«La guitarra acústica sigue siendo la actriz principal junto con dolorosas verdades expresadas a través de su voz inconfundible»
Boza
«La mansión de los espejos»
AUTOEDITADO
Texto: WILMA LORENZO.
Cuando uno no rebosa ambición pero sí constancia, es consciente de su talento pero no se deja dominar por el ego y trata a sus canciones como parte de sí mismo, damos con alguien como Carmen Boza. La chica que supo valorar lo suficiente su música como para no venderse, a la vez que decidió dar cada paso en su carrera con una extrema cautela sin sumar ni un tropiezo y a la vez convertirse en la única responsable a la que mirar en caso de éxito o fracaso. Borrando “fracaso” de la ecuación porque el camino hacia el que mira Boza con su primer álbum, «La mansión de los espejos» (2014), sin duda alguna es el bueno.
Antes estuvieron «Lapislázuli» (2011) y «Rollitos de primavera» (2012), pero es esta la primera vez que podemos escuchar a Boza en un contexto que va más allá del de su habitación. Es la primera vez que nos muestra las demás estancias de su casa y nos desvela que es infinita. Que en su mansión Boza tiene espacios que se traducen en diferentes sonoridades en las que la guitarra acústica sigue siendo la actriz principal junto con dolorosas verdades expresadas a través de su voz inconfundible.
Producido por Toni Brunet (también encargado de guitarras eléctricas) y grabado con la colaboración de Martín Bruhn (batería y percusiones) y Laura Gómez Palma (bajo); el primer elepé de Boza ha sido financiado por más de ochocientos mecenas que en menos de doce horas hicieron que la artista alcanzara (y superara con creces) su objetivo que en un primer momento se fijó en 12.000 euros para recaudar finalmente más de 25.000.
La mansión de Boza está formada por trece canciones que bien podrían ser trece momentos o trece personalidades. Así mientras ‘Nana noir’ nos llena los ojos de lágrimas, ‘Octubre’ nos anima a enamorarnos; si ‘Fieras’ nos enciende, ‘Sin salida’ nos obliga a decir adiós. Roza lo inverosímil la capacidad de Boza de llegar a lo más profundo de cada uno. De encontrar la herida y a lo largo del disco abrirla al máximo; intensificar el dolor para después calmarnos y dejarnos la reflexión en carne viva. Cada uno con lo suyo pero todos a una gracias a esa forma única y a la vez universal que tiene Boza de arrojar luz a eso que llaman amor.
Lo cierto es que a mí nunca me hará falta nada más que su voz, su guitarra y sus canciones. Ella es más que suficiente.
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Anterior crítica de discos: “Revolución”, de Los Hermanos Dalton.