“Enamora la fragilidad de Cristina, esa manera de pulsar el bajo Tito, con fraseos de guitarra o que los propósitos no parezcan ir más allá de los tres minutos de belleza compulsiva”
Los Suspensos
“Maquetas perdidas”
LA FONOTECA
Texto: CÉSAR PRIETO
Fascinante historia la de Los Suspensos. Con un buen puñado de canciones grabadas en cintas de casete olvidadas, sin apenas salidas al exterior de su mundo de ensayos para amigos, han conseguido meterse en el alma de un buen número de aficionados al pop que toman sus melodías como un compromiso con las escondidas sendas del corazón y la dulzura, lejos de más pretensión, tan raro empeño, tan fugaz y perfumado.
Los Suspensos nace a finales de los años 80 cuando un grupo de devotos desde la radio de la pulsión más pura de la nueva ola –Tito y Miguel básicamente- encuentran a una cantante de voz grave y reposada que es capaz de componer arrebatadores estribillos de excepcional luminosidad, burbujeantes y perfectas tramas vocales de esas que con incluso una guitarra de palo –rebusquen, en internet había maquetas ultracaseras- resultan increíblemente adictivas. Deciden entonces que esas canciones pueden asumir perfectamente la instrumentación de los grupos que en la radio defendían. La movida había muerto de agotamiento sin que nuevas propuestas la sustituyeran aún, pero mucho antes, casi en embrión, los grupos llamados babosos se habían ido transformando o directamente desvaneciéndose, de ellos –de los primeros Secretos, de Mamá, especialmente de los injustamente olvidados Los Modelos- toma nuestro grupo letras de melancolía sentimental y costumbrista y precisos juegos de guitarras. Hasta llegaron a hacer un emblema del calificativo, orgullosos, firmes en aquello en lo que creían. Cuando este cronista los conoció, en tiempos, sabían que no iban a ir mucho más allá, pero les parecía importar bien poco; sin embargo, estaban equivocados, nos han dejado un legado defectuosamente grabado pero impecable.
Quizás su momento álgido fuera la grabación de una sesión en Radio Tres en el 90, diez años y pico antes de que tuvieran una leve resurrección en la que llegaron a registrar maravillas como ‘Lunes en mi ciudad’, una emocionante elegía a un amigo muerto potenciada por la quebrada voz de Cristina y los coros de los hermanos Peñacoba, de los también ochenteros Tótem.
De todo ello hay muestra en este vinilo, que si de algo peca es de escaso, en canciones y en número de copias –seguramente ya se estarán acabando-; apenas diez cortes que incluso repiten algún tema y dejan fuera joyas como ‘La estación’ o alguna de las versiones. Lástima. Se recogen, eso sí, temblores adolescentes como ‘Tu soledad’, amores desesperadamente dudosos como ‘Estás tan lejos’, fracasos urbanos y nocturnos como ‘Una tarde de septiembre’ o ese himno para los corazones desolados que es ‘La chica de la gabardina’. Y más que la perfecta inmediatez de las canciones enamora la fragilidad con que Cristina las aborda, esa manera de pulsar el bajo Tito, con fraseos de guitarra o que los propósitos no parezcan ir más allá de los tres minutos de belleza compulsiva.
Quizás La Fonoteca, al editar el disco, pretenda –como hizo con Ataque de Caspa- la reivindicación de una manera de hacer, la vuelta a la sencillez en estos tiempos de indie salvaje y recargado. Si es este el objetivo, intentar que lo más básico sea capaz de decir mucho, de encandilar, han acertado de pleno al escoger el grupo.
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Anterior crítica de discos: “Monuments to an elegy”, de The Smashing Pumpkins.