han asumido la madurez, y buscan alpiste en sonidos, influencias y textos más allá o acá de la idea prefabricada, preconcebida y precocinada por un pasado glorioso y también inquietante, incluso nocivo, si consagraran el resto de su carrera a la autoparodia. Tomen «Palosanto», el fantástico nuevo largo de Enrique Bunbury como ejemplo de lo que supone mantenerse fiel a unas coordenadas sin renunciar al riesgo.
Divivido en dos partes, podría ser un doble a poco que le hubiera metido otras tres o cuatro canciones. En la primera, densa, cruda, bronca, hay ecos de los Bad Seeds de «Abattoir blues», aquellos coros góspel con denominación maldita que de alguna forma enlazan ‘Los inmortales’ con una suerte de ‘There she goes, my beautiful world’ menos acelerada, más densa; en el segundo tramo de «Palosanto», romántico e intimista, el cantante cierra las ventanas y, tras pasear por el campo de batalla, se entrega a lo aparentemente pequeño y doméstico, a la miniatura del despecho y la nostalgia, el amor y la pérdida.
‘Despierta’, primera canción y primer single, pretende ser, como el ‘Contento’ de Loquillo, un aldabonazo en las conciencias, manifiesto de un artista que mira a su alrededor y, vestido con guitarras tóxicas y elegantes sintetizadores, solicita al personal que se levante. El mismo tono, entre político y místico, predominará en la porción inaugural del disco. ‘Más alto que nosotros el cielo’ retrotrae, con su golosa producción, al impactante «Flamingos», pop épico, orgulloso, infeccioso, que da paso a tres auténticos cañonazos, la barroca ‘Salvavidas’, la potente ‘Los inmortales’ y la elegante ‘Prisioneros’. En todas ellas, y en el resto de «Palosanto», flota una exquisita maraña de cuerdas y sintetizadores que, combinados con las citadas guitarras, le confieren un aire entre contemporáneo y suntuoso que rompe con los tópicos que uno presupone a un trabajo atento a la realidad social y su devastador panorama. ‘Habrá una guerra en las calles’ remacha las intenciones del artista con chulería, subrayadas luego mediante la febril ‘Destrucción masiva’ y su voz distorsionada con ecos a Corcobado. ‘El cambio y la celebración’, último eslabón de este capítulo primero, es una balada lustrosa, elegante.
Llegados a este punto Bunbury cambia de tercio, pero solo en apariencia, y dispara ‘Hijo de Cortés’, en cuyo estribillo invita a brindar con chelas y pisco para superar la demagogia histórica que a ratos envenena las relaciones con nuestros cuates. ‘Mar de dudas’, bolerazo mestizo, recuerda que estamos ante un artista que hace siglos renunció a seguir los reaccionarios dictados de cuanto acomplejado niega la herencia cultural más allá de lo anglo. ‘Miento cuanto te digo que lo siento’ añade a los citados arreglos de terciopelo un aire a lo Howe Gelb, un viento de Sonora que viste con misterio la calculada ambigüedad de una letra entre la confesión y la ironía. ‘Nostalgias imperiales’, repleta de hallazgos literarios (¿me he referido ya a la alta calidad literaria de los textos?), con su percusión en primer plano, su sinuoso órgano y su oscura guitarra disecciona el tedio para a continuación, en quiebro formidable, entregarnos a la majestad de ‘Plano secuencia’, una de las canciones del año, nacida con hechuras de clásico. Como decía Puchades hace unos días, una filigrana, varias piezas engarzadas en una con fabulosa soltura y una interpretación vocal que roza el virtuosismo. ‘Causalidades’ y su toque George Harrison nos deja en brazos de ‘Todo’, feliz joyita que a ritmo de vals despide un disco sólido e inspirado, rico y sinuoso.
«Palosanto» habla, en suma, de la pistola y el corazón, lo íntimo y lo público, en maridaje perfecto. Pocos artistas españoles frecuentan la excelencia con la puntualidad de un Bunbury cada día más necesario.
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Anterior crítica de discos: “The hurting”, de Tears for Fears.