“Conservo los discos de Sergio Makaroff desde aquel lejanísimo ‘Explorador celeste’ y poco a poco son más floridos, aceptan nuevas esencias, se empapan de líquidos de todos los colores y aromas, aun conservando una base de perfume germinal”
Sergio Makaroff
“Mis posesiones”
AUTOEDITADO
Texto: CÉSAR PRIETO.
Difícil ambivalencia, uno no puede dejar de clamar contra la injusticia de que alguien con la carrera y el talento de Sergio Makaroff se vea obligado a jugar en la división de los autoeditados, y al mismo tiempo da gracias al cielo de que de tanto en tanto podamos ir disponiendo de sus canciones, serenas y clásicas, embebidas de cruces de caminos, atlánticas y mediterráneas, rock en las formas y placidez y deslumbramiento en las letras. Como esos paisajes que vemos cada vez más bellos, que se han hecho a nosotros, así entendemos las canciones de Sergio Makaroff
Poco se ha movido desde el anterior “El inventor del rompehielos”, de hace cuatro años. La dirección musical sigue siendo de Ariel Rot, se aferra a los mínimos placeres como gestores de máxima plenitud, hay ilusión, ligereza y estilos clásicos que empapan de oxígeno las canciones. O sea, pura delicia de nuevo. El excomponente de Tequila y Los Rodríguez lleva asimismo las guitarras, y se advierte en esa precisión al encontrar el ritmo, algo funk en la levedad vegetal de ‘Poco ruido y muchas nueces’ o ‘Café con leche’, con una calidez swing y susurrante en ‘Nada personal’ o con un lejano aroma de bossa en la optimista ‘Mis posesiones’.
Y entre estos extremos, despliega tantas texturas como canciones: el festivo ska de aire tradicional de ‘La montaña rusa’ frente al delicioso aire porteño de la combativa y preciosista ‘El libro de la vida’ que introduce un moderno rapeado. El vacilón aire de rhythm and blues de ‘Barcelona a tus pies”, una proclama de amor a su ciudad de acogida, frente al rock más pegajoso de ‘Poderes’ o ‘Iluminados’.
Dejamos para el final las tres maravillas. Siempre las hay en los discos de Makaroff, de nivel general notable pero que en ciertos cortes llega más allá de la matrícula. La abolerada ‘Cuatro verdades’ paladea reposada la palabra que parece rielar sobre el mar de los instrumentos. El mismo entrañable estremecimiento que nos ofrece el bamboleante ritmo mediterráneo, el aroma nocturno, el trombón y el violín de ‘Noche mágica’, empapada quizás inconscientemente de todo el imaginario de Sisa. Y, para concluir, el aire juguetón y ambiente costero de ‘Villa Gesell’, la caricia de las pequeñas cosas, un sabio disfrute de lo que nos rodea siempre que haya guapura, que aquí la hay. Una canción que se desliza como si Los Diablos se hubieran sofisticado. Y es un elogio.
Conservo los discos de Sergio Makaroff desde aquel lejanísimo ‘Explorador celeste’ y poco a poco son más floridos, aceptan nuevas esencias, se empapan de líquidos de todos los colores y aromas, aun conservando una base de perfume germinal. Una variedad de todas las músicas populares –sobre todas, las de estirpe placida– que los hace más ricos, más carnales y sensibles. Son esas canciones de las que cuesta tanto decir, porque nada hay en ellas que no sea natural, esos discos en que el regusto final es feliz y hospitalario, esa música que construye un mundo más acogedor, más luminoso, más perfilado.
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Anterior crítica de discos: “Gigantes”, de Carlos Vudú y el Clan Jukebox.