Discos: «Nobocop», de Javier de Torres

Autor:

«Un recorrido que discurre entre las ilusiones y la convicción de que quizás la gloria no esté destinada a cubrirnos»

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Javier de Torres
«Nobocop»
BOA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

El amigo Javier de Torres está prolífico últimamente, no solo comparte un disco con Roger Sincero –de los Happy Losers– plagado de delicadas melodías de orfebrería «sixties» sino que simultáneamente se permite un octavo álbum doble a medio camino entre la personalidad de la canción de autor y el pop de toda la vida. Ahí están como representante de los delirios íntimos ‘Un hombre de inacción’, ‘JLO’ o ‘Vanidad’ como ejemplo de guitarras con perfil melódico.

Un hilo conductor parece coser el disco, eso sí, sobre todo el primero, que viste la mayoría de las canciones de alusiones a los sentimientos de alguien que está clavado en la música; desde el principio en ‘Estrella del rock’ hasta el final con ‘Grandeza’ se establece el recorrido que discurre entre las ilusiones y la convicción de que quizás la gloria no esté destinada a cubrirnos, pasando por la estación intermedia de ‘La soledad del éxito’, que apunta a que lo único válido es dedicarse a moldear hermosas canciones, completas en rotundidad emocional y vacías de pretensiones. Simplemente lo que hace en este disco.

La verdadera conmoción se ofrece, sin embargo, en los dos cortes dedicados a artesanos con obra de impacto emocional; ‘Rufus y su hermana’, la primera, en la que Rufus Wainwright y Martha son acogidos como huéspedes en casa de su amigo De Torres, el cielo de Madrid es sucio, el diálogo costumbrista y el piano estremecedor de Jesús Redondo, de Los Secretos, lo llena todo de desesperanza. Tanto o más solvente que la referencia al cantautor de origen canadiense resulta el recuerdo de Cecilia en ‘Un 124 contra el muro’, donde la mezcla entre lo trágico, lo obsceno y leves meditaciones sobre el valor de la música descolocan a la par que envuelven una canción construida con los mimbres del registro menor, pero de impactante originalidad.

Alusiones al mundo de los escritores o a Danuta Lato, con un  fondo de Hammond denso y envolvente, completan este primer disco para en el segundo retozar en ambientaciones en que el yo se vuelve más lírico, más melancólico, como la delicada ‘Tristeza portuguesa’, con su aire de fado y de mandolina y su lluviosa bruma desgastada, o los fracasos sentimentales contenidos en la sangrante ‘Falsas rusas’ o la divertida ‘Pícnic’. Para ello cuenta con José María Granados y Carlos Rodríguez, de Mamá, y con gente de Señor Mostaza, que son, todos ellos, los que elevan la electricidad del disco. Múltiples registros, voz de descarado asombro y fondos entre potentes y acogedores que conforman una colección de enseñanzas sobre la vida y los recuerdos. Con ilusión, sin amargura.

Anterior crítica de discos: “Hamsterdam”, de Pigmy.

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