«Todas las referencias acaban en esa magia de la sutilidad orquestal y en el sonido más ampuloso de La Buena Vida, que en esencia es de donde proceden, su germen y su encaje natural»
Bassmatti & Vidaur
«Melodías Concertantes»
JABALINA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Bassmatti y Vidaur habían coincidido hace años en Donut, un grupo que entró en la deslumbrante estela del sonido que se estaba gestando en los noventa en Donosti, llegaron a sacar un disco perfectamente reivindicable. Años después participaron en el proyecto de Ama, el grupo de Borja Sánchez, de la Buena Vida, y pasaron por el tristemente desaparecido sello Birra y Perdiz. Ahora, estrenan en Jabalina con un bagaje que se ha convertido en una colección de siete escasas canciones llenas de un sabio cuidado, de perfección en la estética y en el detalle; sin que ello se traduzca en frialdad.
De hecho, la voz, que en un principio puede extrañar, áspera y poco afinada parece estropear el preciosismo de los fondos orquestales; con las escuchas, sin embargo, se entiende quizás necesaria, humana en un mundo de delicadeza sonora que ante cualquier garganta timbrada rozaría lo gélido, lo inanimado. Este es el gran defecto del disco y también su gran virtud.
Atrae pues, esta voz poco timbrada, a la placidez romántica de las canciones, desde el principio, desde ese ‘Luces y cruces’ que aúna la jovialidad de la orquesta con la alegría de los vientos, que llena la melodía de compases adhesivos sin ser ni ampulosa ni empalagosa. Esencialmente cantábrica, no está muy lejana de los primeros Duncan Dhu en su retrogusto de base acústica. En otras ocasiones es el violín el que se queja con tono íntimo –‘De todo, de nada, como siempre’- o se acompaña de un leve piano para jugar con la levedad como en ‘Y entonces ya será ideal.
Ese intimismo y el tono menor vuelven a aparecer en ‘Días de guardar’ y se llenan de hondura en ‘Ojalá os queráis toda la vida’, donde el contrapeso vocal adopta cierta languidez a la manera de Décima Víctima para concluir con un final a lo Bacharach, en su combinación de arreglos efectivos y delicados y aridez de arenisca en la voz. En conjunto todas las referencias acaban en esa magia de la sutilidad orquestal y en el sonido más ampuloso de La Buena Vida, que en esencia es de donde proceden, su germen y su encaje natural, al que se añaden referencias al pop británico más cuidado en su fondo esponjoso, de Alex Chilton a Belle & Sebastian.
Son únicamente siete canciones. A cada escucha cambias la favorita y te deslizas por letras que supuran cotidianeidad, respiran leves perfumes y agitan ese pulso interior que apuesta por la belleza. Irresistiblemente corto para tanta precisión emocional.
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Anterior crítica de discos: “A 11.000 kilómetros”, de Willy Tornado.